The Objective
La Europa de las letras

Andrea Bajani: padres e hijos

Uno de los mejores escritores actuales capaz de contar la historia de una familia corriente, pero profundamente infeliz

Andrea Bajani: padres e hijos

Ilustración de Alejandra Svriz.

«¿Se puede uno liberar de los propios padres, de todo el mal que nos hayan podido hacer? Esta es una pregunta de por sí escandalosa», afirma el escritor francés Emmanuel Carrère sobre la novela El aniversario del escritor italiano Andrea Bajani, ganadora reciente del prestigioso Premio Strega.

Uno de los mejores escritores actuales, a nivel europeo, no solo italiano, Andrea Bajani, nacido en Roma en 1975 y con una amplia y espléndida bibliografía, pespunteada sin cesar de los más importantes galardones, ha planteado, evitando la truculencia y trasfondos espectaculares y desgarradores, la historia de una familia corriente, vista desde fuera, pero profundamente infeliz entre sus secretas cuatro paredes.

¿Se puede abandonar a nuestro padre y a nuestra madre? ¿Se puede cerrar la puerta de golpe tras de sí, bajar las escaleras y decidir que nunca más los volverás a ver? ¿Se puede cuestionar el propio origen, escapar de esas garras afectivas que muchas veces oprimen de por vida? Después de diez años, liberado del desgaste de una violencia sutil y omnipresente dentro de las paredes de su hogar, el hijo protagonista de El aniversario se pone a mirar atrás y decide narrar la historia de  su familia infeliz, traspasando al mismo tiempo el tabú callado de una impuesta autocensura.

Esta novela de Andrea Bajani efectivamente romperá un verdadero tabú narrando un infierno doméstico y la huida sin retorno del protagonista: desde las primeras páginas del libro este mismo personaje nos contará la última vez que vio a sus padres, antes de dar la espalda para siempre a su familia, definitivamente impotente para afrontar la violencia cotidiana de un padre-padrone y la muda sumisión desesperada de la madre.

El mismo Bajani lo explicaría así: «Mientras que todos los demás vínculos están sujetos a las decisiones de los individuos, la familia está dentro del reino de la sangre, está fuera de la ley, tiene una moral por derecho propio. Y cuando el sistema de algunas familias se convierte en un sistema cerrado, regulado tan sólo por la ley arcaica de algo parecido a un padre-padrone, enseguida se crean pequeños sistemas totalitarios. El individuo se halla encerrado, prisionero dentro de las paredes de su propia casa».

Por otra parte, y siguiendo con otro de los temas que a menudo a tratado este autor, los sistemas cerrados y opresivos de nuestra vida cotidiana, uno se puede preguntar, leyendo su magnífica novela Saludos cordiales: ¿Tienen alma las grandes empresas? Y en el caso de tenerla ¿es posible introducir en los peores y más crueles momentos de destrucción de «capital humano» la poesía, una poesía que embellece y casi absuelve de toda culpa a sangrientos procesos de liquidación y exterminio? Y este precisamente sería el tema, el mundo del trabajo en nuestros días, y el despiadado momento de las muy temidas y en ocasiones bárbaras reducciones de personal, que afrontaría Bajani en su tercera novela de 2005.

Andrea Bajani, muy cercano en vida al gran escritor desaparecido Antonio Tabucchi, al que le dedicaría en 2013 un bellísimo libro de la historia de su amistad, titulado Mi riconosci es autor de celebradas novelas (Se consideri le colpe, Ogni promessa, Qui non ci sono perdenti, Saluti cordiali, La mosca e il funerale o Il libro delle case), en ocasiones galardonadas con premios de importancia como el Mondello. A ellas se tienen que añadir tres libros de poesía y varias obras de género periodístico, una sobre el trabajo precario en Italia y otra más sobre el mundo de los adolescentes.

En Saludos cordiales, ya no estamos en el submundo tétrico de la clase obrera depauperada, en busca de trabajo y subsistencia básica, de aquel realismo truculento y espléndido de Zola o de las historias de desempleados de la Gran Depresión de Steinbeck y el alemán Alfred Döblin. En esta novela de Bajani nos adentramos en un mundo fantasmal, casi de zombis, un mundo de pesadilla kafkiana entre Orwell y Aldous Huxley. Un universo gélido, cínico y calculado, de oficinas y grandes empresas sin rostro y sin alma. Empresas cuyos jefes incontestables se permiten, como en los quirófanos, inventar chistes macabros para los peores y más apocalípticos momentos, y en las que, como herencia de algo parecido a un sentimiento de culpabilidad de un pasado remoto cristiano-humanista, o de un elevado sentimiento poético y avergonzado de sí mismos, echan mano de asesinos a sueldo. Es decir, de «liquidadores» expertos, sumamente dotados para embellecer recortes, reajustes y «purificaciones» necesarias emprendidas, de forma cada vez más frecuente, por el muy temido jefe de recursos humanos.

Muy dotado para la parodia, para un espectral y estremecedor humor negro que aplica en su novela al implacable cosmos de un capitalismo salvaje al que nadie pide cuentas, un capitalismo cada vez más concentrado y cada vez más obsesionado en la productividad a todo precio, Andrea Bajani cuenta la historia, casi en el fin del mundo, de la azarosa cadena de liquidadores de una empresa. Una cadena de liquidadores, apenas dos, el original y su copia o «sustituto» -inmediatamente bautizado como Matarife por sus compañeros- que el destino acabará uniendo y dotando de un alma. O, si se prefiere, de algo parecido al afecto, la conciencia, la compañía mutua y la solidaridad. En otras palabras, el lugar de la empatía: situarse en el lugar del otro, con todo lo que ello implica de compromiso y restitución de una dignidad perdida, aunque sea en el momento del adiós definitivo a todo.

Tras recibir un día de repente la carta de despido, un todopoderoso director de ventas, antaño ejecutor y elaborador de finiquitos en su empresa, se ve obligado antes de marcharse a dejar todas sus posesiones. Privilegios simbólicos que hasta ese momento definían su poder incontestable: las llaves del coche, el teléfono móvil, la tarjeta de crédito y el ordenador portátil. Despojado de todo, su vida de antaño, como una mortaja o un pequeño féretro, quedará resumida en una tosca caja de cartón que se llevará con él a su casa, ante la indiferencia del resto de los que hasta entonces fueron sus compañeros, que intentarán no cruzarse con él y evitarle por los pasillos.

Tras su marcha, un oscuro empleado, ignorado hasta entonces, será descubierto inopinadamente como una especie de genio de la elegancia, la estilización y las más exquisitas formas, a la hora de elaborar poéticas y nostálgicas cartas de despido a los empleados. Pero el gris y modesto empleado no sólo sustituirá a su antiguo jefe incontestable como liquidador, sino que, caído éste en la desgracia, empezará a sustituirlo también en su vida.

Contrastando con el mundo maquinal y sin sentimientos propio de los adultos, el nuevo liquidador se hará cargo de los dos niños de su antiguo jefe. Martina y Federico habitan aún en el cielo intocado de la inocencia, de las risas y del juego. Juegos alegres, llenos de imaginación, que de repente estallan en locas carcajadas, muy distintos a los sórdidos «juegos de roles» que los jefes de la empresa se han inventado últimamente. Obligando a una aterrorizada plantilla a siniestras ceremonias de felicidad ficticia y colectiva,  obligan a disfrazarse a los empleados una vez a la semana. Quiméricas y humillantes «estrategias de puestas en valor de las individualidades del personal» que supuestamente revelarán momentos de desinhibición y total libertad. Una ficción más en lo que en realidad es su vida triste y cotidiana dentro de un campo de concentración.

Y si antes nos planteábamos si tienen alma las empresas, ¿tienen alma las casas? En el caso de tenerla ¿qué susurros e historias completas o incompletas, robadas a otros o imaginadas, han quedado entre sus muros? Si el francés Georges Perec en La vida modo de empleo encerró en un solo edificio decenas de tramas posibles, de novelas dentro de otras novelas, de personajes y habitaciones encapsuladas junto a sus mobiliarios, teniendo como resultado, tal y como decía su compañero del movimiento Oulipo, Italo Calvino, «un libro ultracompletado que dejaba una pequeña fisura a lo incompleto», en el caso de Andrea Bajani y la que sería de nuevo su bellísima y muy singular obra El libro de las casas, las casas, apartamentos y espacios compartidos hablan de forma autónoma, como personajes, de los que un día pasaron por ellas.

Sin orden cronológico y a través de habitaciones «transitorias» de estudiante, de bloques de cemento en la periferia romana, de pisos burgueses con porteras que maltratan a los criados en Turín, de pequeñas y humildes moradas en la montaña con vistas a los Alpes, o en casas emboscadas en sótanos sin luz en los barrios populares, Andrea Bajani contará en esta ocasión, a la manera de un impersonal relato autobiográfico, la historia de un personaje llamado simplemente «Yo». Del mismo modo, los otros que lo circundan serán llamados Mujer, Hija, Padre, Madre, Abuela, Familia, Parientes o Tortuga. El crecimiento de Yo crece paralelo al de todo un país, Italia, a lo largo de casi cincuenta años, entre 1975 y 2021.

La historia o reunión de historias de El libro de las casas se convierte en una sutil biografía de lo privado y lo público, basada en una minimalista y fotográfica «poética espacial»: en ocasiones se alternan las listas a lo Perec o las elegías a objetos inanimados (a radiadores, colchones, armarios, cuadernos o llaves) como hacía el poeta francés Francis Ponge; en otras ocasiones brilla en la oscuridad de las estancias el hermetismo ingrávido, atravesado por silencios, incógnitas y censuras de lo real de grandes poetas como el premio Nobel italiano Eugenio Montale. Los secretos de familia serán apuntados levemente, intuidos con rápidos trazos, así como los conflictos que unen o separan durante años a las personas.

En el libro de Bajani son las casas, ya sean las de una infancia modesta, las de un escalafón superior en la edad adulta, la Casa de las Palabras donde se refugia para escribir en soledad, o bien la de la Mujer con Anillo que vive un romance prohibido con un joven veinteañero, las que dan forma, sentimientos, anhelos y decepciones a los que pasan más o menos brevemente por ellas. Por otro lado, determinados objetos, aparentemente inanimados, seguirán emitiendo ecos y «acogerán», a su manera, como moradas eternas, a los seres humanos que los habitaron por breves y trágicos espacios de tiempo. 

Así, Bajani escogerá la metáfora dolorosa y estremecedora de dos coches-sepulcros: por ejemplo, un Alfa Romeo GT 2000 («es el último coche de Poeta, el coche que le sobrevivió después de dejarlo solo, boca abajo en el barro, en el Idroscalo») que encarna la casa final de Pier Paolo Pasolini; en otro caso será un atroz maletero de Renault 4 (Casa Roja con Ruedas, «Última Casa de Prisionero -como se nos dice- lo que hay dentro y no se ve es un corazón que bombea sangre infecta, putrescente, por todo el país»). En ambas ocasiones simbolizarán las dos muertes violentas que conmocionaron la historia de todo un país. En una de ellas se trataría del asesinato en 1978 del político de la Democracia Cristiana Aldo Moro, a manos de las Brigadas Rojas, tras un dramático cautiverio, y en la otra, sería el crimen, aún sin resolver, del gran poeta, cineasta y agitador político, Pasolini, en 1975.

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