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Literatura

Umbral: los inéditos de ‘Jano’

Renacimiento recupera los artículos que el escritor publicó de 1971 a 2006 en esta revista de medicina y humanidades

Umbral: los inéditos de ‘Jano’

El escritor Francisco Umbral.

«Uno siempre ha escrito en trance, en transverberación o por encargo». De todas estas maneras, ya sean por separado o de forma simultánea, construyó su obra periodística Francisco Umbral (1932-2007), el último autor sagrado del articulismo español, que ha tenido muchos imitadores –que no deben ser confundidos con sus devotos– pero cuyo trono en la cúspide del columnismo patrio continúa vacío desde que hace 18 años su cuerpo, gastado y frágil, cruzase por fin a la otra orilla de la Estigia.

Umbral, como es sabido, no se llamaba Umbral. También se quitaba años, como su admiradísima Lola Flores: su carnet de identidad desmentía en cuatro años la fecha que obligaba a poner en la solapa de todos sus libros, donde casi siempre reproducía la misma foto, como si su efigie, cultivada con suma dedicación, malicia e inteligencia, fuera inmune a las trampas del calendario. El tiempo se llevó al hombre y nos dejó al personaje. No está claro todavía si respetó al autor, cuya figura da cuenta de un pasado ya convertido en pretérito, al margen de sus indiscutibles hallazgos literarios.

Que Umbral sea un personaje es consecuencia directa de su voluntad: el escritor que representó –para ser recordado y evitar ser olvidado– ha envejecido mucho peor que su literatura, concebida a partir de una serie de influencias –JRJ, Proust, Baudelaire, Quevedo, Ruano– y el espíritu de un tiempo que se extiende desde la posguerra (memorial de memoriales) hasta la primera década de este mismo siglo, que sólo fue suyo un breve instante.

Y, sin embargo, a pesar de todo el tiempo transcurrido desde entonces, aún es posible sentir el asombro, como evidencian los dos volúmenes que Renacimiento acaba de publicar con artículos inéditos (en forma de libro): El corazón y la luna y Yo, Umbral, donde se reúnen la excelente gavilla de prosas difuntas y olvidadas que Umbral fue escribiendo mensualmente desde 1971 a 2006, apenas un año antes de su irremediable muerte.

Renacimiento ha encargado la labor de selección y recopilación de estas sendas antologías a dos editores –la profesora francesa Bénédicte de Buron-Brun y el médico Álex Prada– y los ha dividido en dos entregas, aunque perfectamente hubieran podido integrarse en un libro único, ya que, aunque los textos específicamente dedicados a la medicina, los médicos y a la enfermedad están agrupados en el primero de los dos tomos –los otros males sagrados de Umbral, tuberculoso en su infancia, aprensivo ante cualquier dolencia, eterno hombre con bufanda y sordo prematuro de un oído, y que nunca se desprendió de lo que Anna Caballé llamó (en su pionera biografía editada por Debate) «el frío de una vida»–, en ambos se incluyen otras piezas consagradas a libros, escritores, personajes de época y, en general, a ese difícil arte de escribir (magníficamente) sobre la vida.

‘Literatura del yo’

Advertencia: los prólogos que acompañan a los libros están rubricados por dos militantes, diríamos que incluso excesivos, en la causa umbraliana. Pueden ustedes, sobre todo si son agnósticos, saltárselos. En lo que sí deberían detenerse sin dudarlo es en los artículos, que no fueron accesibles en su momento –Jano, propiedad del sello editorial Elsevier, se distribuía mediante suscripción sólo entre galenos y asimilados– y que ahora, al recoger un periodo de más de tres décadas, muestran a un Umbral en pleno dominio de sus facultades, brillante y en algunos pasajes, antológico.

Ambos editores coinciden en destacar en sus introducciones que en estos artículos se descubre a «un escritor más íntimo», periférico al personaje. Es cierto pero no del todo exacto. Los artículos de Umbral son pura literatura del yo, autobiográfica y autofingida, así que su intimidad (su pensamiento) está por todas partes. Desde el principio hasta el final. En cada una de las más de 600 páginas que suman los dos volúmenes. Aquí encontramos a un Umbral que escribe por encargo –muchos artículos tienen como pie quebrado asuntos vinculados a la medicina, que el escritor madrileño trasciende y convierte en reflexiones generales– y que, al mismo tiempo, hace suya la encomienda de la publicación, una revista especializada que concebía la práctica médica a la manera ilustrada con una lógica de estirpe clásica que, asombrosamente, ha caído en decadencia.

La medicina, obviamente, era únicamente una de las materias sobre las que Umbral y otros colaboradores –entre ellos Néstor Luján o Antonio de Senillosa, por citar dos ejemplos más– escribían sus columnas mensuales. La galería de asuntos es muchísimo más amplia, preferentemente de tono social, político o referente a la vida privada del escritor que, al actuar sin descanso como personaje de sí mismo, trasciende el territorio de lo íntimo para transformarse (mágicamente) en un rico caudal artístico.

Umbral usó muchas de las piezas publicadas en Jano para confeccionar otros libros de prosa varia, siguiendo el método de Pla de construir su obra a partir de los gloriosos retales del articulismo alimenticio e industrial. La prosa periodística se cobraba –aunque cada vez peor, hasta llegar a estos tiempos imposibles de periodismo famélico– y la poesía, en cambio, no se pagaba nada. Pero, a diferencia del periodista ampurdanés, que reelaboraba y reescribía sus diarios y libros de artículos, el escritor madrileño no solía rehacer sus piezas, cuya procedencia se oculta en libros como Mis paraísos artificiales, Amado siglo, Diario político y sentimental, La derechona, La década roja, Crónica de esa guapa gente o Spleen de Madrid.

Meditación sobre la muerte

Las dos antologías de Renacimiento reúnen, salvo excepciones, los textos de Jano no vertidos en otros libros, por lo que pone en manos de los lectores piezas, si no totalmente desconocidas, laterales a su producción literaria central. Aunque esta diferenciación no es más que un formalismo. Umbral puede ser excepcional en un artículo menor, del mismo modo que muchos de sus libros –especialmente las novelas– se inscriben con más facilidad en la tradición de la narrativa impresionista y sensorial, al modo de Gabriel Miró, que en el ámbito de la ficción narrativa.

En estos volúmenes está el Umbral de siempre. Capaz de contar el día de la muerte de su admirado Ruano –«César, todavía tieso y guapo, sin que se le note el cáncer por dentro, casi con cara de buena salud en su primer, último, tardío y apresurado viaje a Nueva York […] todavía usa –usaba– aquellas camisas de cuello muy alto que le borbonizaban un poco […] poeta en prosa del periodismo franquista a la fuerza […] sentado en su cama churrigueresca y panteónica»–, presto a componer un maravilloso perfil (con soneto incluido) del filósofo Aranguren –«Era como un cardenal maldito que se hubiese vestido de paisano para merendar en Lhardy con una bella, […] un menesteroso de Dios, de la mujer, de la vida, porque nunca quiso tener más que dudas; de sus dudas comía, sin dejar que le comiesen […] Bebiendo aguantaba mucho»– o magistral al entonar una meditación sobre los muertos, convertidos hace tiempo en sus iguales: «La transmigración de las almas no es hacia fuera, sino hacia dentro. El muerto, cuando muere, no se va a otro sitio, sino que se te mete dentro, se te queda quieto en algún sitio, allá por el quinto espacio intercostal […] Sólo un muerto hace compañía de verdad. Los vivos sólo hacen tertulia».

El genio del columnismo todavía resplandece en su hornacina. Laus Deo.

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