‘Veneno para escritores’, una caricatura mordaz del mundo literario actual
«Es un divertimento literario deliciosamente perverso que disecciona sin piedad el mundo editorial de nuestros días»

Imagen de la portada del libro `Veneno para escritores'.
Cuatro escritores mueren por intoxicación en una lujosa mansión de Manarola (Liguria), donde disfrutaban de una beca literaria. La quinta huésped, una autora llamada Antonina Pistuddi, se encargó de cocinar el fatal risotto, sin saber, o al menos eso asegura, que las setas eran venenosas. Con todo, su condición de única superviviente, junto con el hecho de no haber probado su propio plato, la convierten en sospechosa.
Ese es el planteamiento de Veneno para escritores. Misterio en las Cinco Tierras (2024; Siruela, 2025, trad. Patricia Orts), la última novela de Nicola Lecca (Cagliari, 1976), un autor con más de veinte años de carrera de quien hasta ahora se habían traducido Hotel Borg (2006; Pre-Textos, 2009) y La pirámide del café (2013; Alevosía, 2014). Su nuevo libro es un divertimento literario deliciosamente perverso que, partiendo de los recursos del género policíaco, disecciona sin piedad el mundo editorial de nuestros días.
Los cuatro escritores muertos tenían algo en común: eran jóvenes, muy jóvenes, y se les conocía más por facetas que nada tienen que ver con la literatura. Un influencer catalán, una prostituta británica reconvertida en diputada, un modelo francés que perpetra versos en Instagram y una cantante sueca atormentada por el pasado. Leer no les interesa, solo piensan en sumar seguidores y algunos hasta se jactan de no haber escrito ni una página de sus libros (entra en escena la figura del escritor fantasma o ghostwriter). Y, con todo, están ahí, beneficiándose de una beca para la creación. Porque, claro, y ahí está el quid, a la asociación que las convoca también le interesa adquirir notoriedad, lo mismo que a las editoriales les interesa vender libros, aunque pierdan toda la dignidad por el camino.
Esto indigna a la protagonista, que nada tiene que ver con los cuatro jóvenes. Antonina Pistuddi es una escritora de larga trayectoria que decidió apartarse del mundanal ruido: no tiene redes sociales, ha perdido popularidad con los años y ya apenas vende. Y está indignada por la decrepitud del sector, por el intrusismo de los influencers. No entiende a esta generación que se alimenta de likes y padece síndrome de abstinencia cuando no puede conectarse (como ocurre en la villa). Motivos suficientes para recelar de ella: ¿y si, celosa de su éxito, quiso quitarse de en medio a los muchachos?
Construida como una sucesión de diálogos, el plato fuerte de Veneno para escritores es una entrevista televisada en la que la periodista trata de arrinconar a Antonina para que ella sola se ponga en evidencia. Solo que la escritora no tiene un pelo de tonta: es lista, muy lista, y sabe sortear las embestidas siendo fiel a sí misma, es decir, a su forma de entender el oficio de escribir, tan diferente de la que ejemplificaban esos chicos. La paradoja de esto es que, al participar en el programa, la propia Antonina entra en un juego que dice detestar: por mucho que lo haga para defenderse, se está prestando a seguir alimentando la polémica, a aumentar el circo mediático en torno a la muerte.
Antonina responde con mala leche. No se anda con chiquitas: su discurso repasa desde el mercado editorial a la responsabilidad de la prensa en la profusión de noticias huecas que tapan lo importante, pasando por la adicción a las pantallas, la necesidad de opinar sobre cualquier tema sin entender, las librerías que venden sus escaparates a los grandes grupos editoriales o la mercantilización de todo, material e inmaterial, hasta caer en la indecencia: «en la web se comenta ya hasta el campo de exterminio de Birkenau y que se le atribuyen dos, tres, cuatro y, menos a menudo, cinco estrellas. El pueblo de la red […] escribe en sus comentarios que el campo de concentración de Birkenau es ‘mono’, pero que el de Auschwitz es ‘algo más bonito’ . ¡Hemos llegado a ese punto!» (p. 58).
Más allá de la edición y el mercado literario, subyace una lectura más transversal que toca de lleno ciertas preocupaciones actuales, como la salud mental de los jóvenes, la desnaturalización de las relaciones afectivas que implica la sobreexposición, el peligro de asumir como válidos los modelos (de estilo de vida, de cuerpo) de los influencers, el negacionismo, el debate entre la opinión experta y la opinión popular, o el valor social dado a la creación literaria y al arte en general en un contexto que promueve antes que nada la productividad («mil euros me parecen más una limosna que una beca», p. 16).
Está también el asunto de la gentrificación y la pérdida de tradiciones locales: no es casual que la novela se sitúe en las llamadas Cinque Terre (Cinco Tierras), una región costera que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Antonina encarna el punto de vista de quien trata de preservar unas costumbres, una comunidad, frente al turismo unificador y desentendido que solo busca la foto en el paraje idílico, sin interesarse por la vida de los lugareños o la historia de la zona. Se presta especial atención al dialecto, que la escritora emplea con frecuencia para desesperación de la presentadora; el dialecto como rebeldía frente a la uniformización de la lengua, como forma de individualizarse y posicionarse en una sociedad que nos quiere conformistas.
La segunda parte de la novela da saltos en el tiempo que muestran la evolución del caso, aunque la hipotética culpabilidad de Antonina, en el fondo, poco importa: el suceso no deja de ser un pretexto para meter el dedo en la llaga de muchas cuestiones que afectan al mundo del libro. Cambiando de escenario y de personajes, pero apoyándose todavía en el diálogo, el autor mantiene su estilo directo y ágil hasta la última página, donde se cierra el círculo de forma magistral. Esta novela de Nicola Lecca, con su humor negro y su atinado análisis, es muy fácil de disfrutar y además hace reflexionar; una base idónea para un club de lectura. Al final, cabe preguntarse si el verdadero veneno, más que en las setas, no estará más bien en un sistema que pierde su esencia a pasos agigantados.