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Literatura

Robert Perišić y la esperanza de la Europa deconstruida por el comunismo

‘El último artefacto socialista’ novela el romántico intento de reflotar una fábrica en el corazón de la antigua Yugoslavia

Robert Perišić y la esperanza de la Europa deconstruida por el comunismo

El escritor croata Robert Perišić.

Tras la Segunda Guerra Mundial, media Europa fue incluida a la fuerza en el experimento comunista. No funcionó. La caída del Muro de Berlín dio por cerrada la pesadilla, pero a sus protagonistas les costaba, y aún les cuesta, adaptarse a la nueva realidad tras medio siglo de dictadura y una transición por la que se ha colado mucho oportunista. Robert Perišić (Split, Croacia, 1969) es uno de los escritores a través de los que estos pueblos heridos están intentando contarse sus historias. Para entender, para asimilar, para respirar. Desde el otro lado de aquel telón de acero asistimos fascinados al proceso, pero también tenemos una deuda de empatía que novelas como El último artefacto socialista (Impedimenta) quizás ayude a saldar.

En una pequeña ciudad fronteriza de la antigua Yugoslavia, años después de la guerra, la vida es gris y desesperanzada hasta que llegan los «emprendedores» Oleg y Nikola con un extraño plan: reabrir la antigua fábrica de turbinas. En realidad, solo quieren vender rápidamente un par de pedidos a un dictador norteafricano en apuros y largarse. Un pelotazo al más puro estilo del «capitalismo de transición». Pero en la ciudad se tragan la idea de un renacimiento industrial. Como no tienen ni idea de turbinas ni les interesan lo más mínimo zarandajas como la gestión, la industria o la empresa, los dos pícaros convencen al líder de los obreros, el ingeniero Sobotka, para que apliquen la «autogestión» que predicaba el socialismo yugoslavo.

El movimiento reabre heridas y viejas historias, que van brotando en una narración coral, repleta de meandros y derivadas: los personajes van brotando, multiplicando las subtramas hasta crear un exuberante caos controlado con voces en primera, tercera e incluso segunda persona, saltos temporales, reflexiones y amoríos, traiciones y remordimientos… El arranque lo impregna todo de un aire paródico, pero poco a poco el humor, sin desaparecer, va dejando hueco a verdades muy hondas. A menudo dolorosas, pero también esperanzadoras: pese a las arrobas de cinismo que aparecen tras los falsos milagros que venden comunistas y turbocapitalistas, la solidaridad y el amor nunca se rinden. 

La novela, publicada en Croacia en 2014, tuvo un gran impacto y dio lugar a una serie de televisión. La editorial Impedimenta la ha traído a España, junto a su autor, que defiende su valor último: «Sostiene la idea de que un proyecto colectivo positivo todavía es posible. En estos momentos casi no hay historias de este tipo, mientras que abundan las que ensalzan la vida individualista. Para mí era un reto escribir sobre personajes ordinarios, nada de intelectuales urbanitas con problemas de clase media alta». 

Por eso el núcleo es un artefacto anticuado. «Cuando me preguntaban en qué andaba y respondía que estaba escribiendo sobre una fábrica abandonada en una provincia perdida, me decían si estaba de broma. ¿Quién va a leerlo? ¿A quién le importa? No es sexy, no es atractivo». Sin embargo, el ambiente de la fábrica termina seduciendo, el bar al que acuden los trabajadores se vuelve absolutamente entrañable y, sobre todo, los destinos de los personajes se revelan de una importancia absoluta. 

Pero antes está el humor. Esa es la llave de la primera puerta. Perišić es conocido sobre todo por su maestría en la parodia. Y El último artefacto socialista tiene momentos gloriosos, como la respuesta de un lugareño cuando los emprendedores le preguntan cómo funcionaba la fábrica antes: «Pues… teníamos mercado mientras no había mercado… Ya saben, en el socialismo. Luego, cuando llegó el mercado, nosotros dejamos de tener mercado». El mejor Marx (Groucho, claro) explicando el absurdo del peor y las alimañas que se alimentan de sus cadáveres. 

Entre esas alimañas prosperan quienes oprimían a su pueblo para evitarles la picadura mortal del capitalismo y ahora reaparecen conversos a la sofisticada ideología del «tonto el último». Se juntan, por ejemplo, en el elitista club social Mrok, vigente en la nueva era tras servir antaño a las élites comunistas: «Continuó acudiendo al Mrok, igual que todos los demás mrokanos de su edad, porque ellos, en particular gracias a las películas americanas, habían deseado desde siempre vivir en el capitalismo, dentro del cual planeaban ser capitalistas, y es muy posible, pensó, que así razonara la mayor parte de la población de los antiguos países socialistas. Qué extraño resultaba recordarlo; sí, casi todos, esa era su impresión, habían planeado ser capitalistas, tal vez no de forma tan consciente, pero incluso así… Nadie planeaba ser un cretino en paro en el capitalismo».

«Tenía un plan mucho más irónico y oscuro para la novela», cuenta ahora Perišić. «Pero se había convertido en algo ya demasiado predecible, la típica historia depresiva de Europa del Este, así que al final quise describir la energía de unas cuantas personas ordinarias, su dignidad pese a todo». Por supuesto que hay ironía, «sobre todo al principio, cuando los dos empresarios viajan a un lugar pobre, abandonado, deprimido. Miran como desde arriba, y el contraste les parece ridículo, pero eso también le puede parecer al lector: la mayoría de mis lectores viven en los grandes centros urbanos, y en la vida real probablemente evitarían juntarse con gente como la de la novela. Luego, a medida que avanza la narración, hay una evolución hasta el punto al que quiero llegar: esas personas merecen la pena, son auténticas». 

Eso es lo realmente importante. Sin embargo, cualquier lector va a buscar aquí la Historia, con una terrible mayúscula, de Yugoslavia. Una guerra terrible, genocida, que impactó a la Europa anestesiada por medio siglo de paz en su territorio. Perišić se niega a dar carnaza: «Yo recomendaría no explicar cualquier cosa sobre política a través de artefactos literarios». Reconoce que resulta inevitable que el pasado se cuele en la escritura: «Escribo desde mi vida, desde mi cultura, no puedo hacerlo desde afuera. En la ciudad de mi novela aparecen las huellas de la Ex-Yugoslavia, evidentemente, pero ni siquiera le pongo nombre, la llamo ‘N.’, es pura imaginación». 

Su prioridad es «la libertad del escritor de ficción, para que la historia sea más grande». Lo explica con el ejemplo universal de García Márquez: «Cuando escribe sobre Macondo, también hay eventos históricos, pero mezclado con fantasía, incluso milagros: no puedes leerlo como algo histórico». La guerra de los Balcanes también se cruza en la trama de El último artefacto socialista con toda su crudeza. Sin embargo, más allá de los detalles morbosos, Perišić prefiere quedarse con el impacto más sutil en el carácter de los personajes. Por ejemplo: «[A] él le gustaba ser ‘problemático’, era su reputación y, ahora que lo pensaba, fue esta actitud la que lo llevó a la exaltación que experimentó cuando, con diecisiete años, abandonó el colegio y tuvo por primera vez un kaláshnikov en las manos. Con él se sentía como un rey, pues, aunque no habían querido aceptarlo en una unidad regular, apareció por allí, en otra ciudad, Ragan y su unidad militar o paramilitar, a Erol le daba igual, lo que le importaba era que lo aceptaran en sus filas sin preguntarle la edad, porque ya era de los mayores granujas de la villa: en vísperas de la guerra revendía entradas de cine para El silencio de los corderos y Terminator 2: el juicio final y, cuando empezó la guerra, comprendió que tendría que meterse en esa historia si quería mantener el estatus, no puedes seguir siendo un machote si eres civil, eso lo tenía claro».

De las grietas del artefacto ideológico comunista comenzó a salir una podredumbre que martirizó a los personajes entrañables que se reúnen alrededor de esa fábrica de la ciudad de N. La esperanza sigue en pie. Perišić lo quiere dejar claro. Y lo consigue. Pero uno de los narradores de la novela advierte: «Lo que era la élite comunista es un juego de niños en comparación con la élite que está aflorando a partir de chaqueteros antiguos y nuevos». 

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