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Literatura

Leticia Sánchez Ruiz nos invita a un club de lectura siniestro

Lo mejor de ‘El club de la niebla’ es reconocer en él un universo literario propio que se ha robustecido con cada novela

Leticia Sánchez Ruiz nos invita a un club de lectura siniestro

Leticia Sánchez Ruiz.

El norte peninsular es un lugar oscuro. Nos lo han contado desde hace siglos, y en la narrativa contemporánea no faltan voces que enriquecen ese canon, como Domingo Villar, Manuel Rivas, Arantza Portabales y Manel Loureiro en Galicia; Berta Piñán, Ana Lena Rivera y Marta Huelves en Asturias; María Oruña en Cantabria; Dolores Redondo, Estela Chocarro y Nagore Suárez en Navarra; Mikel Santiago, Eva García Sáenz de Urturi, Ibon Martín y Luisa Etxenike en el País Vasco; o María Pérez Heredia en el Pirineo aragonés. Desde hace años, llevan la novela negra más allá de las grandes ciudades; han puesto de manifiesto que el llamado noir se nutre de las localizaciones y tradiciones norteñas, que cuentan además con un sustrato legendario muy sugerente para el lector.

Una de las últimas en sumarse al grupo es la asturiana Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980), que de hecho no es una recién llegada: se dio a conocer en 2009, cuando debutó con Los libros luciérnaga (Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos), una novela de atmósfera zafoniana –La sombra del viento se había publicado en 2001– sobre libros, bibliotecas, librerías, escritores y otros misterios librescos. A esta le siguió otra obra de tipo generalista, El Gran Juego (2011; Premio Ateneo Joven de Sevilla), vertebrada en torno a un bar del norte hacia mediados del siglo XX, una historia de aire encantador y personajes entrañables que también se plantea como una serie de pistas y aventuras.

Entonces vino la travesía por el desierto: siete años sin encontrar editor. Había entrado en el mercado gracias a dos premios a obra inédita; y ya se sabe: lo más difícil de este oficio no es llegar, sino mantenerse. Cuando volvió, lo hizo con una novela, esta vez sí, de misterio, Cuando es invierno en el mar del Norte (2018), de la mano de una editorial pequeña y de su tierra, Pez de Plata. Pronto llegó otro título en esa senda, Los detectives privados (2022). Y, entre medias, La biblioteca de Max Ventura (2020), más cercana al bookish book y el sentido del absurdo de las primeras obras. Recientemente ha visto la luz Fragmentos del mapa del tesoro (2014), un ensayo sobre Augusto Monterroso que da muchas pistas sobre la filiación literaria en la que se inscribe como narradora.

Pese a la escasa promoción recibida, Leticia Sánchez Ruiz poco a poco se fue haciendo un hueco, sobre todo gracias a las novelas de misterio, bien valoradas por la crítica y los lectores, que incluso le valieron el Premio Cubelles Noir 2019, que a diferencia de los galardones que había obtenido en sus inicios se otorga a obra publicada. No es de extrañar, por lo tanto, que haya despertado el interés de los grandes sellos: su nueva novela, El club de la niebla (2025), está editada por Grijalbo (Penguin Random House) y viene avalada por referentes del género, como Rosa Ribas o Toni Hill.

La protagonista, Alana Calume, es una joven «husmeadora de desvanes, una fisgona de mercados, una expoliadora de negocios que cierran, una saqueadora de casas derruidas, una exhumadora de pasados ajenos» (p. 13), en otras palabras, se ocupa de un gabinete de maravillas para el que recoge artilugios antiguos y extravagantes. Visitar los rastros es una costumbre que heredó de su tío, un tipo peculiar que cuando era niña la llevaba a un club de escritores. Allí conoció al enigmático Gabriel Vargas Montseny, un escritor que desapareció sin dejar rastro. Cuando comienza la novela, se produce un suceso inesperado, y ese misterio en torno a él sobrevuela la narración. De forma progresiva, el hilo se va desgranando, entre el universo de la Alana niña y el presente, hasta desentrañar la madeja.

De fondo, la ciudad de Oviedo, casi una protagonista más, con la calidez de sus escenas costumbristas y la sombra de sus paisajes. Entrañables también los personajes, en toda su excentricidad. La novela tiene esa mezcla de humor, curiosidad y melancolía que se puede considerar característica de la autora. Es por eso que se aleja de la novela negra convencional: no solo no es tan oscura, ni violenta, sino que aporta algo más allá de la resolución de la intriga, como si la desaparición fuera tan solo el pretexto para darse un paseo por las vidas de unos personajes singulares, al tiempo que las entreteje con todo tipo de detalles librescos (no es casual que gire en torno a un club de escritores) de los que despiertan la simpatía del lector asiduo.

El estilo, la voz personal de Leticia Sánchez Ruiz, se ha ido definiendo libro a libro, si bien es cierto que, con la perspectiva del tiempo, es posible detectar ya en sus primeras novelas ese gusto por lo estrambótico, en general, y por el guiño literario, en particular, introducidos siempre con ingenio y chispa, nunca desde la pedantería. La estructura tampoco es la más frecuente en el género: se desarrolla como una serie de pequeñas cajas de sorpresas, introduciendo nuevas pistas y nuevos personajes de forma constante. Capítulos breves, de prosa cuidada y amena, que tiende a abusar de las enumeraciones. No pretende, en cualquier caso, ser un thriller «trepidante», sino más bien una novela para paladear despacio, entretenida, sí, pero para estar atento a los detalles. Lo mejor de El club de la niebla es reconocer en él un universo literario propio que se ha robustecido con cada novela: el de Leticia Sánchez Ruiz, una escritora que se asoma al mundo con la mirada asombrada de la niñez y la miopía bien entendida de los que tienen una relación intensa con los libros y la literatura. Leerla es hacer una inmersión en un juego pizpireto, escrito con un desparpajo que no abunda en la narrativa española reciente y que constituye su mejor valor. Ojalá con este libro llegue, por fin, a los muchos lectores que pueden disfrutarla.

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