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Literatura

Erich Auerbach y 'La cicatriz de Ulises'

Acantilado publica una antología de cartas del autor de ‘Mímesis’ que permite ahondar en la filosofía del erudito filólogo

Erich Auerbach y ‘La cicatriz de Ulises’

El filólogo, romanista y crítico literario alemán de origen judío Erich Auerbach. | Editorial Acantilado

Durante la Segunda Guerra Mundial, un erudito alemán de origen judío escribió un ensayo literario colosal en Estambul. El erudito se llamaba Erich Auerbach (1892-1957) y el libro Mímesis. En él propone un recorrido histórico por la representación de la realidad en la literatura occidental, desde Homero hasta Marcel Proust y Virginia Woolf. Aunque discutido en algunas de sus conclusiones, sigue siendo un hito de la literatura comparada y su influencia llega hasta nuestros días. Hay algo épico en la gestación de esta obra, que habla de lo mejor del ser humano: en plena guerra, exiliado en una ciudad remota en la que había encontrado refugio para él y su familia, con la angustia de que la zarpa nazi pudiera llegar hasta allí, Auerbach redactó un estudio de una ambición monumental. 

Lo que llega ahora a las librerías no es una reedición de esta obra magna, sino una antología de artículos y cartas de su autor: La cicatriz de Ulises (Acantilado), con un iluminador prólogo del compilador, Matthias Bormuth. El artículo que da título al libro es una versión abreviada del primer capítulo de Mímesis, el más célebre y citado. En él, Auerbach compara dos escenas. Estudia el modo como Homero narra, con tono mítico y heroico, el momento en el que, tras el regreso de Ulises a Ítaca, su antigua nodriza, Euriclea, se percata de quién es en realidad ese vagabundo extranjero, al palpar la cicatriz que tiene en el muslo cuando se dispone a lavarle los pies. Y establece una comparación con el episodio bíblico del sacrificio de Isaac pedido por Dios a Abraham, narrado de un modo más realista y complejo. 

El planteamiento de esta bien orquestada antología es elegir un ensayo por década, desde los años veinte a la etapa final en los cincuenta, de modo que proporciona un recorrido panorámico por el pensamiento de Auerbach, complementado con una selección de cartas a destacados intelectuales alemanes coetáneos como Walter Benjamin, Erwin Panofsky, Thomas Mann, Sigfried Kracauer, Martin Buber y Victor Klemperer. La combinación de ambos materiales es interesante, porque si los ensayos se mueven en el ámbito abstracto de la reflexión filológica y filosófica, las cartas dan cuenta de la dramática realidad histórica que le tocó vivir al autor. 

Nacido en Berlín, herido y condecorado en la Primera Guerra Mundial, doctorado el Derecho y después de la guerra en Filología Románica, trabajó como bibliotecario en la Biblioteca Estatal de Prusia y después ejerció de catedrático en la Universidad de Marburgo. En los tiempos de la República de Weimar frecuentó el elitista círculo del poeta Stefan George y empezó a intuir los peligros ideológicos que se cernían sobre Alemania. Sus raíces judías reflotaron peligrosamente cuando los nazis llegaron al poder y desde mediados de los años treinta fue consciente de que seguir en Alemania no era una opción y debía buscar una salida profesional en el extranjero. Las cartas reunidas en La cicatriz de Ulises van dando pistas de la situación que vive. En una fechada en 1933 y dirigida a Karl Vossler, uno de sus mentores, le comenta, de forma algo críptica, que «la vida aquí es soportable, pero, no obstante, sumamente agotadora. A cada momento surgen pequeños problemas y hay que hacerles frente, y uno se mueve en público el día entero». Para entonces, otro de sus mentores, Leo Spitzer, había sido expulsado de su cátedra en Colonia y un colega de la Universidad de Marburgo, el lingüista Hermann Jackobsohn, había sido despedido y se había suicidado. Él todavía confiaba en mantener la cátedra por su condición de excombatiente condecorado, pero ya se le había prohibido publicar. 

Dos años después, le escribe desde Siena, durante un viaje, a Fritz Saxl, discípulo de Aby Warburg, que había sido el encargado de trasladar el Instituto Warburg y la legendaria biblioteca del historiador fallecido en 1929 de Hamburgo a Londres para salvarla de los nazis. En esta carta, un Auerbach más desesperado le pide abiertamente trabajo como bibliotecario para poder salir de Alemania: «Podrá usted imaginar de qué se trata: mi familia y yo (tengo esposa y un hijo de doce años) no resistiremos mucho tiempo más en Alemania. Es cierto que aún conservo mi plaza, y que mis alumnos y otros amigos se comportan cortésmente, muchos de ellos de un modo exquisito —tampoco mi hijo tiene dificultades que no puedan soportarse—, pero así las cosas no podrán seguir mucho tiempo (…) Debo intentar, por tanto, y por difícil que sea, encontrar algo apropiado en el extranjero». 

Unos días después, durante ese viaje por Italia, le escribe desde Florencia a Walter Benjamin, que le ha pedido contactos en París, porque también trata de marcharse de Alemania. Dos años más tarde, en otra carta fechada en 1937, informa a Benjamin —que correrá peor suerte y se enfrentará a un destino trágico— de que está instalado en Estambul, donde le han ofrecido una plaza en la universidad. Este exótico destino lo compartió con otros académicos alemanes por los azares históricos: Atatürk, fundador de la República de Turquía, empeñado en modernizar el país, había barrido de las instituciones a los islamistas y buscaba profesores occidentales que enseñaran a las jóvenes generaciones turcas cultura europea. 

En Estambul, Auerbach se siente algo desubicado y expone en una de las cartas el desconcierto en el que vive por la situación mundial: «Soy un profesor que no sabe exactamente qué ha de enseñar». Sin embargo, en esos años de zozobra se refugiará en la cultura y el fruto será Mímesis, publicado por primera vez en Suiza en 1946 y traducido a múltiples idiomas. Desde su aparición, el libro fue admirado y también objeto de algunas críticas, como las de otro gran filólogo alemán, Ernst Robert Curtius. Con el tiempo, Auberbach introdujo algunos retoques, entre otras cosas porque cuando lo escribió, no disponía, en las bibliotecas de Estambul, de muchas de las fuentes bibliográficas que necesitaba consultar. Acabada la guerra, renunció a regresar a Alemania y marchó a Estados Unidos, donde Panofsky lo ayudó a empezar una nueva carrera académica, que lo llevó a una cátedra en Princeton y después a Yale. 

Los seis ensayos que reúne La cicatriz de Ulises dan cuenta de los intereses filológicos y filosóficos de Auerbach. El primero es una brillante aproximación a Montaigne y la construcción del yo en su Torre, alejado del mundanal ruido: «En sociedad, con otros, Montaigne es moderado y cortés; cuando está solo consigo mismo es diferente. Desaparecen las formas, las costumbres, las leyes, las religiones. Estoy solo, debo morir. Aquí no estoy en casa, estoy de viaje, de dónde vengo y adónde voy no lo sé. ¿Qué tengo, qué me queda? Yo mismo». 

Vienen a continuación sendos textos sobre los dos autores en los que más a fondo trabajó a lo largo de su carrera: Giambattista Vico y Dante. Del primero aborda su relación con la fe y la idea de Dios y del segundo la influencia que en él tuvo Virgilio. Sigue otra pieza sobre Marcel Proust y la memoria y cierra la selección un ensayo de 1952 titulado Filología de la literatura universal, en el que detecta un mundo contemporáneo cada vez más interconectado y dice: «Nuestra patria filológica es la Tierra, ya no puede serlo la nación. Es cierto que lo más precioso e indispensable que hereda un filólogo es la lengua y la cultura de su nación, pero esa herencia solo es eficaz en el desprendimiento, en la superación».

En Mímesis y otros escritos mostró sus suspicacias ante los escritores de la vanguardia de la primera mitad del siglo XX, que consideraba «extremadamente individualista, subjetiva, a menudo excéntrica». Es de suponer que Erich Auerbach, estudioso de la representación de la realidad en la literatura occidental, sufriría un ataque de ansiedad ante la posmodernidad y ahora la posverdad. 

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