La deconstrucción de la Gran Novela Americana que llega de México
Con un complejo artefacto literario, Guillermo Arriaga narra en ‘El hombre’ la forja de un imperio familiar en EEUU

El guionista y escritor mexicano Guillermo Arriaga. | © Mariana Arriaga
El signo de los tiempos. Mientras Trump se ensaña en la deportación de mexicanos, Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) deconstruye el mito de la Gran Novela Americana (GNA) en El hombre (Alfaguara). Lo hace, además, cuando se cumple un siglo redondo de la publicación de El gran Gatsby, arquetipo de los títulos como merecedores de esa categoría de GNA, gran ballena blanca de cualquier escritor estadounidense, que acredita a quienes aciertan a pulsar las teclas claves del zeitgeist estadounidense.
Arriaga triunfó primero en el cine: en 2005 obtuvo el premio al mejor guion en el Festival de Cine de Cannes por Los tres entierros de Melquiades Estrada y dos años después fue nominado al Oscar por Babel. Pero perseveró en su vocación literaria hasta consolidarse con el Premio Alfaguara de novela por Salvar el fuego. En El hombre, apura hasta el límite (quizás más allá, eso va por gustos) las herramientas estilísticas del género para describir el ascenso del misterioso Henry Lloyd de la nada a la fundación de un imperio empresarial equivalente a «una marca registrada, como lo eran Rockefeller, Rothschild o Kennedy».
En las casi 700 páginas del libro no hay un solo punto y aparte, aunque los capítulos solo ocupan entre tres y cinco páginas. La trama avanza en seis líneas temporales distinguibles por la fecha que precede a cada capítulo: una en 2024, otra a principios del siglo XIX y las otras cuatro en distintos años a finales de ese mismo siglo. Cada una describe una perspectiva con su propia voz. Dos en tercera persona: la del brillante pero cínico primogénito de los Lloyd, sorpresivamente gay y a punto de heredar la inmensa compañía familiar; y la de la infancia, adolescencia y juventud del fundador del imperio Lloyd, perfecto caso del from rage to riches a lo Gatsby. En primera persona narran un mexicano que sufre toda una tragedia griega en un rancho de Texas mientras esta pasa de México a EE UU, y dos esclavos de la plantación de Alabama en la que prospera Henry Lloyd. Y a este, ya en el lecho de muerto, se dirige su esposa en un largo monólogo en segunda persona.
Para subrayar las diferencias en las voces, Arriaga se desliza por la cuerda floja del experimentalismo: cuesta remontar la deficiente sintaxis que el autor le inventa a uno de los esclavos, fruto de su desprecio por la lengua que le obligan a adoptar tras raptarlo de su África natal, pero mucho más arduos son los monólogos de Virginia Lloyd sin el mínimo signo de puntuación en busca, supongo, de una densidad faulkneriana para las alucinadas últimas horas de su marido, el Gran Hombre. Tras culminar la lectura, personalmente considero que merece la pena: la dificultad cumple su propósito de crear algo así como una contigüidad de corte junguiana entre los diferentes escenarios temporales.
El autor hace más o menos explícito este objetivo con la subtrama contemporánea ya bien avanzada: «La más horrorosa de las condenas new age era el ‘karma generacional’; no importaba el tipo de persona que fueras, sobre ti caería el peso de los actos cometidos por tus antepasados». Henry Lloyd VI lo enfrenta buscando en los armarios del museo que ahora es el rancho primigenio: «Verse en el espejo con la ropa de [su trastatarabuelo] Lloyd condensó el escabroso camino de su familia aun cuando su figura lo llenara de orgullo». La novela se ceba en los aspectos más oscuros de la historia que esconde esa ropa –bastardos, torturas, esclavitud, asesinato de niños y embarazadas, incestos…– y le adosa la fascinante acción de una época legendaria, propicia para los pioneros, con el claro objetivo de mostrar el contraste.
Tres pecados capitales
Gravita todo ello sobre algo parecido al determinismo: «Me convertiría en la tierra en la que había nacido: rocoso, cortante, violento, pugnaz». Y otro tanto sucede con la escritura de Azcárraga. Así que no pida el lector clemencia: «Acá las tierras las habían ganado los más cabrones de los cabrones, los que a puro pantalón se plantaron en el desierto y dijeron ‘de aquí hasta allá es mío y al que diga que no, me lo meto’, y se los metían, no importaba si eran indios, mexicanos, mestizos o criollos. Un regadero de muertos. Así le hicieron mi tatarabuelo, mi bisabuelo, mi abuelo y quién sabe quién más pa atrás de nosotros».
La cínica frase anterior, por cierto, pertenece a un mexicano. Como Azcárraga, que pone en boca de Henry Loyd VI la siguiente hipótesis sobre su trastatarabuelo: «Enfrentó el momento histórico más complejo, y quizás más deplorable, de los Estados Unidos, aquel donde convergieron los tres pecados capitales de su fundación: la esclavitud, el exterminio de los pueblos originarios y el robo de sus tierras, y el descarado despojo de más de la mitad del territorio mexicano. ¿Había posibilidad de ser de otra manera?». Azcárraga no describe el estado del proyecto nacional en su presente pero apelando a los ecos del pasado y proyectando el futuro, como El gran Gatsby, sino que hace una especie de enmienda que, diría, no termina de animarse a serlo a la totalidad.
El esclavo negro James recuerda que «Lloyd consiguió la anuencia del gobierno de Texas para transitar con libertad junto con su ejército de negros armados», y que «era difícil que le pusieran peros, había una gigantesca extensión de tierras por domar y no estaban para negarle su beneplácito a aquellos que arribaban con el ánimo de combatir para la causa de los Estados Unidos, así fuese una banda de negros capitaneada por un blanco y sus hijos mulatos, el Destino Manifiesto no detendría su marcha con remilgos […] mexicanos, apaches, comanches, navajos y decenas de tribus de indios podían rebelarse contra el nuevo orden de las cosas, era apremiante la limpieza a fondo». Pero también que Lloyd, como Hernán Cortés en su momento, recibe el apoyo de parte de las supuestas víctimas: «Su lucha, dice, es contra los terratenientes mexicanos que han abusado de otros y que les arrebataron sus tierras a los apaches y a otros mexicanos a la mala».
Arriaga describe (¿denuncia?) el blanqueamiento de la historia: «Lloyd era un nombre posicionado en la mente de millones de americanos como el fundador de uno de los más poderosos grupos económicos del país». Pero no queda clara la posición en la que queda Henry VI cuando este concluye: «No solo había que expandir los negocios, sino escalarlos, conducirlos a una etapa de conquista permanente». La energía del personaje, narrado desde el más que cercano 2024, suscita admiración pese a su evidente falta de escrúpulos.
Derrota mexicana
El esclavo James reconoce: «[S]í, matamos, quemamos, cometimos despojos injustificables, mas al final, sobre las ruinas, se alzó el progreso sentado en un trono de sangre […] frente a la hoguera donde incineramos los cadáveres de los mexicanos masacrados en el Santa Cruz presencié el lacerante parto del nuevo país, el alumbramiento de nosotros mismos». También da la clave de la derrota mexicana: «[N]osotros no teníamos nada que perder, ellos todo, su derrota se firmó de antemano, apátridas recientes extraviaron el rumbo, fueron ciudadanos de una nación que en esos territorios se había tornado espectral, sabían que tarde o temprano serían machacados, no por nosotros, sino por esa tornadiza dama que es la Historia, la suya fue una espera fatalista, debió serles terrible saber que nada ni nadie los salvaría, los héroes sólo germinan en tierras abonadas por la esperanza y no hubo entre ellos quien abanderara una ilusión».
De las citas que abren la novela, me llamaron poderosamente la atención dos. Una de Faulkner: «Ningún hombre causa más dolor que aquel que se aferra ciegamente a los vicios de sus ancestros». Otra de Dostoievski: «Nada más fácil que señalar al malvado; nada más difícil que entenderlo».
Después de leer esta poderosa novela (con sus muy opinables pros y contras, nadie podrá negarle ambición y sugerencia), queda sobrevolando alguna pregunta sobre Trump y su MAGA. Make America Great Again. Ese again…