«Porque la luz es una»: los nuevos poemas de Eloy Sánchez Rosillo
El libro que acaba de publicar, ‘Venir desde tan lejos’, va a conseguir que buena parte de sus auto-tópicos quede engrosada

Eloy Sánchez Rosillo. | Juan Ballester
Con la poesía de Eloy Sánchez Rosillo sucede, por un lado, que no dejaríamos jamás de hablar de ella: es uno de nuestros temas predilectos, cada cual tenemos nuestros poemas favoritos, discutimos sobre las levísimas evoluciones o los perceptibles cambios de tono que tal vez puedan ir llegando con cada uno de sus libros… Pero ocurre también, por el otro, que todo lo que decimos o digamos sobre esos versos no hace sino demostrar lo clamorosamente inadecuado y hasta medio absurdo que, por aquello de la profanación, es hablar de una poesía, tan clara, tan sin grietas, tan inapelable.
Lo he dicho alguna otra vez: el único defecto que podríamos encontrar en los versos de Sánchez Rosillo es que son demasiado perfectos. Ante ellos, el lector no puede hacer sino asombrarse, sin espacio para interpretar, sin nada que decir, con la emoción dando escobazos al pensamiento.
Alguna vez yo levantaré un «Diccionario Sánchez Rosillo», y de verdad que creo que, ya que es un tanto ocioso divagar sobre una literatura así, que se dice a sí misma por completo, hacer una especie de contabilidad de los temas que aparecen en sus poemas arrojarían una luz aún más clara sobre el mundo del autor. Sería un trabajo de lexicografía, y la entrada dedicada al «jilguero», por ejemplo, se vería acompañada de muchos numeritos y llamadas, pero también los trenes, la lluvia, la soledad, su madre y hasta, al menos una graciosísima vez, las ranas.
El libro que nuestro amigo acaba de publicar, Venir desde tan lejos, va a conseguir que buena parte de sus auto-tópicos quede engrosada, pero va a aportar algunas otras fichas, no sé: la albahaca, las luciérnagas, el arce. Y precisamente este árbol me da pie, gracias a un precioso poema, a advertir que Sánchez Rosillo, que jamás ha abusado del poema de amor, aquí publica dos alucinantes (Bajo el arce y Sucesiva verdad), especialmente hermosos dentro de la belleza general del conjunto.
Y esa hermosura no se ve mermada por el hecho, un tanto sombrío, de que el principal tema de este libro sea la muerte. Alguien dirá: «Anda, Marqués, que te estás luciendo: pues claro que el amor y la muerte son los temas del libro, como la de todos». Pues no: lo cierto es que son dos temas que en la obra del autor de La vida se han visto solapados por otros que los rondan o los incluyen, por supuesto, pero que querían importar más: la luz, el propio tiempo, la alegría, la memoria, Homero o los vencejos.
Ahora ya no: en Venir desde tan lejos (me parece que desde su mismo título), el amigo Eloy anda un tanto escamado con la muerte, reflexionando sobre ella en muchos, demasiados poemas, preguntándose cuánto tiempo le queda e incluso jugando con que en el fondo ya se ha esfumado (ver, para eso, el maravilloso poema Pregunta: …«que esta tarde ocurrió hace mucho tiempo / y que hace mucho tiempo que me fui»…).
Cernudiano más por sus lecturas y trabajos que por su corazón, en Sánchez Rosillo la elegía siempre había estado, y aquí sigue («Cómo pudo / ocurrir algo así, que esto que soy / no forme parte ya de lo que miro»…), pero se incorporan «heraldos negros» que hasta el momento nunca habían estado invitados a la poesía del autor, ni habían sido bienvenidos si se asomaban. Ahora el poeta anda sereno, no reconciliado con la muerte sino expectante, pero la rumia, y la piensa, y la escribe, y no deja de ser acongojante, lo mismo que sus balances, sus recuerdos, el repaso a su vida conyugal o al abordaje de su propia obra.
Sea como sea, no creo que haga falta decir que el libro es una maravilla. Dada la marca de fábrica que lleva, garantía de algo que va más allá de la calidad, ofrece verdad segura, emoción y conmoción, observación y reformulaciones de lo tantas veces advertido y dicho, renovado una vez más y siempre cierto, siempre eterno, Hoy también: «Estos restos de sol que al fin del día, / cuando ya es casi noche, / se cuelan de improviso con su limpia viveza / en una calle angosta […] cuánta seguridad nos proporcionan / de que hoy también la vida / nos ha tenido en cuenta, nos perdona, nos salva».