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Literatura

Bailar en las ruinas: Natalia Castro Picón propone la alegría como revuelta

La investigadora menorquina gana el Premio Anagrama de Ensayo 2025 con ‘La fiesta del fin del mundo’

Bailar en las ruinas: Natalia Castro Picón propone la alegría como revuelta

La filóloga y profesora Natalia Castro Picón. | © Johanna Marghella

En el ensayo La fiesta del fin del mundo, la filóloga y profesora Natalia Castro Picón (Menorca, 1989) se atreve a bailar sobre los escombros. El libro, galardonado con el Premio Anagrama de Ensayo 2025, es el fruto de una década de investigación que comenzó en las aulas de la universidad de Princeton, donde hoy enseña, y que se reformuló durante los meses más duros del confinamiento. Lo que en origen fue una tesis doctoral escrita en Nueva York durante el encierro pandémico, ha mutado en un ensayo vivo que rastrea las derivas festivas del apocalipsis contemporáneo.

«La pandemia me dio el tiempo para escribir un capítulo cero sobre lo que estaba ocurriendo, pero el libro no se quedó allí. Siguió mutando, creciendo, hasta incluir fenómenos recientes como la dana. Como si el presente no dejara de exigir nuevas lecturas», dice Castro Picón.

Ese presente, en constante estado de crisis, es el punto de partida del libro: desde la recesión de 2008 hasta la pandemia de 2020 y más allá. Pero lejos de escribir otro ensayo sociológico sobre el desastre, Castro Picón ofrece una mirada nueva: la fiesta como modo de resistencia, el gozo como categoría política, el apocalipsis como performance.

Todo empezó, confiesa, con una frase escuchada al pasar: «Salir de marcha zombi». Fue durante una investigación sobre las marchas zombis de Madrid, previas al 15-M. Ese gesto, aparentemente frívolo como salir de fiesta disfrazado de muerto viviente, contenía, para ella, una potencia oracular y de anticipación: «Los zombis ya estaban reclamando la ciudad desde la fiesta, de forma performática, antes de que surgieran las protestas más explícitas. Había allí una estética y una energía que después vimos en las plazas».

Así comienza a fraguarse la idea central del ensayo: que toda fiesta es, en sí misma, un acontecimiento apocalíptico. «Las fiestas suspenden el orden. Disuelven jerarquías, pero también refuerzan vínculos. Esa dualidad es clave», explica. Inspirada por antropólogos, sociólogos y teóricos como Mackenzie Wark, Castro Picón traza un mapa donde la celebración y el colapso no son opuestos, sino momentos entrelazados de una misma coreografía colectiva.

El agua como metáfora de lo colectivo

Uno de los elementos significativos que atraviesa el libro es el agua. Desde las «mareas ciudadanas» hasta el feminismo como «cuarta ola», pasando por el «tsunami democrático» en Cataluña o Godzilla como emblema monstruoso del desastre en el océano, el líquido se vuelve símbolo de movimiento, desborde y transformación. «La ciudad está diseñada para encauzar flujos: de mercancías, de cuerpos, de deseos, pero cuando la multitud se mueve como agua, se vuelve ingobernable. Por eso el feminismo lo sabe: se nombra como ola, como fuerza que desborda», afirma.

En ese sentido, el agua es también metáfora de una política del anonimato: «El agua no hiere al agua. El tsunami no sufre cuando choca consigo mismo. Como los zombis: el zombi no come zombi. Ahí hay una disolución del individuo, que es la base del capitalismo. Por eso estos imaginarios son tan peligrosos para el sistema».

Lo apocalíptico, para Castro Picón, no es un final, sino un síntoma. «Llevamos más de quince años en un régimen de crisis permanente. Hay quien habla de policrisis, yo prefiero hablar de ‘entrecrisis’, como un tejido de fracturas que se solapan. En ese paisaje, la cultura deja de funcionar como ethos ordenador. Las palabras pierden su sentido. Decimos democracia, decimos libertad, y ya no sabemos qué significan».

¿Y qué ocurre entonces? ¿Cómo podemos vivir entre ruinas simbólicas? Castro Picón ofrece una respuesta que es, a la vez, poética y política: hay que reapropiarse de los relatos. Subvertir las gramáticas del miedo. Bailar en las grietas del sistema.

«El capitalismo no renuncia al imaginario apocalíptico, al contrario, lo explota. Nos dice que si se acaba él, se acaba el mundo. Lo vemos en las películas, en los discursos políticos, incluso en las distopías. Pero eso no es más que un uso interesado del colapso: una herramienta de control», afirma la autora.

Frente a ese relato de «sálvese quien pueda», el ensayo La fiesta del fin del mundo reivindica lo colectivo, el tejido de cuidados, la vecindad como salvación. «El antropólogo David Graeber lo llamaba así: comunismo cotidiano. Ama, cuida, sostiene. En el apocalipsis será tu vecina quien te salve. Esa es la verdad política que emerge en la catástrofe», nos asegura Castro Picón.

En esta entrevista con THE OBJECTIVE no hay ingenuidad en sus palabras. La autora no propone una utopía naíf ni un optimismo vacío. «No creo que la gente sea buena por defecto, pero en momentos de colapso, se abren espacios de disputa. Lo vimos en la DANA de Valencia, donde la extrema derecha y los movimientos de base se pelearon, literalmente, por el sentido de la solidaridad. Es ahí donde empieza la política».

Lo mismo podría decirse del 15-M, un evento que algunos miran hoy con escepticismo o nostalgia. «El movimiento cambió muchas cosas. Por ejemplo, rompió el bipartidismo y politizó a un 80% de la sociedad en una noche. Transformó el discurso sobre la Transición». Para la profesora es absurdo pensar que no tuvo efecto porque «lo que pasa es que ahora estamos en la resaca de todo eso».

Sin embargo, afirma, que el sistema no ha logrado volver al mismo punto. «El bipartidismo que regresa no es el de antes. Es más zombi, más decadente. Lo triste es que las personas lo enfrentan con desesperanza. Por eso este libro intenta recuperar algo de alegría, incluso en las peores condiciones».

Al final, La fiesta del fin del mundo no es un ensayo derrotista, ni tampoco un manifiesto. Es un libro que dialoga con la tradición profética del apocalipsis, pero desde una mirada revolucionaria. «Las revoluciones no hablan solo de castigos. Hablan de justicia. De pueblos armados con fuerza divina y a mí eso me emociona, porque nos recuerda que la historia puede volver a empezar».

Para finalizar nuestra conversación le pregunto cómo podemos sobrevivir sin caer en el cinismo o en el delirio mesiánico. Castro Picón sonríe: «No hay forma de no resentirse. Todas vivimos entre la desilusión y la esperanza. Lo importante es no dejar de moverse».

Como el agua. Como la marea. Como la fiesta que aún no termina.

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