The Objective
Literatura

Jon Fosse nos regala otra reparadora travesía por la sencillez nórdica

En ‘Vaim’, primera novela desde que recibió el Nobel en 2023, el noruego mantiene su estilo: breve, directo y profundo

Jon Fosse nos regala otra reparadora travesía por la sencillez nórdica

El escritor noruego y Premio Nobel de Literatura Jon Fosse. | Penguin Random House

Vaim es, sobre todo, un alivio. Saturados de datos, atrapados en una época capaz de parir términos como infobesidad o infoxicación, nos propone un ritmo distinto, una sencillez analgésica que, además (y sobre todo), apunta a una profundidad muy auténtica, no exenta de sentido del humor y ternura. Jon Fosse (Haugesund, 1959) ganó el Nobel de Literatura hace un par de años con esas armas, y esta, su primera novela desde entonces, podría decepcionar a primera vista por sus 166 páginas con letra bien grande y lo aparentemente insulso de la narración. Error. Hay mucho mar de fondo en Vaim.

Cierto que no se trata de una obra mayor, de la enjundia de Septología (De Conatus), pero contiene toda la esencia de Fosse y se me antoja una excelente puerta de entrada a su universo para el que no lo conozca. Sin una sola cita ni dedicatoria ni prólogo ni epílogo, el libro arranca directamente así: «Ea, ya estamos aquí, me dije, y me acaricié la barba, esta barba encanecida, porque joven desde luego ya no era, pero viejo tampoco». Siguen tres capítulos (la influencia de la faceta de Fosse como dramaturgo en la estructura es obvia) que se desenrollan como una sola frase, separadas las palabras solo por comas y muy sucintos diálogos. No es una lectura difícil, sin embargo, gracias a la magistral fluidez del estilo y el tono coloquial pero perfectamente medido de los narradores.

El primero de ellos es Jatgeir, que llega a Bjørgvin desde Vaim, el pequeño pueblo de los fiordos noruegos en el que vive. Bjørgvin es Bergen, la segunda ciudad de Noruega, pero la edición española acierta al mantener el nombre original para darle aún más sabor. En uno de sus escasos viajes a lo que para él es una gran metrópolis, Jatgeir se lanza a cumplir la humilde misión de comprar hilo negro y aguja para coser un botón. Una astuta tendera le pide un precio exorbitante y acepta por orgullo. Lo estafan. 

Ha llegado en barco, a pesar de que ya algunos strileños como él hacen la travesía en coche. A él le gusta ir en barco. Le gusta su barco. Mucho. Lo ama. Con pasión serena. De hecho, la Bodega de los Strileños se llama así porque está cerca del muelle. Y los strileños aman sus barcos. Solían ir, y algunos aún lo hacen, en barco.

Tras la estafa, vuelve a su barco, un personaje más, el más entrañable. Se llama Eline, como su gran amor no correspondido de juventud. Decide viajar a Sud, ya fiordo adentro, con gente buena, de fiar. Para comprobarlo va a una tienda… donde vuelven a timarlo. Vuelve a su barco a pasar la noche, pero lo despierta una voz familiar: la Eline de carne y hueso, ha dejado a su marido, Frank, y quiere regresar a Vaim con él.

Destino

Eline escapó de Vaim para vivir en la gran ciudad, pero todo salió mal y quedó atrapada en un matrimonio insulso en Sud. El barco que tanto despreció en su juventud se le aparece en el muelle como una oportunidad que no puede dejar escapar. Y no acepta un no por respuesta.

Jatgeir se resigna. Los críticos destacan la profundidad de la noción de destino en Fosse. Para Jatgeir es así de cristalino: «Era como si ahora fuera otra voluntad la que regía, como si de pronto todo hubiera cambiado, como si ahora fuera la voluntad de Eline la que lo regía todo».

Su soledad, apenas matizada por las visitas de un amigo allá en la aislada Vaim, le hace dudar a veces de las fronteras de lo real, otra constante de Fosse, pero la palabra sella el asunto: «Soñaba a veces con Eline y decía su nombre para mis adentros, a veces, aunque no muy a menudo, y algunas de esas veces, la verdad, no tenía muy claro si, allí parado sobre la cubierta, pensaba en mi barco o pensaba en Eline, que ahora estaba ahí, en la penumbra de la noche de verano, sobre el muelle de Sund, y entonces oí a Eline decir de nuevo Jatgeir, y dijo mi nombre con un anhelo en la voz». Entonces… «eso no era un sueño, era la pura realidad, buena o mala, en fin, tenía la sensación de que mi futuro estaba decidido».

La segunda parte mantiene el estilo del primero, pero el punto de vista adopta un tono entre surrealista y gótico. Narra Elias, un amigo de Jatgeir al que una soledad casi perfecta ha dejado en algún lugar entre la locura y el misticismo. Todo el capítulo gira en torno a una llamada a su puerta, una insólita interrupción de la soledad que descentra a Elías y se derrama en un monólogo interior por el que conocemos detalles de su curiosa existencia.

Profundidad

La resolución de esa llamada deja paso al capítulo final, un interesante cambio de tercio al dar la voz al monólogo interior de Frank, el marido abandonado por Eline. Las formas del monólogo interior de un tipo tan limitado, un pescador de simpleza absoluta, resultan fascinantes, como volutas de un humo que, conforme avanza la lectura, se va revelando mucho más denso de lo que insinúan sus contornos.

El desenlace sorprendente del cruce de los protagonistas, que no destriparemos aquí, da que pensar. Esa profundidad de Fosse que tanto le alaba la crítica se descubre especialmente valiosa precisamente por el sello de autenticidad que le da su origen, arraigada a una geografía muy particular, de la que Fosse se niega a despegarse, por mucho Nobel que le den y mucha globalización que nos aticen.    

A bordo de un barco, esta conversación:

«Supongo que verás el mojón en la punta del cabo, dice

Se llama simplemente el Cabo, dice

Y la caleta se llama simplemente la Caleta, dice

Ya, digo yo

y volvemos a quedarnos callados»

Esto es Vaim. Y Vaim.

Publicidad