Claudia Piñeiro: «No me interesa escribir sobre la prostitución como categoría abstracta»
Conversamos sobre ‘La muerte ajena’, su última novela publicada en España

La escritora argentina Claudia Piñeiro | Alejandra López - Alfaguara
La galardonada escritora Claudia Piñeiro (Burzaco, Argentina, 1960) se hizo famosa en España con su novela Catedrales, una novela donde un crimen de una adolescente desvelaba la verdad oculta detrás del fanatismo religioso. Hoy, la autora vuelve a las estanterías españolas con el mismo género. Piñeiro no escribe para sostener una tesis, ni para complacer a ningún colectivo. Lo deja claro desde el comienzo de nuestra conversación: “No me aparece un tema, me aparece una imagen”. Es por eso que, en su nueva novela La muerte ajena (Alfaguara, 2025), la imagen del cuerpo de una mujer cayendo desde un edificio es el pistoletazo de salida para la historia. A partir de ahí, se genera todo lo demás: la prostitución, el poder, la familia, el periodismo y la incómoda verdad oculta.
La novela no busca denunciar, sino entender. No pregunta qué pasó, sino desde dónde se mira lo que pasó. En esta conversación que la autora mantiene con THE OBJECTIVE, la autora nos habla de la precariedad de los discursos, de las estructuras narrativas que se agotan, del lugar desde el que se habla de la moral.
Sentada frente al grabador, no esquiva, pero tampoco se defiende. Habla con la naturalidad de quien ha pensado demasiado y ha dejado de pensar en convencer, sino en mostrar complejidades. La muerte ajena, dice, no intenta explicar nada. Solo mostrar que no hay una sola versión. Ni en los medios, ni en la política, ni en la familia. Ni siquiera en la literatura.
Piñeiro comenta que no se inspira en temáticas, sino que todo provino de la imagen de una mujer cayendo y a partir de ahí desarrolló los personajes. Después vendría el dato, la anécdota real: una joven escort brasileña que murió en circunstancias poco claras en Buenos Aires. La noticia apareció en los diarios, y más tarde, el padre de la joven ocupó platós de televisión reclamando justicia. “Me impresionó no solo el hecho en sí, sino cómo se trató públicamente. Me pareció ver ahí algo que no se estaba nombrando” afirma.
Eso que no se nombra —ese no lugar socialmente ambiguo entre el poder, el dinero y el deseo— es lo que Piñeiro decide explorar. Sin alegatos. “No me interesa escribir sobre la prostitución como categoría abstracta. Me interesaba ese tipo de prostitución en la que las mujeres, muchas veces estudiantes, acceden a un mundo que no podrían tener de otro modo. Y del otro lado, los clientes no son cualquiera: son políticos, empresarios, jueces. Gente que maneja poder.”
No me interesa escribir sobre la prostitución como categoría abstracta. Me interesaba ese tipo de prostitución en la que las mujeres, muchas veces estudiantes, acceden a un mundo que no podrían tener de otro modo. Y del otro lado, los clientes no son cualquiera: son políticos, empresarios, jueces. Gente que maneja poder.
En el libro, las mujeres no están ni redimidas ni condenadas. Están narradas. Ese gesto, en sí mismo, ya es una posición política. En Argentina —como en otros lugares—, el tema divide incluso dentro del feminismo. Piñeiro ha recibido ataques de sectores abolicionistas por declarar que una mujer tiene derecho a elegir. “Lo más brutal fueron los mensajes de odio. Deseos de violación, amenazas. Todo porque dije que defiendo el derecho de una mujer a ejercer ese trabajo si así lo decide”
Piñeiro habla sin estridencias, pero no relativiza. Para ella, el problema no es si la prostitución debe prohibirse o no, sino qué condiciones permiten que sea la única opción para algunas mujeres. “Hay quien se escandaliza por una chica que abre un OnlyFans, pero no por quienes limpian baños por monedas. El cuerpo de la mujer, al parecer, sigue siendo más vigilado que cualquier otra cosa”.
La novela se construye con múltiples voces. La narración comienza con un narrador omnisciente, luego aparecen los monólogos, los documentos, las entrevistas que abren la panorámica hacia otros personajes. “Quería trabajar con narradores no confiables, porque vivimos en un mundo donde ya no hay certezas. Ves una noticia y no sabés si es real o generada por inteligencia artificial. ¿Por qué en la literatura deberíamos seguir fingiendo que hay una sola verdad?”
Ese desplazamiento hacia la duda no es nuevo en su obra, pero aquí se radicaliza. También en la estructura familiar, que aparece como un espejo roto. Dos hermanas: una vive, la otra muere. Una habla, la otra queda en el silencio. “Yo siempre pienso las novelas desde los personajes. Nunca desde el tema. Me aparece la imagen, y en esa imagen ya hay vínculos, ya hay afectos. Y muchas veces, esos vínculos son familiares. Me interesa contar la sociedad desde ahí, desde la familia entendida en un sentido amplio.”
¿Decirle a tu jefe que todo está bien cuando no lo está no es otra forma de venderse?
Verónica, la narradora principal, es periodista. La muerte de su hermana la obliga a enfrentar la mirada pública, pero también sus propios prejuicios. “Para hablar de prejuicios, hay que mostrarlos”, dice Piñeiro. “Verónica los tiene y eso es lo que hace verosímil su conflicto”. La autora no intenta justificar a sus personajes. Deja que sus contradicciones se desplieguen. En un momento, Verónica compara su propio trabajo de oficina con la prostitución: “¿Decirle a tu jefe que todo está bien cuando no lo está no es otra forma de venderse?”, se pregunta la protagonista.
Periodismo y poder
El periodismo aparece en la novela como un campo en disputa. No solo por su rol social, sino por su pauperización. “Muchos compañeros, amigos que tienen que tener doscientos trabajos para llegar a fin de mes, para poder tener una cifra razonable y no tienen tiempo de chequear nada. Eso daña la calidad del periodismo, pero también lo vuelve más vulnerable a las lógicas del mercado” afirma Piñeiro. En la novela, el clickbait, el morbo y la explotación del dolor ajeno forman parte del dispositivo narrativo.
Para la autora, el caso de escoger la radio como medio donde reportea la protagonista viene por un interés particular al haber trabajado años en ese formato. “Antes era un lugar más libre. Hoy todas tienen streaming, cámaras. Ya no hay espacio para la voz en soledad” afirma, entendiendo cómo también este formato se ha vuelto performático y se ha subyugado al vídeo.
Entre los muchos temas que atraviesa el libro —la prostitución, el feminismo, el periodismo, la familia, el poder—, Piñeiro no elige uno por sobre los demás. Las novelas no son manifiestos para ella. “Lo que intento es dejar espacio para que el lector piense. No me gusta dárselo todo resuelto. Yo confío en el lector. Si el lector presta atención, entiende. Lo que pasa es que hoy estamos más acostumbrados a leer con distracción y este libro pide otra cosa”.
Claudia Piñeiro insiste en la complejidad de los procesos, vínculos y decisiones morales y éticas, ya que “no se trata de encontrar la verdad. Se trata de aceptar que, a veces, no la hay”.