Juan López-Herrera: «No tenemos una memoria común de la Guerra Civil»
El diplomático y novelista vocacional habla con THE OBJECTIVE sobre su novela ‘Como un río que me cruza’
Juan López-Herrera (Sevilla, 1961) es diplomático de profesión y novelista de vocación. Autor de una novela de culto sobre la vida y misterios de la Andalucía más estrafalaria, La cream coneshion; de una novela paródica sobre su experiencia como diplomático en un país parecido a Cuba, La ínsula inefable, y de un homenaje, en clave de humor, al Quijote y la novela negra, Las aventuras del ingenioso detective Frank Stain, ahora, alejado del tono paródico y de farsa, acaba de publicar Como un río que me cruza, en la imprescindible Editorial Funambulista de Max Lacruz. En ella sus protagonistas son los exiliados y los inmigrantes españoles en Francia y su poco reconocida participación en la Resistencia. Cónsul de España en Orán, tras cuatro años de cónsul en Lyon, López-Herrera es miembro de la directiva de la Asociación de Diplomáticos Españoles, y reivindica una larga lista de mejoras para el servicio exterior español. Para hablar de su último libro, que no solo aborda el tema del exilio republicano en Francia sino también las amargas disputas entre anarquistas y comunistas durante la Guerra Civil, lo recibimos en Contrapuntos, en una calurosa mañana de verano.
PREGUNTA.- Acabas de publicar una novela, Como un río que me cruza, que planteas como un homenaje a los exiliados republicanos en Francia y su aportación a la resistencia. ¿Por qué no nos explicas un poco sobre ella?
RESPUESTA.- Efectivamente, es una novela que es, de alguna manera, un homenaje al exilio republicano y a la contribución de ese exilio a la Resistencia en Francia, que es una historia bastante desconocida. Pero también, aunque no se menciona en la solapa, a la contribución de los inmigrantes españoles a esa lucha en la Resistencia, que eso es aún más desconocido. Y la génesis de la novela viene de que soy diplomático de profesión y estuve destinado en Lyon, en Francia, como cónsul general entre 2019 y 2024. Y nada más llegar a Lyon empecé a recibir invitaciones de asociaciones que preservaban la memoria de la Resistencia, y eran invitaciones para pequeños actos conmemorativos, sobre todo de maquis rurales por todo el territorio. La demarcación que yo tenía en el consulado era toda la región central de Rhône-Alpes y luego dos departamentos de la Borgoña. Fui a las primeras invitaciones y vi que eran, eso, pequeños maquis que habían luchado en zonas del interior, en zonas rurales de Francia. A veces habían protagonizado gestas bastante importantes dentro de la Resistencia, o habían incluso liberado ciudades. Fue el caso, por ejemplo, en mi zona, de Annecy o de Montélimar, fueron maquis españoles los que las liberaron.
P.- ¿Era esa la razón por la que te invitaban, por ser resistentes españoles?
R.- Así es. Siempre había una conexión española, y lo que empecé a ver es que esa conexión no era testimonial, no era una persona suelta: era mucha gente. De hecho, hubo maquis en toda Francia, pero en esa zona donde yo estaba fueron fundados por españoles; los primeros que los iniciaron fueron españoles. Eso me intrigó, porque yo tenía asimilado un poco el exilio español, por supuesto, en los campos de concentración del sur de Francia y en Toulouse, a la que se llamó siempre la capital del exilio. Y últimamente se ha dado a conocer la participación de exiliados republicanos españoles en el marco del ejército de la Francia libre, en la liberación de París.
P.- La famosa división de Leclerc y los tanques con nombres de ciudades y batallas españolas.
R.- La Nueve. Pero yo no los tenía situados en esta otra zona, con lo cual empecé a interesarme por el tema. Por supuesto, seguí asistiendo a todos estos actos, que fueron muchísimos, hablando con los descendientes de estos exiliados españoles que estaban allí, con los descendientes de sus camaradas franceses –era muy interesante también hablar con ellos, la visión francesa de sus camaradas–, y a investigar.
Y entonces encontré la razón por la cual había esa enorme presencia de españoles. La razón, resumidamente, es que, cuando llegan, en apenas dos semanas tras la caída de Cataluña –la última semana de enero y la primera semana de febrero de 1939, medio millón de personas huyen de las tropas de Franco y entran en Francia–, son los que van a los famosos campos de los Pirineos y las playas mediterráneas. De ahí, una parte –mujeres, niños, civiles– va desperdigada por otros sitios. Los franceses andan presionando a los españoles para que vuelvan y, efectivamente, en el curso de un año, unos 300.000 ya han vuelto a España. Pero hay unos 150.000 –otras cifras dicen 180.000– que se quedan y permanecen en los campos. El Gobierno francés sigue presionando, y la opción que les da es unirse al ejército francés, cosa a la que muchos de ellos eran muy reticentes; eran bastante antimilitaristas, sobre todo los anarquistas. Al final, los franceses lo que diseñan es un sistema de trabajos forzados, al que llaman «compañías de trabajadores extranjeros», y les obligan a entrar en esas compañías. Y esas compañías las desperdigan por toda Francia.
P.- ¿Era la única opción para dejar los campos?
R.- Era la única opción para dejar los campos de concentración. Les amenazaban incluso con devolverlos por la fuerza a España.
P.- Además, les cae a pie cambiado con el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
R.- Los franceses utilizan estas compañías de trabajadores extranjeros para reforzar sus defensas ante la guerra inminente, que ya se veía venir, o incluso ya en el comienzo de la guerra, que tiene esa primera fase, lo que llaman la drôle de guerre, en la que no hay actividad militar en Francia hasta el mes de mayo de 1940.
P.- Y que dura sólo seis semanas hasta la derrota francesa.
R.- Tienen a todas estas compañías trabajando en la Línea Maginot, en la industria bélica, en la construcción de infraestructuras. Y son muchos. En este tema las cifras bailan mucho de unos autores a otros, y una de las cosas que yo creo que es una tarea pendiente es que hubiera un gran estudio para intentar homogeneizar un poco.
P.- Para que cada persona tuviera su historia.
R.- Y que los números cuadren, porque hay una gran diversidad de cifras entre unos historiadores y otros. Se habla de entre 50.000 y 100.000 españoles en estas compañías.
P.- Y ese es el «semillero» que va a la Resistencia.
R.- Ese es el semillero, porque va habiendo una presión creciente de los alemanes para llevarse a esos trabajadores, sobre todo ya desde la derrota de Francia y la instauración del régimen colaboracionista de Vichy.
P.- Para ir de trabajadores esclavos a Alemania…
R.- Una parte en Francia y una parte en Alemania. En Francia, lo que llaman la Operación Todt, que es todo el refuerzo –ya una vez que han ocupado los alemanes Francia– de sus defensas: el Muro del Atlántico, la construcción de 15.000 búnkeres, bases de submarinos en Burdeos… Ahí se llevan como a unos 25.000, pero quieren llevarse también gente a Alemania. Los españoles, evidentemente, no están dispuestos, y empiezan a escaparse de estas compañías de trabajos forzados.
P.- Y se integran en el maquis. Tienen cerrada la frontera con España. Ya no lograron huir o ser aceptados en México y se tiran al monte.
R.- En México, además, fue más bien una cierta élite funcionarial, política, cultural. Aquí estamos hablando de la masa de soldados.
P.- Tú te enfrentas, como cónsul de España en Lyon, a estas conmemoraciones y, por lo tanto, a decenas de historias que no conocías, con mucho sentimiento humano y de pronto piensas «aquí tengo una novela», ¿o cómo te lo planteas?
R.- No, yo al principio no me lo planteo así. Voy asistiendo, me van emocionando con estas historias, me implico mucho. Puse en marcha, además, junto con unos profesores españoles de la Universidad de Lyon III, unos seminarios que hicimos cada año sobre el exilio y la emigración en aquella zona. Y, bueno, poco a poco me voy implicando cada vez más. Pero quizás el detonante es algo que me pasó y que de alguna forma se refleja en una escena de la novela. Aunque no fue exactamente así. Fue en uno de esos actos a los que me invitaron. Me dijeron que tenían particular interés en que yo fuera porque era un español que había muerto en un maquis en el sur de mi demarcación, y habían conseguido localizar a la familia en España. Eran unos sobrinos nietos. Entonces iban a hacer un homenaje en presencia de la familia, y la familia traía, por primera vez, una foto que había guardado…
P.- Hay una mención colateral en la novela.
R.- Una cosa parecida. La ceremonia fue muy emocionante, pero cuando acabó la ceremonia y yo estaba saliendo, un señor francés –que estaba, además, en una silla de ruedas– me llamó y me dijo: «Yo soy hijo de un compañero de esta persona». Y me vino a decir un poco lo que aparece en un pasaje de la novela. «La historia no es exactamente así, esto pasó de otra manera».
P.- Es brutal. Para no revelar el misterio a los lectores, lo que te dijo ese hijo de combatiente francés es algo que revelaba el enfrentamiento entre anarquistas y comunistas, incluso después de la Guerra Civil, y cómo se mantuvo dentro del maquis…
R.- Durante toda la época de la Resistencia. Aquella historia me impactó mucho, y ahí sí, me dije: «ésta es una historia realmente para contarla». Y luego tuve una conversación un día con un alto responsable francés de una sección del Ministerio de Defensa que se dedica a esto, que es la Oficina de Antiguos Combatientes y Víctimas de Guerra. Yo siempre les insistía mucho en que había que abrir los archivos, porque muchos de los investigadores se quejan siempre de que los archivos no están abiertos, que es difícil acceder a determinadas informaciones. Y él me dijo: «Algún día habrá que abrirlos, pero a lo mejor el día que se abran no va a gustar ni a vosotros ni a nosotros lo que va a aparecer». Y tiene que ver con la trama de la novela, con las luchas intestinas y con muchas cosas muy feas que habían pasado también en la Guerra Civil.
P.- El enfrentamiento entre anarquistas y comunistas marca toda la retaguardia republicana. Los hechos de mayo del 37, en Barcelona, en torno al edificio de Telefónica, que cuenta Orwell en Homenaje a Cataluña.
R.- Exacto. Al mismo tiempo, en mis lecturas normales –ya no ligadas a esta historia de Francia– descubro la figura de Cipriano Mera, que confieso que desconocía absolutamente. De los anarquistas de la guerra, recordaba a los que habían participado en el Gobierno: Juan García Oliver, Federica Montseny…
P.- Durruti, por supuesto.
R.- Pero no tenía en el radar a Cipriano Mera. Y leí sus memorias, leí sobre él, y la verdad es que me pareció un personaje fascinante.
P.- Al que llamaban «el viejo» porque tenía 40.
R.- El resto tenían todos 20 años. En fin, fue un conjunto de temas. Y luego también me impresionó mucho la dimensión de esto en Francia, y lo desconocido que era. No era, como dijo alguien, un «puñado de gente». Eran muchos miles de personas. Las cifras que se barajan, con oscilaciones, entre guerrilleros y gente en el maquis rural, es de 14.000 españoles en vísperas de la liberación, en el mes de mayo de 1944. Es mucha gente, cuando se tiene en cuenta que los franceses cifraron lo que llamaron las Fuerzas Francesas del Interior –que era toda la amalgama de la Resistencia dentro de Francia– en 160.000 personas. Pero es que a eso hay que unir toda la resistencia urbana, no rural, que esa sí se alimentó sobre todo de inmigrantes españoles.
Yo he leído, por ejemplo, a una periodista española, hispano-francesa, se llama Evelyn Mesquida, que tiene un libro magnífico sobre La Nueve, y tiene otro libro muy bonito que se llama Y ahora volved a vuestras casas, que es la frase que, por lo visto, les dijo De Gaulle cuando les agradeció los servicios prestados. Les dijo: «Gracias, muchísimas gracias en nombre de Francia. Pero ahora ya se acabó. Esta es una cuestión francesa». Ahí se cita que, por ejemplo, solo en la liberación de París –aparte de la contribución de La Nueve, de la Segunda División Blindada–, hubo hasta 4.000 resistentes españoles luchando en las calles de París, como resistentes urbanos. Y además con contribuciones muy significativas. Por ejemplo, quien detiene al gobernador militar de París, Von Choltitz, que se encastilla en un hotel, en el Hotel Meurice, con tropas de élite, son unos emigrantes españoles, antiguos exiliados, que entran a golpe de granada. El general lo único que les pide es que le dejen rendirse a un oficial francés. Estos españoles van a buscar a un teniente coronel, que recibe la rendición del general.
P.- Historia que habla del peso que tienen los españoles.
R.- Eustaquio Pino, extremeño, libera Aubervilliers, que es una población de los suburbios de París. En fin, hay muchos actos significativos.
P.- De la cifra que das de 160.000 resistentes, no hay que olvidar lo que decía Malraux, de los «resistentes del mes de agosto», los que se sumaron en tromba cuando vieron que iban a ganar los aliados, pero que en realidad la cifra era menor. Pero volvamos a la novela. Con el descubrimiento de la intriga en el interior de la Resistencia entre comunistas y anarquistas y la fascinación por el personaje de Cipriano Mera, te das cuenta que tienes material para armar una novela.
R.- Así es.
P.- ¿Y por qué la estructura? La novela está dividida en la historia de Rafael, este miliciano que simboliza un poco a todos estos, a las órdenes de Cipriano Mera, y la historia de Ginés, un viejo cónsul español en Francia.
R.- Son dos historias que quería contar. Y me parecía que podía ser interesante que la historia de Rafael la contara el personaje del cónsul desde el presente. Personaje que me servía, por otra parte, para rendir homenaje también a la emigración, que yo creo que olvidamos. Cuando pensamos en emigración en Francia, pensamos siempre en la última oleada, de los años 60 o 70, y la inmigración española en Francia es un fenómeno muy anterior, que comienza a finales del siglo XIX y que tiene un momento, además, muy importante en la Primera Guerra Mundial. En la Primera Guerra Mundial no hay mano de obra en Francia: están todos en el frente. No pueden acudir a otras fuentes –entre comillas– habituales, porque además están en guerra también: los italianos también están participando, belgas, polacos… La única fuente posible son los españoles. Y la población inmigrante española en Francia más que duplica desde 1916 hasta justo después de la guerra.
P.- Y de eso te das cuenta con los números en la mano siendo cónsul, porque tienes que dar permisos, documentos de distinta naturaleza…
R.- Y en los archivos también del propio consulado, gente que te llega y te cuenta que su familia está allí desde hace equis tiempo. Luego también fue muy importante para eso la Ley de Memoria Democrática, que ha permitido –y todavía está permitiendo– acceder a la nacionalidad a los nietos. Me empiezan a llegar muchos nietos e incluso bisnietos pidiendo la nacionalidad, y me cuentan que su abuelo está allí porque Lyon se convirtió en un destino privilegiado, prioritario, de emigración española, porque era una ciudad industrial y esa industria se reconvirtió en industria de guerra. Con lo cual muchísimos españoles van a Lyon y Villeurbanne.
P.- Me gusta mucho la habilidad para combinar estos dos tiempos. Porque también recreas la vida de Ginés, que es el cónsul: su fascinación con Francia desde joven, porque su padre había sido emigrante, etcétera. Y creo que está muy bien contada cómo la vida de Ginés, al final de la novela, se une de una manera brillante en términos narrativos con la historia del miliciano. Pero, tras leer la novela, me quedé con el gusto de que quizá eres un poco complaciente con la historia de los anarquistas. Tienes en cuenta solo el lado luminoso de los anarquistas, pero obvias la parte más oscura, sobre todo en la Guerra Civil, cuando quisieron imponer la revolución a las necesidades de guerra, o cuando cometieron en la retaguardia muchos crímenes injustificables.
R.- Sí, la acepto. Y no eres el primero que me lo dice. Lo que pasa es que yo creo que la razón fundamental es que la de los anarquistas es una historia de dobles perdedores. Pierden la guerra, y pierden la guerra dentro de la guerra. Y pierden también el exilio. Porque en el exilio, al igual que lo que pasó en la guerra, en Francia y en la Resistencia, se acaban imponiendo también los comunistas.
P.- Después de la Segunda Guerra Mundial, el prestigio comunista es inmenso.
R.- Cuando, igual que pasó en la guerra en España, los anarquistas eran predominantes en términos de números en el exilio francés y en la Guerra Civil.
P.- Eran en la guerra muchísimo más.
R.- Y, sin embargo, acaban perdiendo. Son derrotados sucesivamente hasta caer ya absolutamente en el olvido. Digamos que había, en el punto de partida, una simpatía. Sin olvidar lo que fueron. De hecho, por eso el protagonista –y con esto tampoco se desvela nada, porque es el inicio de la novela– parte de que él mismo comete un crimen a sangre fría.
P.- Sin duda, aunque el protagonista nunca está arrepentido.
R.- No se ha arrepentido, pero queda bien claro que es un crimen a sangre fría, sin ninguna razón para cometerlo. De hecho, pensé en un momento dado en introducir algún capítulo al inicio, también con un enfrentamiento personal entre él y las personas a las que acaba asesinando –que son sus señoritos–, pero preferí no hacerlo, precisamente para que se viese que el crimen era gratuito, a sangre fría y sin motivación ninguna, puramente por motivos ideológicos. Y luego también pensé que quizás en la época de Madrid habría sido posible introducir otros elementos. En concreto, el tema de las checas, etcétera.
P.- Claro, porque una parte importante de la novela transcurre en Madrid. Rafael es asignado a la defensa de Madrid, trabaja muy de cerca en la reconversión de las milicias anarquistas en una brigada del Ejército republicano, y ahí él está fascinado con Madrid porque viene del campo cordobés, de una vida muy limitada y muy exigente. Y de pronto queda fascinado con Madrid –se entiende–: la capital, la cultura, un romance increíble, etcétera. Quizá esa fascinación con Madrid oculta todo lo que estaba pasando en el Madrid republicano.
R.- Eso sí fue deliberado también. Y ya no por el tema anarquista. No quise repetir otra novela más de la Guerra Civil. Creo que el tema de la Guerra Civil –y lo estamos viendo ahora– no nos ha unificado, nos ha dividido. No tenemos una memoria común. Aquí hay varias memorias fragmentarias. Y a mí me parece que es muy importante que intentemos reconstruir una memoria común, y para ello hay que ir a las historias humanas. Si volvemos a la parte puramente política de lo que pasó históricamente, creo que nunca vamos a conseguir encontrar unas bases comunes de entendimiento. Yo recuerdo cuando hacía la oposición que, en la Escuela Diplomática, siempre nos contaban cómo habían decidido Jean Monnet y otros iniciar el proceso de construcción europea después del gran trauma de la Segunda Guerra Mundial, y era lo que llamaban «la Europa de los pequeños pasos». Vamos a olvidarnos de las grandes teorías políticas. Vamos a construir Europa a partir de pequeñas cosas, la unión del carbón y del acero. Yo creo que tenemos que hacer un proceso de reconstrucción similar en cuanto a nuestra memoria colectiva, y quizás eso pase por las historias humanas, olvidándonos un poco de la parte puramente ideológica, o de la rendición de cuentas, o de la contabilidad entre lo que pasó en un lado y en otro. Eso ya está muy contado. Lo han contado otros, y mucho mejor que yo.
P.- Es interesante tu punto de vista, desde luego. Y en la novela está muy bien resuelto. Y ese Madrid heroico –que también lo fue– es emocionante volverlo a visitar. Pero si hay historias humanas, yo no diría políticas, sino humanas, de gente a la que, sin deberla ni temerla, le hicieron el paseíllo, o que luchó por la República y acabó en una checa, no sé…
R.- Yo preferí omitirlo. Preferí centrarme en otro aspecto. Pero es perfectamente posible.
P.- En cambio, con el comunismo sí tienes una vertiente bastante crítica.
R.- No soy yo. Es el personaje. No es una opinión personal. Yo quiero reflejar el punto de vista anarquista sobre lo que fue todo aquello. Los comunistas han tenido muchos cantores, y los anarquistas yo creo que no han tenido prácticamente ninguno.
P.- Enzensberger.
R.- Quizás. Pero, por ejemplo, ya tienes a Almudena Grandes, que te canta todo lo que fue el exilio comunista, y yo preferí centrarme en estos grandes perdedores. En estos dobles y triples perdedores de la historia.
P.- Y que la historia –que no podemos revelar, pero que es terrible– sí cuenta cómo el comunismo se va apoderando de los instrumentos de la República y al final impone su ley, en el frente y en la retaguardia.
R.- Exactamente. Y lo vuelve a hacer en el exilio y en la Resistencia. Así es. Con el agravante, además, de que –como se refleja y el protagonista de la novela repite incesantemente– los comunistas, al principio, deciden no participar en nada. El pacto Molotov-Ribbentrop los inhibe. Hasta junio del 41, cuando los alemanes invaden Rusia, no hay participación comunista. Y, de repente, cuando ya deciden participar y reciben instrucciones desde Moscú de que ahora sí, se adueñan de todo. Se apoderan absolutamente de todo. Además, intentando hacerlo de una manera supuestamente colegiada y consensuada: crean la Unión Nacional Española. Quién lo diría hoy en día: un movimiento comunista creando una «Unión Nacional Española» y proyectando una operación a la que llaman «Reconquista de España».
P.- Increíble e imposible hoy en día.
R.- Acaban quitando de en medio a todos estos líderes anarquistas que habían tenido un papel muy importante en la Resistencia francesa. Y no solamente a los líderes anarquistas: también a líderes comunistas que habían tenido una actitud, digamos, más dialogante con los anarquistas dentro de la Resistencia francesa. Es el caso de Cristino García, por ejemplo, que dirigió todo el maquis en la zona sur de Francia y que tuvo una relación excelente con otro de los personajes históricos de la novela: un resistente anarquista, Juan Pujadas.
P.- Por supuesto. Y que estuvo en la Resistencia.
R.- Estuvo en la Resistencia y tuvieron una magnífica relación los dos. Cristino García, cuando llega el momento de la operación del Valle de Arán, es apartado del mando porque se consideraba un hombre poco fiable, porque no había seguido las instrucciones que recibía a rajatabla.
P.- En esta novela dejas, en cierto sentido, el tono fársico, que es el fuerte de tu narrativa anterior. Pienso, por ejemplo, en La cream coneshion, que es toda una gran farsa sobre la idiosincrasia andaluza, la corrupción, la vida cotidiana y va desde lo sagrado hasta lo profano. Esa Andalucía de los 90, que creo que además fue un libro de culto en su momento. En La ínsula inefable hay un tono de humor también, con muchos incidentes sexuales. Y en cambio, en esta novela te alejas de ese tono…
R.- Yo empecé a escribirla y mi planteamiento inicial era contar la historia de Rafael sin ese tono de humor, pero sí contar la historia de Ginés con humor. Y así empecé: manteniendo un poco el tono paródico de los libros anteriores, como tú dices. Pero me di cuenta, al cabo de un tiempo, de que aquello no funcionaba. El contraste no funcionaba y los dos tonos no cuadraban. Entonces la aparqué, y la tuve durante más de un año en un cajón. Y cuando la retomé, de manera natural, reescribí los capítulos de la historia de Ginés en el mismo tono que los de la historia de Rafael, porque vi que si no no cuadraba con el tema. Era un tema muy emocional, y me resultaba muy difícil meterle el mismo tipo de humor que yo había utilizado hasta el momento.
P.- Además sufre Ginés lo peor que le puede pasar a un ser humano, y ahí ya se escapaba cualquier cosa de usar el humor.
R.- Con lo cual, ese no era el camino. Y no fue, como te digo, un propósito deliberado antes de empezar a escribir, sino que lo dictaron las historias que estaba contando.
P.- Siempre, en cierto sentido, has reconvertido temas de tu vida profesional o de tus intereses intelectuales en ficción. Quizá el más polémico sea el libro de Cuba, en cuya primera página dices que no es Cuba…
R.- Y sigo diciendo que no es Cuba.
P.- Por supuesto. Solo es una isla en el Caribe dominada por los comunistas.
R.- Como puede haber muchas.
P.- En ese caso, tú estuviste como diplomático.
R.- Estuve como segundo de la embajada.
P.- Siempre me ha intrigado: ¿por qué sigue habiendo gente, viendo el fracaso sistémico, económico, político y moral de la isla, que defiende esa circunstancia? ¿Tú tendrías una respuesta?
R.- No tengo ninguna respuesta. Es uno de los grandes misterios de la humanidad. No consigo entenderlo. Consigo entender que alguna gente dentro de Cuba, por razones muy emotivas, muy emocionales, no acabe, digamos, de asimilar que aquello fue un gran fracaso. Hablo de personas que yo he conocido y que me han dicho: «Yo, a pesar de todo, no hubiera tenido la vida que he tenido si no hubiera sido por la revolución». Por ejemplo, una señora muy amiga nuestra, una señora negra del oriente cubano, de una familia paupérrima… Su vida cambió para bien con la revolución, por las oportunidades que tuvo. Entiendo que ahí hay unos lazos emocionales que son difíciles de soltar, sobre todo en determinadas edades. Pero desde luego, fuera, gente que no es de la isla, que no lo ha vivido y que sigue teniendo esa visión… Es absolutamente incomprensible.
P.- La sensación de destrucción es absoluta. E incluso de degradación moral de una sociedad.
R.- Y de ver cómo todo el mundo huye, y cómo se han destrozado tantas vidas. Y se continúan destrozando.
P.- Sesenta y seis años y parece que no cambiará nada.
R.- Y ahí siguen. Cuando yo estuve allí hace ya casi veinte años, entre 2007 y 2009, parecía que íbamos a tener la transición cubana de manera inminente. Yo creo que esa sensación la hemos tenido todos los diplomáticos que hemos llegado allí desde hace 30 años.
P.- El libro de Oppenheimer se llama La hora final de Castro.
R.- Y aquello sigue. Al final no me resistí a hacer algo, pero ahí sí en ese tono paródico, distanciándome un poco como diplomático. No quería meterme en los temas con más profundidad. Y la idea es curiosa: me la dio un libro de este historiador británico, Timothy Garton Ash, que se llama The File (El expediente). Es un libro en el que cuenta que, cuando acaba su carrera de historiador, consigue que le autoricen a ir a la Alemania Oriental a hacer un trabajo de investigación, por un acuerdo entre el Gobierno británico y el de la República Democrática Alemana. Él está viviendo, no sé si un año o año y pico allí, y llega un momento en que lo expulsan. Y él no sabe por qué lo están expulsando. Al cabo de los años, cuando cae el Muro de Berlín y se abren los expedientes de la Stasi, él decide volver y reclamar su expediente. Entonces reclama su expediente y…
P.- Descubre que lo espiaban…
R.- Descubre no solamente que lo espiaban, sino todo lo que pasó durante su estancia allí. Y se lleva sorpresas de doble signo: gente de la que no se lo esperaba, descubre que sí estaban colaborando, y otros de los que él sospechaba, se da cuenta de que no. Pero ni corto ni perezoso, no se queda ahí: se va a visitarlos a todos y quiere hablar con ellos. No en tono incriminatorio, sino simplemente para que le expliquen por qué, cuál fue la historia. Me pareció realmente apasionante.
P.- Eso está en el trasfondo de la novela, de la intriga, aunque en la novela es un tema sexual, porque es la forma en que, en esa isla rara que no llamaremos Cuba, se caza a mucha gente.
R.- Exactamente.
P.- Ahora estás en Orán, tras dejar Lyon. ¿Cómo es la vida desde esa perspectiva? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo ves una sociedad musulmana, pero al mismo tiempo gobernada por los militares? Lo que puedas contar, claro, sin incomodidad.
R.- Prefiero no entrar mucho en temas políticos, sobre todo estando destinado. Pero sí puedo decir que es un puesto muy complejo para nosotros, porque se trata sobre todo de la cuestión migratoria y de visados. Hay una demanda enorme, muchísima gente que quiere dejar el país y, en fin, es un trabajo delicado, es difícil, y además se hace en condiciones complicadas. Como hemos dicho desde la Asociación de Diplomáticos Españoles, a la que pertenezco –soy miembro de la Junta–, los consulados de España, en general, están en una situación pésima. Las embajadas también, pero hablo especialmente de los consulados, que son los que prestan servicio directo a los ciudadanos españoles.
P.- Y esa es una reivindicación pública.
R.- Sí, es una demanda que llevamos tiempo haciendo y que seguimos manteniendo. Quienes estamos en primera línea lo vivimos a flor de piel: no tenemos los medios necesarios para prestar los servicios que se nos exigen. Es un problema estructural, que viene de lejos. No es exclusivo de este Gobierno ni reciente. Ha habido una falta de inversión y de medios durante, al menos, 25 años. Los datos son muy claros: en el año 2000 había unos 900.000 españoles residiendo en el exterior. Hoy son más de tres millones y vamos camino de cuatro millones, especialmente por el impacto de la Ley de Memoria Democrática en América Latina.
P.- Y eso no ha venido acompañado de una dotación proporcional.
R.- No solo eso: es que durante las sucesivas crisis, como la de 2010, los medios se han recortado. Hoy tenemos incluso menos recursos que en el año 2000. Y eso lo sufrimos los que trabajamos en el exterior, pero sobre todo lo padecen los ciudadanos españoles que tienen derecho a esos servicios. También los ciudadanos extranjeros que necesitan visados u otros trámites.
P.- ¿Y desde la Asociación de Diplomáticos Españoles plantean propuestas concretas? ¿Cuáles serían las demandas más básicas?
R.- Hemos presentado una propuesta que creemos bastante interesante para financiar las necesidades urgentes de la red consular. El volumen de necesidades es tan grande que es irrealista pensar que se podrá cubrir solo con los presupuestos generales. Es necesario un aumento presupuestario, sí, pero llevamos 25 años sin que se destinen los recursos necesarios, ni siquiera en épocas recientes de bonanza económica. Por eso, lo que proponemos es que una parte de la inmensa recaudación consular –como ya hacen otros países– se destine a renovar y reformar la red consular.
P.- Que se quede en el propio sistema.
R.- Y alimente la red consular. Hemos propuesto varias fórmulas para hacerlo sin que Hacienda pierda ingresos. De hecho, se pueden incluso aumentar los ingresos de la red consular por distintas vías, y ese excedente podría destinarse directamente a cubrir estas necesidades, porque en los próximos años, especialmente con el impacto de la Ley de Memoria Democrática y el retraso acumulado durante décadas, van a hacer falta inversiones gigantescas.
P.- ¿Y por qué dices que hay tantos ingresos? ¿Por el coste de los servicios?
R.- Nosotros cobramos tasas por casi todos los servicios –salvo el Registro Civil, que es gratuito por definición–. Por ejemplo, un visado cuesta 90 euros, un pasaporte 30 euros, etc. Y aunque nuestras tasas son de las más bajas entre los países occidentales –eso lo hemos comprobado en un estudio de la Asociación–, la cantidad total que se recauda es muy alta. Pero lo importante es que venimos advirtiendo que hace falta una gran inversión, más medios, más recursos humanos… Porque si no, podemos asistir en los próximos años al colapso de muchos consulados.
P.- Y además, eso conlleva otro peligro: que se cuele gente con papeles fraudulentos.
R.- Claro, al reducir capacidad de control y vigilancia migratoria. Pero incluso si pensamos solo en el servicio a ciudadanos españoles: por ejemplo, el Consulado de Buenos Aires, que es el mayor del mundo, ya tiene unas 350.000 personas inscritas. ¡Eso sería como la sexta o séptima ciudad más grande de España! Y con la Ley de Memoria Democrática, ese número puede llegar a un millón en poco tiempo. Es decir, un consulado con más inscritos que muchas ciudades españolas. Y eso simplemente no se puede gestionar. Es un colapso asegurado.
P.- Y no solo Buenos Aires, también Ciudad de México…
R.- México también va a tener un aumento brutal. Y aunque hay un plan de digitalización –que es positivo y va a ayudar–, eso por sí solo no resolverá el problema. Se necesitan nuevos edificios, más personal, y muchos más recursos.
P.- Vamos a volver un momento a la novela. Me quedé pensando en ese Madrid heroico de la resistencia… Y también en esa etapa que narras tan fascinante como compleja, cuando las autoridades de la República se dan cuenta de que van a perder la guerra. En ese momento de la guerra, ya con todo prácticamente perdido, se produce esa división: Negrín y los comunistas que quieren resistir a toda costa, y los que piensan que ha llegado el momento de buscar una paz más beneficiosa para la causa republicana. Y la reconstrucción histórica que haces en la novela de ese pasaje está muy bien lograda. Todo acaba en el golpe de Casado, con el apoyo de Miaja, etc. ¿Cómo fue tu proceso de investigación sobre esa etapa?
R.- Bueno, al documentarme y decidir que Cipriano Mera sería uno de los ejes de la novela, ese episodio era inevitable. Es un momento crucial, y Mera apoya ese golpe. Se lo piden Casado y Miaja, porque él era una figura de enorme prestigio, calculador, gran orador, y no duda en dar su apoyo desde el primer momento.
P.- ¿Y cómo ves su papel en todo eso?
R.- Es interesante porque, aunque no lo reflejo directamente en la novela –no quería hacer una novela de tesis–, Mera tenía un punto de vista parcialmente disidente. Estaba a favor de la negociación, sí, pero solo si se hacía desde una posición de fuerza. Y avisa varias veces de que, si no es así, va a ser un desastre. Porque Franco no iba a aceptar ningún tipo de acuerdo. Él propone medidas muy radicales, como tomar rehenes entre los prisioneros franquistas más notables que quedaban en zona republicana, y usarlos en la negociación. O incluso amenazar con destruir infraestructuras estratégicas como las minas de mercurio de Almadén.
P.- Pero Casado elige otro camino.
R.- Casado opta por enviar simplemente una comisión de militares a negociar, confiando quizá en que, al hablar entre compañeros de carrera, a pesar de las diferencias ideológicas, podría haber una especie de código común.
P.- Militares leales a la República frente a militares alzados…
R.- Eso es. Pero fue un error de cálculo total. Casado y los suyos quizá confiaban en que entre militares profesionales podía haber un código compartido, viejas amistades. Hubo episodios durante la guerra que reflejan eso. Recuerdo uno especialmente conmovedor de Kindelán, jefe de la aviación franquista, que le envió una carta de pésame a un compañero suyo cuyo hijo, también aviador, había muerto defendiendo a la República. Le decía: «A pesar de nuestras diferencias, somos lo que somos, somos amigos». Casado confiaba en ese tipo de lealtades personales por encima de la política.
P.- Pero fracasó.
R.- Fue un fracaso total. Lo único que consiguieron fue darle tiempo a Franco para preparar su ofensiva final. Así cerraron la guerra. En eso Cipriano Mera tenía razón. Pero, claro, lo que él proponía…
P.- Era mucho más radical. Más dolor y sufrimiento.
R.- Medidas durísimas, muy difíciles de asumir.
P.- Hay otra escena de la novela que me impactó mucho, que es el intento desesperado de los republicanos atrapados en Valencia para salir del país. Primero esperan barcos que no llegan, luego los mandan a Alicante, y tampoco llegan…
R.- Sí, una de las escenas más trágicas. Miles de personas amontonadas en los muelles de Alicante esperando unos barcos que nunca llegaron. Muchos testigos relatan cómo, al caer la noche, se oían tiros periódicos: eran suicidios. Gente que no podía soportar lo que venía.
P.- Al final, los ingleses pactan tan sólo la salida de Casado, Miaja y unos pocos más.
R.- Los escoltaron fuera y se los llevaron al puerto de Gandía, que estaba bajo su control. Allí había una concesión comercial y por ahí salieron ellos. Y poco más. Fue una operación muy limitada.
P.- ¿Y el resto?
R.- Nada. Se quedaron en los muelles de Alicante. El que realmente tuvo un comportamiento admirable fue Archibald Dickson, un capitán de marina mercante galés. Él capitaneaba el Stanbrook, un barco mítico con el que logró evacuar a miles. Mientras otros barcos en el puerto se negaban a embarcar a los republicanos –solo aceptaban a un puñado de notables, como gobernadores civiles–, Dickson decidió, sin órdenes y arriesgando incluso la seguridad del buque, embarcar a más de 3.000 personas con un barco con capacidad para 500 o 600. Se escoró por el peso, pero zarpó.
P.- Probablemente salvó la vida a muchos de ellos.
R.- Sin duda. Porque lo que vino después fue terrible. La represión fue brutal. Muchos de los que quedaron fueron fusilados, especialmente quienes tenían antecedentes de combate.
P.- Soldados, milicianos, mandos…
R.- Fue el final de la escapada. Y un final muy triste.
P.- Me gusta también esa anécdota que mencionas en la novela sobre las primeras armas republicanas: los máuser mexicanos…
R.- Un envío muy simbólico de México, de Lázaro Cárdenas, con una historia curiosa detrás. Y he leído muchos testimonios profundamente agradecidos por ese gesto. Porque la falta de armamento era una queja constante.
P.- Sobre todo entre los anarquistas, que denunciaban que los comunistas no les repartían las armas.
R.- Y también se quejaban de la calidad del armamento soviético. Esa tensión interna era continua.
P.- Estamos ante una novela que realmente merece la pena, Como un río que me cruza. Es un homenaje, una recreación viva y también un canto a la vida desde la guerra y la muerte. Así que, una invitación muy cálida a todos para leerla. Solo me queda una última pregunta. A todos los invitados de Contrapuntos les pido una recomendación: un libro que, según tú, nadie debería pasar por esta vida sin haber leído. Me intriga mucho saber cuál es el tuyo.
R.- Yo dudaría entre dos. Uno es una obviedad, pero para mí es una obviedad reciente: el Quijote. Yo soy de esos millones de españoles que lo leyeron obligados en la juventud, sin especial entusiasmo, y que lo han ido redescubriendo con los años. Creo que el Quijote es un libro que hay que leer a partir de cierta edad.
P.- Y está muy presente en una de tus novelas. Es un homenaje clarísimo.
R.- Lo lees con otro bagaje vital, y se vuelve una fuente inagotable de descubrimientos.
P.- Pues muy bien elegido. Un clásico por antonomasia. Bienvenido al club del Quijote.
R.- Y el otro sería Tolstói. Para mí está a la altura de Cervantes. Guerra y paz lo tiene todo: la condición humana, guerras, desastres, generosidad, traiciones, amor… Y esos fogonazos de lucidez increíbles. Por ejemplo, en Guerra y paz un personaje dice que un diplomático es alguien que no dice nada, pero lo dice en francés. Cámbialo hoy por inglés y sigue siendo igual de válido. Y en Anna Karenina hay una definición brillante de un funcionario exitoso: era muy respetado porque sentía total indiferencia hacia su trabajo. Nunca se dejaba llevar por el entusiasmo, así que nunca cometía errores.
P.- Lo fascinante de Guerra y paz es que tiene 500 personajes y nunca te pierdes. Siempre sabes quién es quién. Es un prodigio narrativo.
R.- Como construcción novelística es impecable.
FIN