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Literatura

József el húngaro, su verdadera y asombrosa historia

El editor de prensa Luis Enríquez debuta en la literatura con una modélica novela de no ficción

József el húngaro, su verdadera y asombrosa historia

Portero de discoteca de Madrid. | Archivo

Al gran público el nombre de Luis Enríquez probablemente no le diga mucho, porque su labor, pese a ser decisiva, la desarrolla entre bambalinas. En cambio, en el ámbito de la prensa es toda una referencia. Enríquez inició su carrera como director general de la empresa editora de El Mundo, en la que fue pieza clave para llevar al diario a su época de mayor esplendor. Tiempo después, y durante más de una década, asumiría las riendas del Grupo Vocento, donde su huella –renovación de firmas, apuesta por la investigación y las nuevas formas narrativas– aún puede percibirse, sobre todo en las páginas de veterano ABC.

Enríquez, pese a su juventud, es un editor a la antigua. De los que ya no se estilan en este ecosistema informativo dominado por ingenieros y gerentes, donde mandan las hojas Excel y los clics a granel. Enríquez es un humanista, que siempre ha dado prioridad al periodismo por encima de cualquier otra consideración. Su devoción por esta profesión ha quedado demostrada en cada una de sus decisiones empresariales. Y, para muestra de su vocación periodística, basta su inolvidable entrevista a Gay Talese, una pieza insólita en un hombre de empresa.

Ahora, de la mano de La Esfera de los Libros, Enríquez acaba de publicar la novela de no ficción con el intrigante título de József el húngaro. No sé cuál de las muchas denominaciones aplicadas a este género mestizo puede ser la más apropiada para esta obra. Si novela de no ficción, si nueva narrativa periodística o si crónica novelada. Por un lado, estamos ante una historia increíble, que el autor nos asegura que es real, y no tenemos por qué desconfiar de su palabra. Por otro, existen vacíos en la historia. El propio autor admite que ha tenido que novelar algunos pasajes desconocidos para que la peripecia de József tuviera continuidad y, sobre todo, verosimilitud.

Luis Enríquez no esconde sus intenciones, sus referencias y su inspiración. El hecho de que el libro esté dedicado a Emmanuel Carrère, Gay Talese y Hunter S. Thompson ya nos da una idea muy fidedigna de lo que nos vamos a encontrar.

Se preguntará el lector cuál es esa historia tan asombrosa de József el húngaro. Lo siento. Es una historia que no se puede contar, que es imposible concretar en una sinopsis. No es una historia de un viaje a alguna parte, es la historia del propio viaje. Es una historia que solo tiene sentido leída de principio a fin. Es una historia compuesta por muchas historias, que leídas juntas componen el fresco de una vida apasionante, fuera de lo común. Una vida a la que se ve abocado un hombre joven, que solo aspiraba a una existencia tranquila, de volver a casa después del trabajo y disfrutar sin sobresaltos de su familia, mientras sueña con sumergirse en las inalcanzables calles de Nueva Orleans, en sus garitos, al ritmo de la música que tanto le apasionaba.

Cuando uno conoce personalmente al autor, espera encontrarse en cada página su huella, rasgos de su personalidad. No es el caso, Luis Enríquez solo aparece al principio, para contarnos cómo le llegan las referencias de József, y al final, para dejar que el lector imagine qué fue de József. Como buen periodista, durante el resto de la narración desaparece para dejar todo el protagonismo a su personaje.

El ritmo es vertiginoso. No pueden ocurrir más acontecimientos insólitos. A cada cual más impactante. El autor nos va narrando la peripecia vital del protagonista como si de un gran reportaje se tratara. Sin concesiones a florituras literarias, sin apenas adjetivos, narra de una forma seca, cortante, como una navaja bien afilada. Una crónica aliñada, eso sí, con multitud de detalles, de datos, como si se tratara del relato de  un cronista que ha sido testigo directo de cada suceso que nos cuenta.

No se recrea en las secuencias violentas, crudas, sangrientas, que las hay. Tampoco en las escenas amorosas, que resuelve con la pasión justa, con un erotismo contenido, apenas bosquejado, pero elocuente.

Donde sí se permite abundar y explayarse es en dos asuntos que el autor no sólo conoce bien, sino que además le apasionan. Por un lado, el boxeo, el mundo de los gimnasios, donde deleita al lector con una exhibición de vocabulario especializado. Y por otro, la música. Porque este libro tiene una muy rica banda sonora, fruto de una adoración por los grupos e intérpretes clásicos de la música de los años ochenta.

José Peláez nos advierte en su magistral prólogo que hay toda una cartografía de Luis Enríquez, que hay muchos Luis Enríquez y que este, el cronista, lo ha mantenido oculto, y solo los sacaba a pasear en la intimidad. Los más próximos lo conocían de conversaciones apasionadas, de sueños compartidos, y ahora lo conocen también porque el sueño del escritor se ha hecho realidad con una brillantez que ni los más fans podíamos imaginar.

Hay historias que el autor busca desesperadamente y hay historias que buscan desesperadamente al autor. La de József estaba esperando a que Luis Enríquez se hiciera cargo de ella y no permitiera que se perdiera en la memoria del confidente. El poseedor del tesoro literario que esconden las peripecias del húngaro, el hombre al que se las relató en una noche que se alargó más de lo normal.

La vida de József no dejará indiferente a ningún lector, porque, siendo una historia asombrosa de alguien en particular, en el fondo es la historia de todos nosotros. Estamos ante una reflexión sobre cómo «las buenas intenciones a veces nos llevan a resultados desastrosos», sobre cómo a veces «el destino depende de factores incontrolables», sobre si «la existencia que nos toca es justa con nosotros». En suma, como se lee en el libro, sobre «la vida, que no deja de ser un poco de todo».

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