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Literatura

La nueva historia de Sara Jaramillo: una loba que busca sobrevivir en Londres

La autora, finalista del Premio Nacional de Novela de Colombia, presenta ‘El cielo está vacío’

La nueva historia de Sara Jaramillo: una loba que busca sobrevivir en Londres

La escritora Sara Jaramillo.

Necesito un padre. Necesito una madre./ Necesito un ser viejo y sabio a quien llorarle./ Hablo con Dios pero el cielo está vacío. Esos son los versos de Sylvia Plath que Sara Jaramillo eligió en un primer momento como cita para su nueva novela, y que después le darían el título más certero posible: El cielo está vacío para la protagonista de esta historia, una loba que ha dejado atrás su manada y su hábitat, en plena selva colombiana, para instalarse en la desangelada Londres, que la rechaza una y otra vez.

Ese es el hilo argumental que la autora colombiana de éxito eligió, partiendo de una experiencia real que vivió hace dos décadas. Porque eso es lo que hace Sara Jaramillo: autoficción, sí, pero bien hecha. Es decir, sumándole una voz única y todo un universo que deforma la realidad vivida, la ensancha, la camufla, la eleva. Esa loba tiene 23 años y se establece en Londres para conocer la nieve y para escribir una novela a lo Lord Byron, dice. Pero allí nunca acaba de nevar y no hay blancura. Vive en casas miserables, sobrevive con trabajos precarios y, día tras día, los ingleses se lo ponen muy difícil.

«Hay que tener en cuenta que Colombia a comienzos de los 2000 era considerado uno de los países más peligrosos del mundo, así que yo tenía el lastre de ser colombiana y ser mirada con mucha desconfianza, y a mí nunca me había pasado eso», comienza explicando en entrevista con THE OBJECTIVE. «Eso me hacía sentir terriblemente mal, todo el mundo me miraba como si fuera una narcotraficante, y yo no me había fumado ni un cigarrillo en toda mi vida, ni conocía la cocaína más que por las películas».

En mitad de ese desarraigo, sufriendo un agravio tras otro, la joven loba conoce a un inglés que le duplica la edad, y comienza con él una relación. Pero que nadie se llame a engaño: esto no es una historia de amor, al menos no una prototípica con toda esa narrativa de superación de obstáculos y pureza de sentimientos: «Es que yo odio las historias de amor, las odio infinitamente», cuenta Sara, «estoy absolutamente en contra de que el amor romántico sea lo prioritario en el universo de una mujer. Sí, muy rico el amor romántico, pero es que hay un millón de cosas más, un millón». 

Por eso, aunque entre la loba y el inglés hay pasión, deseo y amparo, la naturaleza de su vínculo es casi una transacción: «A este hombre nunca le hubiera mirado si estuviera en Medellín con todas mis comodidades, y escribir con el paso del tiempo esta historia fue muy lindo… Porque con 23 años pensaba en lo que nos decían nuestras mamás, un hombre tan grande detrás de una niña se va a aprovechar de ella, tenía ese lastre encima, pero escribiéndolo me di cuenta de que yo también me aproveché de él porque todo lo que yo necesitaba él me lo daba, y lo que tenía que dar a cambio era algo de lo que yo también disfrutaba. Ese descubrimiento me parecía muy interesante para la novela».

Escribir o leer, dice la autora, «definitivamente es un acto de autoconocimiento tan grande, que nos enfrenta a las verdades incómodas» y nos obliga a revisarnos. ¿Eso no nos hace mejores?

El universo salvaje de Sara Jaramillo

Llevamos lo que va de reseña hablando de la protagonista como loba y, para quien no conozca el universo literario de Sara Jaramillo, es preciso explicar que sus relatos están atravesados por animales totémicos, exuberancia e inclemencias meteorológicas El reto doble, en esta ocasión, era adentrar esa vida salvaje en pleno Londres: «En la ciudad no tenía ese universo vegetal que me habita, y la sentía muy árida. Parte del trabajo fue reflexionar cómo me sentí cuando estuve allí, y fue como un lobo al que habían desapegado de su manada y le habían insertado en una ciudad en la que todo era desconocido, el lenguaje, la gente, la cultura, la comida… Y luego está la relación con este hombre, porque el miedo a ser domesticada lo tengo desde los 14 años que ya decía ‘yo no me quiero casar ni tener hijos’, pero aquí tenía el cerco cada vez más chiquito. Me gusta la simbología del lobo porque es el único animal que no se ha dejado domesticar, prefirieron extinguirse antes de ser domesticados».

A partir del descubrimiento lobuno de la protagonista, vino el resto: «Al estar en primera persona, ella ve el mundo desde ahí: uno es un potro, el otro no sé qué, y también quién es una presa, quién un cazador, dónde hay un refugio, cuándo hay fuego y hay que huir…», añade Sara con un entusiasmo también muy propio. Ella había planificado su historia, pero adoró encontrar este descubrimiento durante un proceso de escritura que, nos cuenta, duró tres años: «Todas estas cosas no estaban planificadas en un principio, y eso es lo que más me gusta de escribir. Soy consciente de que hay que planificar las historias, pero estas sorpresas me encantan. Ese asombro de cuando dices ‘y eso de dónde salió?’». 

El otro gran tema presente en la literatura de Sara es la pérdida temprana de su padre, a los 11 años, a manos de un sicario en aquella Medellín envuelta en la violencia social de los 90. En El cielo está vacío (Ed. Lumen), esa ausencia del padre también está, paradójicamente, presente: «En Cómo maté a mi padre hay un capítulo que es ‘El amante inglés’. Era un capítulo chiquito, pero escribiéndolo me di cuenta de que todas mis parejas habían sido mucho mayores, y de que no estaba buscando hombres sino papás. Y no vas a creer lo que la gente me preguntaba por ese capítulo, generaba mucha curiosidad… Y es un tema al que le he pensado mucho toda mi vida, yo por qué me enredé con esa persona. Me ha generado muchas preguntas que no tenían respuesta. Fue una relación muy clandestina, muy oculta». 

Entre sus propias preguntas, las de sus lectores, y la recomendación del escritor Carlos Castán, a quien conoció mientras cursaba un máster en la madrileña Escuela de Escritores, la autora decidió agarrar aquella historia y convertirla en la materia prima de su cuarta novela. 

El compromiso literario

En su tierra, Sara es profeta: además de haber sido finalista al Premio Nacional de Novela, ha llenado teatros con hasta 1600 personas que asisten tan solo a verla leer sus historias. Su compromiso con su vocación y con los lectores la ha llevado hasta ahí. Durante la escritura de El cielo está vacío, indagando en su propio pasado, ficcionándolo como ella sabe, sentía molestias en un talón tras un procedimiento sencillo al que se había sometido, pero no quería atenderlas hasta que no entregara el manuscrito: «El mismo día que la mandé no te imaginas lo que me dolía… Llamé a mi novio, le pedí que me recogiera, nos fuimos para el hospital y allí la médica cardiovascular me dijo ‘¿usted sabe lo que tiene? Tiene una necrosis, se le está muriendo el pie, ¿por qué no había venido?’. Y yo pensaba por dentro ‘no había venido porque estaba tratando de terminar una novela’, pero quién va a entender eso. ¡Nadie entiende eso!», dice con su carcajada franca, ya afortunadamente recuperada tras una rehabilitación larga y tediosa. «¡Y no quedé coja!», festeja. 

Como su forma de hablar, la escritura de Sara también es luminosa, por más que sonde  oscuridades. Y sus frases preciosistas a veces dejan también lo que bien podrían ser versos, como este de El cielo está vacío, con el que cerramos esta reseña: «Me mira como a la boca ardiente de un volcán, al ojo de un cuervo, al remolino de un río». 

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