El secreto de Emilio Trigueros
«Lo que predomina es la sensatez, la razón y la extrema amabilidad de una prosa que tiene una enorme fe en la literatura»

El secreto del mundo.
A la hora de hablar del escritor Emilio Trigueros (Algeciras, aunque Madrid, 1972), no se trata tanto de recomendar uno de sus libros u otro, sino de reivindicar una obra en general o, mejor, reclamar una mirada, celebrar una literatura que tiene mucho que ver con toda una poética del bien, con una filosofía de la bondad.
Es una obra breve, todavía, pero muy locuaz y poderosa. Arrancó en el otoño de 2018 con Al otro lado de las estrellas, una novela que a mí me sigue resultando irresistible, y que contiene uno de los contrastes más «violentos» pero expresivos que yo conozco entre episodios cotidianos, conyugales y domésticos junto a otros en los que se relataban altas reuniones en despachos de Bruselas (ámbitos que Trigueros conoce muy bien, dada su vida laboral en el ámbito de la industria de la energía y en el ajetreo internacional de las materias primas y los recursos naturales). Igual que en Guerra y paz se barajaban las escenas palaciegas con las de trincheras (y yo siempre he intuido que Tolstói, con humor secreto, consideraba a las intrigas de las primeras la guerra y al tedio del frente la paz…), aquí había eso: escenas familiares que eran casi anodinas de tan cercanas, conviviendo (y sobre todo complementándose) con otras en las que de alguna forma los poderosos del mundo tomaban las decisiones que condicionaban esos paseos, compras y conversaciones.
En 2022 llegó Ritmo y temblor, algo así como un gran homenaje al Sur, lo Meridional como concepto o como categoría, la gloria de la vida y de la juventud latiendo y cegándose ante una luz total, un sol tan ambiguo como la memoria. Y en aquel mismo diciembre esa novela quedó matizada con el único ensayo de Trigueros hasta hoy: La revolución de vivir, algo así como la trastienda de su narrativa, el encofrado moral que ejerce de soporte de su imaginación.
No me gusta nada eso que acabo de decir de lo «moral», porque eso es siempre espinoso, pero en el caso de Trigueros funciona de un modo bastante abierto, ya que en todos los libros los personajes se detienen en algunos momentos a conversar, o se recogen y meditan sobre determinados sucesos, ciertos comportamientos, algunas noticias o tendencias…, y en esas páginas, casi siempre sin amargura, pero en serio, se reivindica la paz individual y colectiva, las conquistas de la Ilustración y todo lo que en teoría quería ser Europa, aparte del sosiego, el diálogo o la alegría.
Y esto es así en su nueva novela, El secreto del mundo, a pesar de su durísimo tema (o acaso precisamente por ello). Lo que esencialmente se cuenta en las 365 páginas de esta novela, editada en junio por Mundo Negro, es cómo en un despacho bien caldeado de Róterdam o de Estrasburgo unos cuantos hombres blancos deciden que conviene provocar una guerra sanguinaria en el corazón de África, algo que, por desdicha, queda lejos de ser ciencia ficción. A partir de ahí, y aunque la novela es cualquier cosa menos ingenua, el foco se pone en otras cosas, como en los esfuerzos e iniciativas que, inconscientemente o no, lleva a cabo un pequeño elenco de personajes variopintos para tratar de contrarrestar tanta crueldad, tan injusticia, tanto sufrimiento decidido desde tan lejos y por motivos tan despreciables.
Lo contaba uno de esos viejos cuentos árabes o chinos o hindús: un discípulo pregunta a su maestro por la diferencia entre el bien y el mal, y el maestro le ordena entonces que arranque una tierna ramita de un cerezo o de un peral o de lo que pudiera haber más a mano en cada versión. El discípulo lo hace, claro, sin ninguna dificultad, y entonces el maestro le ordena que la vuelva a colocar.
Aquí sucede lo mismo. Se cuentan los heroicos, lentísimos e inmensos trabajos y sacrificios que cuesta, por ejemplo, poner en funcionamiento una pequeña escuela en determinado poblado arrasado por las epidemias o los machetes. Se transmite la enorme calidad humana, la admirable valentía y los desvelos de décadas que por parte de muchos y muchas hacen falta para conseguir algún mínimo progreso, algún éxito, algún niño o niña que se aprovecha de una forma visible de esa oportunidad… en doloroso enfrentamiento a lo facilísimo que es acabar con todo eso con una cerilla o con una ley arbitraria improvisada que obedece a la codicia o el fanatismo de alguien.
Aunque también escribe teatro, Trigueros no es un hombre iluso, y casi siempre tiene experiencia sobre el terreno acerca de las cosas que, noveladas, cuenta. Y aunque a veces le pierde el excesivo amor a las palabras, y en todas sus novelas hay algún pasaje, algún párrafo, alguna conversación o carta escrita o transcrita de un modo excesivamente inflamado, encendido, exaltado…, lo que predomina es la sensatez, la razón y la extrema amabilidad de una prosa que, sencillamente, tiene una enorme fe en la literatura, y, a pesar de todas las decepciones, una pequeña pero contagiosa confianza en nuestra especie.
