El gitano español que enseñó a Leonard Cohen a tocar la guitarra
En ‘El guitarrista de Montreal’ Miguel Barrero rescata la relación del músico canadiense con España y García Lorca

El escritor y periodista Miguel Barrero. | ©Jeosm
Es esta historia un relato de azares, casualidades y eventualidades aleatorias. Comienza el 22 de junio de 2022 (ya fíjense en los cuatro patitos de la fecha), estando el escritor Miguel Barrero (Oviedo, 1980) por viaje de trabajo, en Montreal. Sucede durante el mediodía, el momento epifánico, en un restaurante, el autor escucha una canción de Leonard Cohen, Dance me to the end of love, y recuerda… que, en realidad, la historia nació en octubre de 2011, que es cuando Leonard Cohen viaja a Oviedo para recibir el Premio Príncipe de Asturias de Literatura.
Porque sí, esta es una narrativa errante.
Pero volvamos a 2011: Miguel Barrero está cubriendo la visita de Cohen a España y entonces el poeta y músico canadiense revela en su discurso de aceptación del premio que, en su juventud, y estando en casa de su madre y en el parque de enfrente encuentra a un joven tocando la guitarra, una guitarra flamenca. Y confiesa: «Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz. Así que me senté allí un rato con los que lo escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos un poquito en francés, él no hablaba inglés Y accedió a darme clases de guitarra».
Las lecciones solo durarán tres sesiones. En ellas, el anónimo gitano español, de quien nada sabemos, le enseña a Cohen seis acordes y los fundamentos del trémolo. Nunca habrá una cuarta sesión: el joven español se suicida.
Recordando esta historia oída en Oviedo una década atrás, una historia hermosa y terrible, Miguel Barrero, aprovechando los huecos que le dejaban sus obligaciones en la ciudad de Montreal, y en 2022, se propone «ir en busca de los espacios en los que sucedieron o pudieron haber sucedido los hechos vinculados a esa historia», nos cuenta el escritor en las oficinas de su editorial barcelonesa. De esas primeras pesquisas surge el artículo En la casa de Mr. Cohen, publicado en la revista Zenda el 11 de agosto de 2022. Se ha de hacer notar, no obstante, que la historia de este guitarrista anónimo ya había sido ficcionalizada por Juan Gavasa en uno de los relatos incluidos en el libro colectivo Historias de Montreal (Lugar Común editorial, 2019).
Libro híbrido
La historia del guitarrista gitano, sin embargo (o sus vacíos, mejor dicho), le siguió rondando por la cabeza a Barrero, quien traía siempre consigo libretas para tomar notas y, meses después, al recuperarlas, se dio cuenta de que ahí quizá había algo; quizá un libro. Todo explota (y se materializa) en el año 2023, cuando a Miguel Barrero le invitan a la Toscana, a una residencia de escritores (la residencia Santa Magdalena), y es ahí donde trata de conferir un orden a todo aquello que había venido anotando, rumiando e hipotetizando.
El guitarrista de Montreal trae en su base la fabulación de ese gitano anónimo que enseñó a Leonard Cohen a tocar la guitarra (y del que apenas nada se sabe, nada más de lo que contó Cohen en su discurso). Por eso es necesariamente un libro híbrido, ya que además de artefacto que ficcionaliza (o conjetura una probable versión de los hechos) es una suerte de crónica de viajes, un diario personal del propio autor durante la pandemia (cuando aprendió a tocar la guitarra gracias a Pancho Varona) y una remembranza del origen de su propia vocación, un alegato en favor de los libros que no saben lo que quieren ser, el descubrimiento del cante jondo por parte del autor en su juventud salmantina de estudiante universitario y, finalmente, una carta de amor a aquellos azares que nos constituyen, vehiculan y ayudan a encontrar nuestro camino y nuestra voz; en el caso de Cohen, España y Lorca.
Porque tan importante como esas lecciones del guitarrista español gitano anónimo es el encuentro que tuvo Leonard Cohen, y con apenas 15 años, con los versos de Federico García Lorca en una temprana edición inglesa de sus poesías (seguramente en la traducción de J.L. Gili y Stephen Spender para la editorial londinense Hogart Press), en una librería de Montreal.
«El libro refleja lo que hice en aquellos días del verano de 2022 en Montreal: salir a buscar un fantasma que sabía que no iba a encontrar, pero sí pretendía de estar al tanto de lo que pudiera salir al camino durante la búsqueda», nos cuenta el autor. De ahí que el libro nazca con la conciencia de su propio fracaso. «Creo que es perfectamente defendible que un libro pueda no pretender ir a ningún sitio, sino simplemente demorarse en el recorrido», afirma Barrero.
La importancia del azar
Con ello, y como decíamos al principio, El guitarrista de Montreal es un texto que «explora la importancia del azar, de cómo ciertas casualidades, ciertos momentos, condicionan nuestra vida mucho más de lo que nosotros mismos alcanzamos a percibir. Y también de la importancia que cobran muchas veces personas o personajes absolutamente secundarios o terciarios, a los que no damos ninguna importancia, pero que se revelan fundamentales para que en determinados momentos fuésemos o hiciésemos una cosa y no otra», nos cuenta Miguel Barrero sobre su obra y sobre la importancia del guitarrista gitano anónimo en la vida y la carrera de Leonard Cohen.
El guitarrista de Montreal es un libro que está lleno de símbolos: el banco del parque donde se sentaba el guitarrista gitano que enseñó a Cohen a tocar la guitarra, la primera guitarra que compró Leonard Cohen en un establecimiento de empeños de Craig Street, el libro de Lorca encontrado en una librería, la casa familiar de Cohen y la segunda casa que compró en los años setenta en el barrio donde su familia había tenido empresas textiles, ya cuando gozaba de cierta fama, e incluso la propia ciudad de Montreal: una ciudad diseñada para preservar un pasado que sucedió en otra parte, escribe el autor. Y todo ello se recubre de la fascinación elegíaca de la fabulación. «Yo tenía muy pocos hitos de los que tirar para hacer este camino, entonces quería centrarme en cada uno de los hitos y ver qué podía ofrecerme cada uno», dice Barrero refiriéndose a esos mínimos símbolos que apuntalan el libro.
Y el corolario de estos símbolos, o su consecuencia inmediata, es la vocación, el hallazgo de la voz y el propósito de una vida. Leonard Cohen comienza a escribir cuando tiene 15 años, «pues viene de una familia judía ilustrada, cuyo abuelo tenía una biblioteca impresionante de literatura inglesa, en la que él no acababa de reconocerse y sentía que no encontraba una poesía que lo reflejara. Y, de repente, se encuentran un libro de Lorca de casualidad en una librería de Montreal, compra una guitarra, un instrumento que él no sabía tocar (sí sabía tocar el ukelele, el clarinete y el piano) y conoce a ese guitarrista en el banco del parque en su casa», nos cuenta Barrero. Y añade, para rematar el esqueleto de su libro (y quizá de aquello que inevitablemente nos conforma a todos los seres humanos): «Si esos tres azares no se hubieran concatenado, seguramente Leonard Cohen hubiera sido algo parecido al Cohen que fue, pero seguro no habría sido el Leonard Cohen que hemos conocido».
La vida, ya saben, un puro misterio (lleno de azares).