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Literatura

‘Días de sol y piedra’: pedaleando por Italia entre la sombra y la luz

Pepe Pérez-Muelas convierte su viaje en bicicleta hasta Roma por la Vía Francígena en una bella travesía interior

‘Días de sol y piedra’: pedaleando por Italia entre la sombra y la luz

Pepe Pérez-Muelas en la entrevista con THE OBJECTIVE en la sede de la editorial Siruela. | © Preslava Boneva

En Días de sol y piedra (Siruela, 2025), Pepe Pérez-Muelas (Lorca, 1989) narra una travesía, una aventura que es mucho más que un viaje en bicicleta. Es la crónica de una búsqueda interior, el intento de reconciliar cuerpo y mente después de un tiempo de ansiedad y desarraigo, una «confesión», como lo denomina el escritor a THE OBJECTIVE en una entrevista. «Roma es siempre una fijación para mí, es una patria sentimental».

La ruta elegida no es casual. La Vía Francígena, el antiguo camino medieval que recorrió en el siglo X Sigerico el Serio, arzobispo de Canterbury, para recibir el palio papal, atraviesa Europa desde Inglaterra hasta la tumba de San Pedro. A lo largo de sus casi 2.000 kilómetros, peregrinos de todos los tiempos han buscado en sus piedras algo más que un destino: una forma de fe, una razón para seguir. Pérez-Muelas retoma esa senda con una mirada algo más contemporánea. «Dicen que la fe es un don que no me ha sido concedido», confiesa, pero algo en él necesita la liturgia del camino, el orden secreto de la marcha. «A mí sí me gustaría ser creyente. Soy un ateo que quiere creer y que abraza lo que tenga que venir y que está dispuesto a abrirse». De alguna manera, también por ello recorre la Vía Francígena: para encontrar si esa voz interior le habla, si le guía el camino.

La bicicleta se convierte en pasatiempo casi por accidente, como una terapia contra la ansiedad. «Descubro que la bicicleta es el medio perfecto porque uno ve el paisaje a una velocidad con la que puede disfrutarlo, lo puede vivir, sin embargo, no se hace tan pesado como si fueras andando».

El pedaleo se convierte entonces en un gesto de resistencia, una forma de recuperar el ritmo interior. La bicicleta impone una mirada intermedia: lo bastante lenta para contemplar, lo bastante rápida para avanzar. «Fueron 15 días de estar totalmente solo, con mis pensamientos. Con la bicicleta se observa la naturaleza alrededor, pero también vienen pensamientos de todo tipo. Al final me di cuenta de que llevo toda la vida diciendo que me encanta la soledad, que soy un ser solitario, y realmente es insoportable». Y así, día a día, pedaleando entre polvo y luz, Pérez-Muelas convierte el movimiento en escritura.

Pepe Pérez-Muelas en la entrevista con THE OBJECTIVE en la sede de la editorial Siruela. /
© Preslava Boneva

La Italia que atraviesa no es una postal, sino materia viva, un personaje de alguna película de Fellini o quizás de Sorrentino. La Toscana, con sus colinas de sterrato –los caminos de tierra que suben y bajan sin descanso–, se convierte en una metáfora del esfuerzo interior. «Cuando estaba subiendo el Paso de la Cisa, que son 50 kilómetros, llegó un momento que dije, ‘¿qué estoy haciendo? ¿Merece la pena esto? ¿Dónde estoy metido? Estoy aquí en mitad de la naturaleza de una cadena montañosa. No sé si voy a poder salir’. Pero por supuesto que merece la pena».

Cuerpo y mente

Esa tensión entre cuerpo y mente da ritmo al libro. La descripción del paisaje nunca es simple ornamento: es un espejo del ánimo. En el Paso de la Cisa, el aire es denso y montañoso; en el Lazio, la luz se vuelve dorada, como si el polvo guardara una promesa de descanso. Los pueblos aparecen como paréntesis en la soledad: Lucca, Orvieto, Bolsena, Viterbo… «Pequeños simulacros de Roma», los llama el autor, preludios de la llegada final.

La prosa de Pérez-Muelas es sensorial y precisa. Hay olor a ciprés, a piedra caliente, a pan recién hecho. Se nota que ama Italia desde la juventud, desde aquellas tardes en Lorca viendo a Fellini y Pasolini, leyendo a Pavese, Moravia, Elsa Morante o Petrarca. «Tenía muchísimas ganas de salir de Lorca. Mi vía de escape era Italia. Era ver películas y leer libros».

Esa relación profunda con el país dota al libro de un tono íntimo y culto, donde la cultura clásica y la vida cotidiana se entrelazan con naturalidad. Su narrativa funciona como un «mosaico», dice, «mi pensamiento es un poco caótico y me siento muy cómodo con ese tipo de escritura, saltar de lo que veo a lo que pienso».

Pérez-Muelas alterna noches en monasterios y conventos, habitaciones sencillas donde la piedra y la madera parecen conservar la memoria de siglos. En estos espacios encuentra momentos de pausa que contrastan con el esfuerzo constante del pedaleo. Cada templo, cada iglesia que cruza, no es visitado por fe, sino por curiosidad: observa los frescos, la luz que entra por los ventanales, el silencio que envuelve los pasillos y el eco de pasos antiguos. Ha ido, cuenta, a «dejar de escuchar un silencio», que a «día de hoy todavía escucha».

Soledad

Pérez-Muelas escribe desde la vulnerabilidad, no desde la certeza. Y eso lo hace creíble. En lugar de un relato heroico, ofrece un testimonio humano: la historia de alguien que, al borde de la fatiga y el desánimo, decide seguir. La soledad pesa, pero enseña. Cada kilómetro no solo lo acerca a Roma, sino a una forma más honesta de sí mismo.

El viaje también es un retorno a la belleza. El autor observa la Italia rural y monumental con la mirada del que ama el arte, pero sin pretensión erudita. Describe un fresco, una fachada –también aquí asoma su educación en historia del arte– o una plaza con la atención del viajero que ha aprendido a detenerse. Esa capacidad de observación da al libro una textura casi pictórica.

El lorquino escribe como quien pinta con luz: tonos cálidos, ritmos lentos, silencios que dejan espacio al lector. Su prosa recuerda a los cuadernos de viaje de antaño, pero con una sensibilidad contemporánea, atravesada por la conciencia del tiempo y del cansancio. El libro alterna la dureza del pedaleo con la dulzura del descubrimiento. Roma, cuando por fin aparece, no es triunfo ni meta, sino un punto de descanso, un espejo donde el viajero se reconoce transformado.

Escribir, otra forma de pedalear

En el fondo, Días de sol y piedra es una historia de reconstrucción. Tras dos años de ansiedad, el autor encuentra en el viaje una manera de volver a respirar. «Dejé de ser yo y cuando vi que podía volver a ser el de antes, con la ayuda de la bicicleta, quise, no solo hacer lo que ya hacía, sino aventurarme en cosas que no me hubiese ni imaginado: recorrer parte de Italia en bicicleta». Ese proceso, contado sin dramatismo, tiene algo profundamente humano. No hay milagros, solo el acto humilde de seguir pedaleando.

En un mundo que vive acelerado, pero sin dirección, Pérez-Muelas propone lo contrario: avanzar despacio, mirar bien, detenerse cuando haga falta. La Vía Francígena, con sus pueblos y colinas, se convierte así en una metáfora del tiempo vivido, no del tiempo perdido.

Su escritura, limpia y serena, traduce esa misma idea: escribir es otra forma de pedalear. Cada frase tiene el ritmo de la respiración, la cadencia del esfuerzo. Días de sol y piedra no busca respuestas definitivas, sino claridad. Y la encuentra en el gesto de avanzar, en la belleza del camino, en la aceptación de la duda. En la reconciliación con la vulnerabilidad. En la constancia que da forma a cada tramo recorrido.

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