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Literatura

Deja que las velas se apaguen solas

Las semillas del infinito: los nuevos poemas de Rafael Pérez Hernando

Deja que las velas se apaguen solas

Deja que las velas se apaguen solas.

Hace sólo dos años, en 2023, el veterano galerista Rafael Pérez Hernando (Madrid, 1953) se animó tras pensarlo mucho a publicar su primer libro, titulado Las higueras necesitan compañía. Yo lo celebré mucho, que en verdad me parecía (y ya lamento tener que autocitarme) «uno de los libros más extraños que hemos leído nunca, un cuaderno de ¿poemas? o de ¿lemas? o de ¿aforismos? o de ¿entradas de diario? que, sin exagerar, son todo un desafío intelectual porque obligan a pensar […] y lo hace –y esto es lo mejor– no de una forma premeditada o pedante o profesoral, sino con la modestia y la sencillez más arrebatadoras del mundo, con una gracia enorme, probablemente involuntaria, y con un color desconocido».

Hubo quien me hizo caso y fue a buscar el libro y, aunque ya había yo reproducido en la reseña algún ¿poema? de muestra, me escribió para preguntarme si yo había hablado en serio o si todo eso –tanto el libro como la reseña– formaba parte de alguna gran broma anacrónica, como de otro tiempo más inaugural o más ingenuo.

Y no, no: por descontado, yo hablaba en serio, y mantengo sonriendo –pero con la sonrisa de la alegría, no con la mueca de la broma– todo aquello que afirmé entonces.

Pero el caso es que veinticinco meses después el amigo Pérez Hernando ha reincidido, y, aunque parecía totalmente imposible, lo hace con un libro aún más provocador, osado y, a su modo, insolente, pues si pensábamos que no era posible mayor brevedad, mayor sencillez, mayor desnudez, mayor laconismo… a Rafael le ha bastado con dejar las páginas pares totalmente en blanco para dejarnos un poco en blanco también a los lectores. No sólo era posible mayor silencio (que no mayor vacío), sino que era tan fácil como eso. Otra sabia lección, que lo es aún mejor por regalarnos una buena carcajada. 

La verdad es que yo, que conozco muy bien a los de la editorial valenciana Pre-Textos, no tengo ni la menor idea de cómo consigue Rafael convencerles de que le permitan estas gamberradas. Quizá sea porque, como pasó en su debut con las viñetas de Sabine Finkenauer, aquí la cosa viene decorada con preciosos dibujitos de Rosalía Banet, que hacen que el libro, palabras aparte, reciba otro vuelo.

«Hace muchas décadas que no aparecía entre nosotros un libro tan verdaderamente vanguardista, de espíritu más gamberro e indomable, aunque sea también pacífico, cordial, sereno: no busca epatar sino mecer, no se trata de hacer escándalos sino belleza, aunque de paso se escarbe en los secretos de la vida, de la realidad, del amor, de la naturaleza, del arte y del mundo». Eso dije yo de Las higueras… Ahora hay que añadir a la familia, y el dolor, y la soledad a esa lista, pues en el nuevo libro, a través del personaje de una hermana, hay una subtrama trágica que ya descubrirá el lector, así como conversaciones con un guardés, gentes de campo, gentes observadoras y experimentadas, poetas sin libro, como hasta hace nada el propio Pérez Hernando.

Es verdad que en su búsqueda de lo mínimo a veces se arriesga demasiado, y flirtea con la nimiedad de un modo que hace saltar las alarmas («Me despierto,/ salgo al balcón/ y huelo el jazmín», dice una página), pero esas cosas hay que leerlas a la luz de otras que mucho más claramente, en mi opinión, dan en el blanco si uno tiene la mínima decencia de dedicarles unos segundos. «El cielo siempre está arriba», afirma, por ejemplo. Y es una obviedad, sí. Y algo consabido, sí. Pero tal vez no es algo que debería dejar de extrañarnos, de intrigarnos, de emocionarnos, de hacernos ver lo importante… y es en ese sentido en el que es, rotundamente, un ¿poema? pertinente. 

Otro: «Abro el grifo y sale agua». Si una de las funciones de la poesía es asombrar, este ¿poema? lo consigue, pues en efecto da cuenta de un fenómeno en buena medida inexplicable.

Aún no he dicho que este nuevo libro se titula Deja que las velas se apaguen solas (se confirma Pérez Hernando como un gran titulador) y lleva unos días en las librerías. Es un libro diferente esperando a un lector diferente: no se me ocurre una forma mejor de explicarlo. Un libro valiente esperando al lector adecuado. Un libro especialmente conectado a la vida que no hace sino peguntas, o constatar enigmas, incluso cuando lo hace en forma de sentencia: «Morirse no es malo».

Poesía, narrativa, memorias, aforismos, diario, testimonio familiar, libro de viajes, filosofía… Todo eso hay aquí, pero está de un modo, digamos, prehistórico, sin desarrollar, pura potencia. Hay un montón de reflexiones, o de poemas (o hasta de novelas) aletargadas en esas pocas líneas, o como hibernando, a la espera de una ampliación que, por supuesto, jamás llegará, salvo si entendemos que es el lector el que la acomete sin casi darse cuenta.

No quiero que nadie piense que llevo las cosas demasiado lejos, pero este libro demuestra definitivamente aquello del clásico «menos es más». Obviamente hay libros de «breverías» mejores, pero este contribuye a explicar la magia de lo corto, de lo fugaz. Cuando lo que se dice está bien visto, lo que leemos es algo así como la semilla del infinito.

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