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Richard Powers y la mala conciencia ecológica del emprendedor 'techie'

‘Patio de recreo’ novela las contradicciones de los magnates de las tecnológicas y su obsesión con la IA y la inmortalidad

Richard Powers y la mala conciencia ecológica del emprendedor ‘techie’

El escritor estadounidense Richard Powers. | richardpowers.net

La América más vibrante nació enferma de esquizofrenia. La épica techie de los genios de la informática se cruzó en algún momento con la sensibilidad hippie para dar lugar a la figura del emprendedor cool. Ávido de progreso material pero consciente de su huella en la naturaleza, amasaba millones de dólares y una cierta mala conciencia ecológica. En Patio de recreo (AdN), Richard Powers (Evanston, Illinois, 1957) describe el final de su carrera desbocada y propone una redención. La inteligencia artificial, por supuesto, media en todo el asunto.

De formación universitaria científica, Powers aprendió informática en los míticos finales de los 70 y llegó a trabajar como programador, pero prefirió dedicarse a contar la ciencia del futuro a través de la literatura. Acertó. Autor de 14 novelas, pegó el pelotazo en 2006 con El eco de la memoria (Literatura Random House), galardonada con el National Book Award, y lo confirmó en 2019 con el Pulitzer por El clamor de los bosques (AdN), que además le centró definitivamente el foco en la línea tecno-ecologista. Bill Gates la ha declarado oficialmente como una de sus novelas preferidas…

Tras la apología del bosque de hace un lustro, Patio de recreo hace lo propio con el mar. Powers urde una interesante trama que cruza las perspectivas de cuatro personajes cuyas peripecias vitales se unen y separan con la trágica inevitabilidad de las fuerzas naturales. El corazón de la historia lo componen los amigos de la infancia Todd Keane y Rafi Young, dos genios de intelecto superdotado que ejercen de dios Jano: el primero se dedica en cuerpo y alma a la informática y termina construyendo un imperio a lo Microsoft o Apple; el segundo opta por la literatura y acaba en una remota isla de la Polinesia, olvidado del mundo pero premiado por el amor de la artista Ina Aroita, ambicionada también por Todd, como no podía ser de otra manera. Cruza la experiencia del trágico trío, matizándolo y adornándolo con océanos de divulgación científica, la vida de Evie Beaulieu, pionera de la exploración subacuática.

La voz cantante de la narración la lleva un Todd en la última fase de una enfermedad degenerativa. Se dirige a una enigmática segunda persona que dará sentido a un final sorprendente, aunque quizá pueda intuirse algo desde el tono a lo Ciudadano Kane que se va desplegando. Todd, evidentemente, no es feliz. Recuerda su relación fraternal con Rafi, que llega a su máxima expresión en la mutua pasión por los juegos, en especial el ajedrez y el go. Jugar, disfrutar del camino en sí, se le aparece ahora (¿tarde?) a Todd como la relación más sana posible con la realidad. Por eso no puede soportar la autenticidad del supuesto fracaso de Rafi.

La obvia paradoja va adquiriendo densidad con la descripción de una misma línea de salida: «A Rafi y a mí nos unía el hecho de habernos saltado un curso y de ser, en gran medida, autodidactas. Nos unía tener un padre desquiciado y una madre imprevisible e incapaz de hacer frente a su marido. Compartíamos el desprecio por las jerarquías de prestigio y popularidad que regían la escuela, y los dos considerábamos que nuestra posición de marginados no era más que una enorme ventaja en la vida que teníamos por delante. A los dos nos volvían locos Tolkien, La Guerra de las Galaxias y Ursula K. Le Guin. Pero incluso con todo eso en común, la única forma de que pasáramos tiempo juntos era sobre un tablero de ajedrez. En su interior se agitaba algo turbulento, un juego más oscuro y desesperado. Yo lo percibía, pero no lo comprendía».

Decadencia

Aunque un enorme matiz los separa. El padre de Todd es un exitoso financiero, típico producto de la locura especulativa y desenfadada de Wall Street. Rafi proviene de una familia pobre, desestructurada y, sobre todo, negra. El aspecto social cumplirá un papel decisivo en el desarrollo de la amistad entre ambos, por mucho que Todd se esfuerce en superar la barrera de victimismo tras la que se esconde Rafi.

En su decadencia definitiva, Todd recuerda su obsesión infantil por el mundo subacuático, con Evie Beaulieu como musa. Motivo recurrente hasta convertirse en su «Rosebud»: el Ciudadano Kane que cada estadounidense lleva dentro lo ha llevado demasiado lejos de esa orilla: «Muchos periodistas especializados en tecnología nunca se sobrepusieron al hecho de que una sola persona mantuviera una acción de oro en una empresa con unos ingresos anuales superiores al PIB de cualquiera de los treinta países más pobres del mundo. Que el fundador, arquitecto jefe, presidente ejecutivo y accionista de oro de cualquier empresa de información de cualquier tamaño anuncie ‘Mi cerebro se apaga’ no dará muy buena imagen que digamos. Pero ¿a quién voy a engañar? Puede que yo sea la cara pública de Patio de Recreo, la única persona que se te viene a la cabeza cuando piensas en la empresa, pero mi pequeño experimento de fortalecer y conectar a la gente se me fue hace veinte años de las manos […] Es un sistema vivo, con una agenda de colmena».

En un lamento definitivo, que nos da una pista de quién puede ser su interlocutor en la narración, dice: «Añade esto a tu lista de definiciones de lo que significa ser humano. Hacemos cosas que esperamos que sean mayores que nosotros y, cuando eso ocurre, nos sentimos desolados». Más adelante, avisa que el consejo de administración de sus empresas quiere que siga callado, «a menos hasta después de la conferencia de prensa bomba en la que anunciaremos el siguiente gran paso en la evolución: un tipo de ser totalmente nuevo que hará que las empresas parezcan tan lentas, pequeñas e impotentes como esas mismas empresas les hacen parecer a los seres humanos».

Prolongar la vida

En la otra evolución posible del genio emprendedor, Rafi vive en una paradisiaca isla de la Polinesia francesa con Ina, cuya idea del arte apunta a la redención ecológica: libera las playas de residuos de plástico para crear obras de formas orgánicas. Suena muy estereotipado, pero la potencia intelectual de los personajes aporta interesantes paradojas. Ina, por ejemplo, recoge un recipiente de bebida cubierto de crustáceos sésiles. «¿Qué hago con esto? Si me lo llevo para la escultura, estos percebes morirán», pregunta. «Entonces déjalo», responde Rafi. «Pero aun así es basura», insiste Ina. Aunque Rafi levanta las manos en señal de neutralidad –«Tú misma»–, su cerebro le traiciona y piensa: «¿Siguen siendo basura las cosas cuando la vida empieza a usarlas?» ¿Qué es la Naturaleza?

Los acontecimientos se precipitan cuando una empresa propone construir una misteriosa ciudad flotante junto a la isla, que se convertiría en próspera base de la construcción. Los habitantes, traumatizados por un pasado de colonialismo expoliador, dudan. Mientras llega el desenlace, Todd sigue recordando. Se le aparece, por ejemplo, una escena en la universidad, cuando discutía con Rafi sobre un extravagante personaje real, el ruso Fiódorov, que a finales del siglo XIX insistía en concentrar los avances de la ciencia y la tecnología en la prolongación de la vida hasta llegar a la inmortalidad e incluso la resurrección de los muertos. La Causa Común la llamaba. «¿Se te ha ocurrido que tal vez sean tus ordenadores quienes lo harán posible?», pregunta Rafi. El transhumanismo, la última frontera de la fantasía techie.

Casualidades, causalidades o sincronicidades, el mismo Fiódorov aparecía como de matute, extraña pero plausiblemente entreverado en la trama de la penúltima novela reseñada en estas páginas, Los lobos del bosque de la eternidad, de Knausgård. En la última antes de esta, El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas perseguía al Papa Francisco hasta Mongolia para preguntarle si hay vida después de la muerte (por cierto: ayer, lunes de Pascua, el Papa le hizo algo muy parecido al spoiler). Cosas del Zeitgeist

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