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Literatura

Claire Messud: el recuento familiar de un mundo desaparecido

La crítica de EEUU elogia ‘Esta extraña y azarosa historia’, relato de la peripecia de una familia franco-argelina del siglo XX

Claire Messud: el recuento familiar de un mundo desaparecido

La escritora francoargelina Claire Messud. | Ulf Andersen

«Se lo debo todo a mi familia». El relato sobre la gestación y el contenido de la fascinante novela Esta extraña y azarosa historia (Galaxia Gutenberg), de Claire Messud, podría empezar por su última frase, que remata el capítulo de «Agradecimientos». Culmina así un ambicioso viaje por un tiempo y un espacio tan sugerentes como entrañables, el de tres generaciones de una familia franco-argelina, los Cassar, muy parecida a la de la autora.

Claire Messud vive en Cambridge, Massachusetts. Habitual de premios y críticas laudatorias en EEUU, esta novela ha sido celebrada en los medios como su consagración definitiva. Ron Charles, por ejemplo, resume en el titular de su reseña para The Washington Post las dos claves del éxito: «Convierte la historia de su familia en una obra de arte». Desde el big bang del patriarca Gaston y su esposa Lucienne, cuyo mito del amor perfecto acrisolado en los años difíciles de la Segunda Guerra Mundial sostiene y llega a abrumar a sus hijos, François y Denise, unidos por la anormalidad de su familia y la emigración; pasando por el matrimonio de François con Barbara, tan distinta y distante culturalmente, y la humilde resistencia de Denise; hasta la generación de Loulou y Chloe, esta última muy parecida a la autora, que intentan reconstruir y dar sentido al pasado, sobre el que gravita la amenaza de un misterio.

Como toda una declaración de principios, el libro comienza con dos mapas, uno del Mediterráneo y otro del mundo. Sigue un prólogo en el que Chloe sienta las bases de la aventura, que se estructura en siete partes, con varios capítulos cada uno. En estos, marcados con el año y el lugar en que se sitúa, se van alternando los puntos de vista de los cinco principales miembros de la familia. Todos en tercera persona menos los de Chloe, siempre en una muy íntima primera. Desde «Junio de 1940. Larbaâ, Argelia», hasta «Julio de 2010. Connecticut, Estados Unidos», con un flashback a «Febrero de 1927. Tremecén, Argelia» en el epílogo. Por el camino, Francia, Grecia, Australia, Argentina…  

La primera frase es tan contundente como esta. «Soy escritora: cuento historias», dice Chloe, para matizar en seguida: «Lo que realmente quiero hacer es salvar vidas. O, sencillamente, quiero preservar vidas». Claire Messud, de gira por España para promocionar la novela, se confiesa muy interesada por «esta relación entre el lenguaje y la magia, profundamente arraigada en la psique humana». Ella no pretende que contar historias pueda «hacer que los muertos vuelvan literalmente a la vida», sino que se refiere «más bien a otro tipo de magia, por la cual las palabras pueden crear experiencias, imaginadas o recordadas, que pueden compartirse y conservarse».

Una clarividente le habla a Chloe de «un viaje de siete años a la sombra de la muerte», que ella identifica con el 75 cumpleaños de su padre. Suena a embrión de un proyecto literario… «El ‘yo’ del prólogo no soy yo, Claire, sino el personaje de Chloe, que en algunos aspectos se parece mucho a mí, pero que tampoco soy yo: se trata de una novela, no de unas memorias, y hay muchos aspectos en los que se aleja, incluso bastante, de la vida real», advierte Messud. «El viaje de siete años se refiere a las enfermedades y muertes de la generación mayor —François, Barbara y Denise— y es su desaparición lo que impulsa a Chloe (y sí, fuera del texto, fue un catalizador para mí) a querer ‘salvar’ o registrar sus vidas».

Guerra, independencia, emigración

Una cita inicial de Shakespeare («Y cada hombre, en su tiempo, desempeña muchos papeles, / y sus actos son de las siete edades») desvela un significado más profundo de la estructura de la novela: «La novela está construida en números primos. Hay siete secciones, tres secciones adicionales (prólogo, interludio, epílogo), casi siempre tres capítulos por sección, un total de 23 capítulos y cinco puntos de vista. La familia Cassar, al igual que los números primos, no encaja del todo en ningún sitio».

Pero no estamos ante una novela esotérica. Ni mucho menos. Los personajes acumulan experiencias muy humanas, cercanas, aunque atravesadas por circunstancias tan tremendas como la Segunda Guerra Mundial, el proceso de descolonización con la independencia de Argelia o la emigración por cuestiones académicas y profesionales que desgarra la cohesión familiar. Tras la contundencia de la primera frase, Messud despliega su habitual, y tan elogiado, estilo: «Las frases largas simplemente reflejan (a veces de forma poco útil, lo sé) la forma en que funciona mi cerebro. Siempre me ha interesado mucho la frase, su amplitud, sus capacidades. ¿Cuáles son los límites de la frase? ¿Dónde se rompe? Si, efectivamente, todo está conectado (en el mundo, en nuestras mentes, en una vasta red de existencia), ¿hasta dónde puede llegar la frase para expresar esas conexiones? Y, lo que es más importante, ¿hasta dónde puede llegar sin perder lucidez y lógica? Todo es un equilibrio entre libertad y restricción: la gramática es esencial para que una frase libre sea comprensible. En inglés también podríamos reflexionar sobre la propia palabra ‘sentence’, pero eso es otra historia…»

Ese ritmo siguen las más de 500 páginas de Esta extraña y azarosa historia: «Narrativamente, una historia que funciona según el principio de ‘y entonces, y entonces, y entonces’ es una historia realmente insustancial y aburrida. Las historias que me interesan son aquellas que funcionan según el principio de ‘¿y por qué?’. En el momento en que empiezas a hacerte esa pregunta, la pregunta que hacen (para enfado de los padres) todos los niños de tres años, una historia se vuelve infinitamente expansiva y mucho más parecida a la vida. Una historia lineal implica omitir cosas para facilitar el objetivo del narrador. Una historia verdadera, mucho más complicada y difícil de contar, implica que el narrador trabaje al servicio de la historia, no de un punto concreto o una moraleja».

Sí hay claves de fondo que fecundan toda la trama, como ese «culto a dos», hecho de amor y coherencia, que se profesan los fundadores de la saga, Gaston y Lucienne, y que la autora proyecta bellamente en la luz mediterránea de los orígenes argelinos. Un culto fundador de la importancia absoluta de la familia, hasta extremos que solo conoceremos al final del libro, cuando se revela un hecho sorprendente y perturbador, cuyo poder se adelanta hábilmente para crear intensidad y misterio con la mención de una «vergüenza indescriptible» que Chloe quiere «sanar por fin».

Vergüenza

«Hay muchas capas de vergüenza en las vidas de estos personajes. Algunas son tan profundas que, para algunos personajes, son imposibles de reconocer», explica Messud. Hay un hecho concreto sobre el que no haremos spoiler, pero también «una resonancia entre esta situación familiar y la de los franceses en Argelia, la situación colonial: los antepasados colonos —en mi caso, campesinos pobres de Menorca, Nápoles, Malta y la isla de Ré, que buscaban una vida mejor— llegaron en el siglo XIX, la mayoría de ellos ya en la década de 1830. En la década de 1930, sus descendientes llevaban un siglo en Argelia, algo que la mayoría de los estadounidenses no pueden rastrear tan atrás».

«Pero» –continúa– «eran herederos de la violencia y la opresión, no por elección propia ni por culpa suya, sino por el lugar en el que habían nacido. Era, y sigue siendo, una historia vergonzosa; ¿cómo se puede lidiar con eso? Este es el destino de muchas personas, no solo de los hijos de colonos, de criminales o de gente corriente que ha hecho cosas horribles, sino, por supuesto, en casos extremos, de los hijos de figuras políticas monstruosas, como Svetlana Alliluyeva, la hija de Stalin… Podría decirse que esa vergüenza se extiende ahora, en una fina capa, por toda la sociedad blanca europea y norteamericana». 

También hay un pesar no siempre admitido, pero constante, por la pérdida de esos «anclajes» a los que Gaston quiere aferrarse cuando se define como «mediterráneo, latino, católico, francés». ¿Tienen significado hoy en día esas palabras? «Creo que hay personas para las que una o más de estas afiliaciones tienen un gran significado. Personalmente, albergo la esperanza, quizás ingenua, de que la designación más amplia, ‘mediterráneo’, pueda ofrecer un marco, con orígenes antiguos, para la conversación y la diplomacia eventual, que pueda ser un sentido positivo de comunidad. Lo maravilloso de las palabras es que sus significados evolucionan y cambian —las palabras, al igual que las personas, tienen vida— y, por ejemplo, ser francés hoy en día significa algo muy diferente a lo que significaba hace 100 años; esa evolución puede dar lugar a posibilidades esperanzadoras».

Futuro

Messud alberga sus esperanzas, pero no las impone. Ni juzga. En la era woke no tiene problemas en hacer verdadera novela histórica al mostrar, sin ironía ni discursos, la mentalidad de un personaje tan maravillosamente bondadoso como Lucienne, capaz de decirle a su marido: «No tienes que hacer un soufflé y yo no tengo que aprender a conducir». Hace falta valor hoy en día… «Todos estamos moldeados y condicionados por el tiempo y el lugar, por lo que sabemos y comprendemos, y por los límites de nuestro conocimiento», explica Messud. «Es absurdo ser moralista con respecto al pasado, como si las generaciones futuras no fueran a condenarnos y ridiculizarnos también por nuestra destrucción descuidada del planeta, para empezar. Como seres humanos, necesitamos comprender, escuchar y aprender. Esto no significa que estemos de acuerdo, que aceptemos o que aprobemos, pero progresaremos mucho más con curiosidad y apertura que con certeza ciega y condena».

Así se puede viajar (que no hacer turismo) a través del tiempo y el espacio como hacen los personajes de esta novela, bendecidos y malditos (según se mire) por su naturaleza nómada. Claire Messud lo lleva en los genes: «Mi abuelo escribió para mi hermana y para mí unas memorias familiares que abarcaban desde 1928 (cuando él y mi abuela se casaron) hasta 1946, justo después del final de la guerra. Las tituló Todo aquello en lo que creímos (Tout ce en quoi nous avons cru). Y describió un mundo muy diferente al que yo había vivido. Cuando me puse a escribir la novela, me di cuenta de que yo también estaba describiendo, para mis hijos (que ahora tienen veintipocos años), un mundo desaparecido: me criaron para creer en el cosmopolitismo, en un futuro en el que desaparecerían las fronteras y los límites, la gente viajaría, se mezclaría, se casaría entre sí, aprendería unos de otros y avanzaría hacia una especie de hibridación ideal. Una fantasía ingenua, según parece ahora, en esta época de tribalismos, nacionalismos y autoritarismos. Pero, de hecho, era una visión hermosa. En 1989, cuando cayó el Muro, todos creíamos que íbamos por buen camino… pero, una vez más, estábamos ciegos ante tantas otras cosas que estaban sucediendo al mismo tiempo».

Una ingenuidad hermosa que Chloe insiste en salvar, para admiración, aprendizaje y consuelo de los que esperábamos en esta orilla.  

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