Maja Haderlap: en las montañas de Carintia
‘El ángel del olvido’ es el gran éxito de esta autora, traducido a un gran número de lenguas, obteniendo un entusiasmo similar en todas ellas

Ilustración de Alejandra Svriz.
La escritora austriaca Maja Haderlap, nacida en Eisenkappel-Vellach, en 1961, perteneciente a la minoría eslovena habitante de la región austriaca de Carintia, fronteriza con la antigua Yugoslavia, es la autora de un cautivador y poético libro, de raíces autobiográficas, El ángel del olvido, traducido a un gran número de lenguas, obteniendo un éxito y entusiasmo similar en todas ellas. Una obra que buceaba en el fondo tormentoso de la Historia y en las raíces más dolorosas de su pequeña comunidad. Unas bolsas de cultura propia y de lengua diversa a la mayoritaria, en este caso el alemán, fuertemente mantenidas y conservadas en algunos lugares de la Europa Central. En Austria, las bellas montañas de Carintia albergan una comunidad de campesinos eslovenos desde la noche de los tiempos. Ese sería el caso también de la comunidad germana, habitante del Banato, en Rumanía, rememorada de forma magistral en diversas obras por la premio Nobel Herta Müller. Unas sociedades rurales, de férreas identidades y de devociones y costumbres propias, encerradas en sí mismas, que marcarían a los nacidos en esas zonas, desde muy pequeños, con sus relatos, con sus historias oídas, sus fantasmas de la guerra y sus obstinadas fidelidades a los suyos.
Espléndido libro de memorias narrado en sus inicios por una niña que siente adoración por su abuela, internada de joven en el campo de concentración de Ravensbrück, El ángel del olvido obtuvo importantes galardones como el Premio Ingeborg Bachmann. Escritora en lengua alemana, Bachmann igualmente nació en Carintia, en la ciudad de Klagenfurt, donde estudiaría la autora de El ángel del olvido.
En Griffen, Carintia, en 1942, también nacería uno de los más grandes escritores de nuestros días, el Premio Nobel de Literatura 2019 Peter Handke, cuya madre pertenecía a la minoría eslovena. A ella, tras su suicidio en 1971, este escritor le dedicaría una de sus obras más impresionantes, Desgracia impeorable. Handke aprendió el esloveno, al principio obligatoriamente, en la posguerra, pero luego por decisión propia. Frecuentando a menudo ese territorio de la infancia en obras como La repetición, o en otras consideradas polémicas como La noche del Morava, Handke también ha traducido a autores eslovenos.
El ángel del olvido es un libro habitado sobre todo por el desencanto. Por el sentimiento de haber sido olvidados como minúsculos e insignificantes apéndices de la Historia general, sintiéndose, a la vez, claustrofóbicamente encerrados en un «mundo extranjero» en el seno del propio país: «Por culpa de esa frontera, que a ojos de la mayoría en nuestra región sólo puede ser una frontera nacional e idiomática, me veo obligada a explicarme e identificarme. ¿Quién soy yo, a qué lugar pertenezco, por qué escribo en esloveno o hablo alemán?», se preguntará la protagonista de esta historia.
Traducida de forma magnífica por José Aníbal Campos, esta obra estremecedora profundiza en los laberintos angustiosos de la pertenencia. El deber de la memoria es un deber inculcado desde muy pronto. Las familias austriaco-eslovenas de la posguerra, como es el caso de la familia de la narradora, llevan de excursión desde pequeños a sus vástagos a «lugares de la peregrinación», ya sea la Virgen María en Brezje o a los campos de Ravensbrück y Mathausen. «El campo de batalla» aflora en cada momento, por todas partes. Unos lugares que combinan una profunda religiosidad con un pasado de lucha heroica contra los nazis, en el que los partisanos eslovenos llevaron a cabo una dura resistencia: «En nuestros valles, la guerra se retiró al bosque, se convirtió en escenario de combates en prados y cultivos, colinas y pendientes, laderas y arroyuelos».
Aquí, más que en muchos otros lugares, los recuerdos dolorosos son finalmente los que sedimentan y dejan una huella indeleble en las familias y los paisajes: las granjas abandonadas después de la deportación y muerte de sus dueños, los traumas de la guerra, el bosque que escondió a los partisanos, todos ellos fantasmas sin sepultar jamás que llevarían a toda una comunidad étnica a unirse en torno a la memoria de los combatientes de la resistencia ignorados, o incluso despreciados, por los austriacos en sus manuales de Historia.
En esta zona de Austria, casi en la frontera con Yugoslavia, en un mundo rural campesino que se expresa en esloveno y apenas se defiende en alemán, la voz progresiva de una niña, de una joven, de una mujer del lugar que un día se marchó, nos habla de un modo estremecedor, pero también poéticamente fascinante sobre una familia que sufrió los estragos de la guerra y una dura, inclemente posguerra: un padre y un abuelo partisanos que lucharon contra los nazis, una abuela que sería arrestada y sobrevivió —aun quedando marcada de por vida— al campo de concentración de Ravensbrück, y una madre solitaria que huye de la realidad en su pequeño ciclomotor.
La protagonista del relato narra su infancia en las montañas de Carintia, y a través de su escritura delicada, intensa, llena de emoción a cada paso y pespunteada de afectos minúsculos e inquebrantables, se puede escuchar el suave eco que perdura de los sonidos de la casa y del pueblo, de las discusiones de sus padres, o se puede oler de nuevo, mágicamente, los aromas del verano o el aroma de la cocina de su abuela. Más tarde, la niña se convertirá en una adolescente atrapada en las reminiscencias del pasado familiar y del pasado esloveno que lucha por orientarse en un universo extremadamente asfixiante. La Segunda Guerra Mundial terminó hace mucho tiempo, pero para la minoría eslovena permanece siempre omnipresente, marcada por los ajustes de cuentas, las difíciles relaciones con Austria y la presencia de una frontera casi infranqueable con Eslovenia debido a la Guerra Fría. A medida que crece, la joven protagonista luchará por reconstruir los fragmentos dispersos de la historia familiar y, finalmente, encontrará su propio camino —y la salvación— en la escritura.
De la mano también de ese excelente traductor del alemán que es José Aníbal Campos, nos llegaría el siguiente libro de Maja Haderlap: una novela, de nuevo espléndida, Mujeres en la noche, ambientada igualmente en tierras de Carintia. Una región donde moran familias, como en la que nació Haderlap, de la minoría eslovena. En esta obra, la Segunda Guerra Mundial y los estragos y prejuicios duraderos que surgieron durante y después de aquellas atroces carnicerías e internamientos en campos de concentración no están tan presentes como en El ángel del olvido. Si lo están es como telón de fondo y a través de personajes como la exbrigadista y partisana Dragica, que ahora vive en Eslovenia, país independiente desde 1991.
Novela fuertemente marcada por poderosos y magníficos retratos de mujeres de una misma familia, pintados con sus claroscuros, con sus sentimientos de culpa, frustraciones y deseos incumplidos y, sobre todo, a través de sus intensas alianzas de afecto que no siempre se llegaron a expresar, causando por ello un dolor inextinguible y una cadena tortuosa de reproches, junto a frecuentes depresiones, Mujeres en la noche gravita de forma central en torno a la relación de una madre, Anni, cocinera en un restaurante local, y su hija, la primera generación de “licenciadas”, que es Mira, la “desertora” del pueblo que hace tiempo se fue a vivir a la capital, Viena.
Ahora, en un momento trascendental para esa familia, cuando Anni se ve obligada a dejar la casa donde siempre han vivido porque su sobrino, el auténtico propietario, quiere echarla abajo y empezar un negocio, su hija Mira decide volver para ayudarla en ese triste «tránsito». Un tránsito que, sutilmente, de forma emocionante, la buena escritora que es Haderlap va desgranando como el adiós simbólico y melancólico que lleva a cabo, de forma paulatina, la muy creyente y fervorosa católica que es Anni hacia objetos, recuerdos, vestigios y también amores y muertes pertenecientes al pasado de todos ellos.
Pero el regreso de Mira desde Viena a un lugar donde se le mira con hiriente sospecha («¿qué viene a buscar aquí?, ¿por qué nos mira por encima del hombro a los que nos quedamos?») le aportará todo menos sosiego. Todas las ofensas están a flor de piel en unas zonas donde la identidad —dentro de familias de Austria de cultura eslovena que se niegan a abandonar su lengua y sus costumbres— es esgrimida por muchos de ellos como un asunto de vida o muerte. También amigas de antaño de Mira, que conducen con orgullo centros de enseñanza del esloveno, la miran con suspicacia, reprochándole en silencio (como es tradición en la gente de la localidad, forjada en «un mutismo tallado en piedra») «su distanciamiento de todo lo esloveno»: «En mis visitas al pueblo —dirá Mira— me parecía terrible el modo en que todos, tanto los carintios de lengua alemana como los eslovenos de Carintia, intentaban diferenciarse todo el tiempo unos de otros, como si no hubiera en el mundo nada más importante que la pertenencia al grupo, cuya otra cara era el ostracismo y el destierro».
De nuevo, Haderlap escribe una cautivadora y poética elegía sobre mundos y vidas fuertemente arraigadas en sentimientos propios e incomprensibles para los demás, que se niegan a desaparecer. Mundos que se oponen, de forma a veces desesperada y ásperamente agraviada, a los que un día decidieron irse y quedarse fuera.
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