La J. K. Rowling más luchadora dice lo que le da la gana (y lo vende muy bien)
‘La tumba veloz’, séptimo volumen de la saga del detective Cormoran Strike, encarna la reinvención de la escritora

La escritoria J. K. Rowling.
«Entretenimiento absoluto». La editorial elige esta frase, sacada de una crítica del Financial Times, para describir La tumba veloz (Salamandra), séptimo volumen de la saga del detective Cormoran Strike. Lo firma Robert Galbraith, seudónimo de J. K. Rowling.
La elección del rotativo económico por excelencia no es baladí. El éxito de la reencarnación literaria de la autora universalmente conocida por Harry Potter se plasma en dinero contante y sonante. Forbes publicó el mes pasado un sabroso artículo titulado: Así es como J. K. Rowling ha vuelto a entrar en la lista de los multimillonarios. Al parecer, cansada del sonsonete del niño mago y harta de millones, la escritora donó buena parte de su fortuna a la beneficencia y se pasó a la novela negra, muy negra.
Pero los millones, como si fueran una maldición de Lord Voldemort, han vuelto a alcanzarla. Pobre. Nunca peor dicho: su patrimonio neto ha recuperado los ceros de la casta Forbes: 1.200 millones de dólares.
La tumba veloz es un best seller en toda regla. De hecho, de la saga detectivesca de Cormoran Strike, ha salido una serie de televisión, Strike, que va como un tiro. Nada de lo que avergonzarse, como explicó por aquí Arturo Pérez-Reverte, fiel a su estilo sin concesiones. Aunque Pérez-Reverte, académico de la RAE, también ha demostrado que se pueden escribir best seller sin renunciar a la excelencia literaria.
Y no es el caso de La tumba veloz: sus más de mil páginas aseguran entretenimiento a mansalva para un verano tórrido, al fresco de un buen aire acondicionado, pero no pasarán a la historia de la literatura. El protagonista, Cormoran Strike, es un detective más estereotipado que clásico. Tanto, que la decisión de ponerle una pierna ortopédica para darle un toque original resulta un poco sospechosa. La tensión sexual con su socia en la agencia de detectives se ajusta también a los cánones sin la menor dificultad para el lector poco exigente.
Magia y diversión
Algo parecido sucede con las descripciones de los personajes: en apenas dos páginas se presenta a media docena mencionando su peinado en primer y muy destacado lugar… hasta llegar al paroxismo literario-capilar: «James Edensor, que se parecía a su padre a pesar [sic] de que tenía el pelo castaño y no parecía tener buen carácter, se levantó para darles la mano, mientras que Edward, con el pelo rubio y unos grandes ojos azules, permaneció sentado».
Etcétera. Pero funciona. La estructura está bien organizada alrededor del caso principal: la agencia de Strike es contratada para sacar a un joven de la Iglesia Humanitaria Universal, una poderosa secta religiosa con sede en una granja de la campiña inglesa. Aquí también hay magia, pero en modo adulto, como herramienta del poder y el dinero: «Yo había visto actuar a varios magos en la tele, sabía que lo que ella hacía tenía truco, pero los otros niños creían que hacía magia de verdad. Aunque no lo llamaban ‘magia’, lo llamaban ‘espíritu puro’», dice un personaje. ¿La granja como un oscuro Hogwarts para niños que quieren saber quiénes son los Reyes Magos?
La Rowling se afana en su loable objetivo de divertirnos, y lo consigue, pero también deja unas gotas de sentido común muy significativas. El joven captado por la secta tiene un leve trastorno autista que quizá comparta hoy más gente de la cuenta: «El verdadero problema de Will es que no reconoce el mal. Para él es algo teórico, una fuerza universal sin rostro que hay que erradicar. Pero es incapaz de verlo cuando lo tiene cerca». Otros simplemente se aprovechan: «Esos ricachones como él [un famoso novelista] y Noli Seymour [una actriz] no se enteran de lo que pasa en Chapman Farm. Los utilizan como herramientas de reclutamiento y son demasiado imbéciles y arrogantes para darse cuenta». Podemos imaginarnos a actores reales de sectas reales y regodearnos en el morbo. O ir más allá.
En cualquier caso, la novela atrapa por la conexión emocional con sus protagonistas, los detectives Cormoran Strike y Robin Ellacott. Dos luchadores. Cada con su trauma y la correspondiente lucha interior.
Rechazada por 12 editoriales
J. K. Rowling es una luchadora. Nacida en 1965 en una pequeña ciudad inglesa, vivió una infancia y adolescencia convencionalmente plácida, pero todo empezó a torcerse cuando no superó las pruebas de acceso a Oxford en 1982. ¿Demasiado ambiciosa? Estudió Filología Francesa y Clásica en la Universidad de Exeter y el destino la llevó a Oporto a trabajar como profesora de Inglés. Allí conoció a un periodista portugués que le arruinó la vida.
Tras huir a Edimburgo con la hija de ambos, una depresión le hizo plantearse el suicidio. Madre soltera en el paro, escribió Harry Potter y la piedra filosofal en una vieja máquina de escribir. La mandó a 12 editoriales, que la rechazaron, y solo la insistencia de la hija de ocho años del presidente de Bloomsbury terminó dándole una oportunidad. Corría el año 1997.
Y el fenómeno Harry Potter.
En 2004, Forbes la coronó como «la primera autora con mil millones de dólares». Ella negó tener tanto dinero. La revista le dio la razón… pero en 2012. Y matizando que había dejado de ser multimillonaria por sus donaciones caritativas y los altos impuestos del Reino Unido.
¿Aburrida de ser famosa y millonaria?
En 2011 había abandonado la Agencia Literaria Christopher Little, y justo ese 2012 de su caída de las alturas forbianas se lanzó a publicar su primer libro para adultos, una comedia negra y costumbrista sobre el mundo rural británico titulada Una Vacante Imprevista. La crítica la recibió con palos contundentes y solo algún parabién. El año siguiente dio un giro de timón con El canto del cuco, la primera novela de la saga del detective Cormoran Strike. Decidió publicarlo con el seudónimo de Robert Galbraith y la crítica lo acogió muy positivamente. Poco después se reveló su autoría, pero el subidón de autoestima ya le había marcado el rumbo.
Polémica
Iba a hacer lo que le diera la gana. Ese mismo año volvió a su universo harrypotteriano… pero de otra forma: anunció que escribiría ella misma el guion de varias películas sobre su novela Animales fantásticos y dónde encontrarlos y coescribiría una obra de teatro basada en la vida de Potter antes Hogwarts.
E iba a decir lo que le diera la gana. A finales de 2019, tuiteó su apoyo a Maya Forstater, una británica despedida de su empresa por decir cosas tan insólitas como «los hombres y los niños son hombres. Las mujeres y las niñas son mujeres. Es imposible cambiar de sexo». Enredada en la polémica, la Rowling tiró para adelante, continuó criticando el statu quo favorable a la ideología transgénero y recibió una buena somanta de palos de todo tipo de asociaciones y famosos como el mismísimo Harry Potter del cine, Daniel Radcliffe.
Y ahí sigue. Ya no está aburrida, desde luego. La tumba veloz describe un debate de la Iglesia Humanitaria Universal para captar adeptos; un entusiasta que acabará en lo más profundo de la secta dice sobre la familia: «No puedes negar que existen el control y la coacción, aunque sean bienintencionados». Una chica responde: «Bueno, los niños pequeños necesitan límites». Entonces sufre un ataque furibundo: «Vivienne, la chica del pelo negro de punta que siempre se esforzaba en disimular su acento de clase alta, fue la que habló con más ímpetu, y los otros guardaron silencio para escucharla».
La Rowling sigue recibiendo estopa. Pero no tiene pinta de parar. En su cuenta de X, con más de 14 millones de seguidores, responde a todo el que se le ponga por delante. Cuando el Tribunal Supremo del Reino Unido dictaminó que la definición legal de mujer se basa en el sexo biológico, subió una foto suya fumándose un puro a bordo de su yate, valorado en 150 millones de dólares, y la frase: «Me encanta que los planes salgan bien».