The Objective
Literatura

'Mil cosas': Juan Tallón te hará replantear tu relación con el trabajo y el tiempo

La última novela del escritor gallego es una carrera contrarreloj sobre nuestras aceleradas jornadas laborales

‘Mil cosas’: Juan Tallón te hará replantear tu relación con el trabajo y el tiempo

El escritor y periodista Juan Tallón. | Anagrama

Queda poco más de un día para que una pareja, Travis y Anne, puedan, al fin, comenzar sus vacaciones, pero el calor, la fatiga, el bebé, el ritmo acelerado del trabajo y la ciudad les va arrinconando en las que prometían ser sus últimas jornadas antes del paraíso. Bajo esa premisa, hay algo de compasión, probablemente no buscada, en que Mil cosas (Anagrama) haya esperado a después del verano para su publicación. Difícilmente hubiéramos soportado nuestra propia realidad si también en su lectura hubiéramos encontrado sus altas temperaturas. «Y es curioso —dice su autor—, porque la novela fue escrita en los peores días del invierno gallego, entre el 15 de diciembre y el 6 de enero».

Veinte días es lo que tardó Juan Tallón en terminar este ligero libro, de apenas 150 páginas, en el que la velocidad de la vida contemporánea arrasa con todo. «Los personajes tenían que ser un reflejo del estilo de vida alienada y desesperante en la que estamos instalados, sin pararnos ni hacernos dueños de nuestro tiempo, porque el tiempo ya no nos pertenece, alguien es dueño de él y nos marca qué hacer casi en todo momento. El lector tenía que experimentar también esa exasperación, la ansiedad, el agobio, el estrés de vivir así un día cualquiera. Y también la construcción de la propia novela debía llevar ese ritmo», cuenta el escritor que, casi a la misma velocidad de la que habla, se ha colado también en las listas de los más vendidos.

Aunque admite que publicar dos novelas en dos años —en 2024 presentó El mejor del mundo (también en Anagrama)— no es lo más recomendable para evitar agotar al sector, «simplemente la urgencia con la que viven los personajes, con la que el lector consume su historia y con la que fue escrita, se trasladó también a la urgencia con la que tenía que ser publicada».

Como una carrera contrarreloj, Mil cosas nos habla, además, del tiempo, sobre todo de aquel que nos falta y que se pierde, que se enreda con una tarea después de otra y hace que perdamos la noción de lo importante, que nos atraviesa y que nos posee. «Cuando miramos atrás, las horas se nos han ido en una sucesión de acciones que arrecian sobre nosotros, que parecen todas urgentísimas, casi de vida o muerte. Pero cuando al final del día, todo se ralentiza, porque entramos en parada, en calma, vemos que no hemos hecho nada realmente importante y que en todo caso hemos perdido ya el sentido de la importancia, porque tenemos que estar tan pendientes de tantas cosas, a veces simultáneamente, que no somos capaces de separar lo que es verdaderamente relevante de lo que no. Todo se nos confunde. Simplemente, nos limitamos a ir golpeando asuntos como un tenista para que las bolas no nos golpeen a nosotros».

Estamos más bien instalados en la pura acción. «La realidad se ha llenado de asuntos que a menudo son insignificantes y no conseguimos hacer nada que realmente nos produzca satisfacción». Y esa es otra cuestión que también se plantea en la novela. ¿Cómo nos relacionamos con nuestra vida laboral? «Nuestros trabajos han ocupado el centro y no solo el centro. Se han ido extendiendo como una mancha de aceite hasta rebasar nuestra jornada mucho más allá de las horas que nos corresponderían. Acabamos de trabajar, pero sigue en nuestra cabeza. El hecho de estar hiperconectados e hiperlocalizados favorece que estemos pendientes de todo más allá del horario y nuestra relación con él es conflictiva».

Vuelta de tuerca

En ese contexto, señala, es imposible no albergar algún tipo de miedo. «Miedo a perderlo, que es lo que le está pasando también a Travis, aunque no sea un miedo objetivo, o a quedarnos estancados en el trabajo que tenemos en este momento, como le ocurre a Anne, a no ir a mejor, a que solo sirva para hacernos profundamente infelices. Miedo a nuestros jefes, a la relación con nuestros compañeros, a no desconectar, a que el trabajo nunca esté hecho, a que haya un nuevo día, porque todos los días son en realidad un solo día, porque no hay ruptura. Ahí estamos».

La fórmula no es nueva, pero el giro final que utiliza Tallón en esta novela, concebida inicialmente a partir de ese desenlace, impacta como un latigazo. «En realidad, Mil cosas son dos novelas, la que yo escribí y la que no. Y quizás esta segunda es la importante, es la que comienza cuando el libro se completa y te afecta como lector». En ese momento queda una sensación incómoda, una complicidad perturbadora, algo que nos dice que nosotros mismos podríamos haber sido uno de sus personajes.  «La novela ha sido escrita para que sintamos una profunda identificación con ellos. Porque aunque ellos se dediquen a algo muy particular —Travis es el subdirector de una revista y Anne trabaja en atención al cliente de una gran empresa—, están sometidos a un ritmo que es el de otros muchos. Todos estamos en ese ritmo, vamos de un lado a otro gestionando imprevistos y fuegos. Así que todos somos Travis y Anne en un momento u otro y todos podemos sentir lo mismo que ellos cuando el libro acaba».

En el centro de todo, estaba el interés de Tallón por el error humano. «Sin errores no se puede vivir. Sin disparates probablemente tampoco. Y, sin embargo, es curioso porque nos pasamos toda la vida perfeccionándonos, ambicionando la perfección, el éxito absoluto, mientras que el error garrafal está, como una sombra, pendiente de caer siempre sobre nosotros. Y es más fácil que caiga cuando estamos tan absolutamente distraídos, porque prestar atención a miles de cosas es una letal forma de distracción».

A lo largo de la narración, hay una amenaza implícita, un elemento desestabilizante sutil que no acaba de explotar y que flota alrededor de sus personajes, que se cuela entre ese ir y venir, los atascos, las llamadas de teléfono, las atenciones del bebé, los mensajes, el calor que no nos deja pensar. «Qué difícil es a veces irse a la cama, ¿no?», comenta Tallón. Con un planteamiento muy similar a la última novela de Isaac Rosa, Las buenas noches (Seix Barral) que reflexiona sobre las dificultades que padecen hoy muchos para conciliar el sueño, ambos libros parecen una alerta intermitente sobre nuestro ahora más inmediato. «Es inevitable que los escritores demos cuenta de nuestro tiempo. Isaac es un extraordinario autor que aborda los malestares del presente y en su última novela trata un tema que a todos nos resulta familiar: las dificultades para que, al llegar a la noche, dejemos de pensar en las cosas que nos atosigan durante el día. Las dos novelas comparten ese malestar del presente que afecta y determina la vida de nuestros protagonistas».

Narrada con ese humor ingenioso y divertido, marca de la casa, Mil cosas, continúa, es una historia sobre un día normal en el que no pasa nada extraordinario. «Fíjate que el error que se gesta ocurre sin ser demasiado conscientes de que se están haciendo las cosas mal. Todo lleva una marcha anodina, aunque sea superacelerada». Y en esa acumulación de tareas que nos llevan incluso a pensar que no está pasando nada, cuando llegamos a su final, todo se resignifica. «Es entonces cuando nos espantamos». Y es ese momento, y no antes, cuando empieza la verdadera lectura.

Publicidad