Christopher Marlowe, sombra y espectro de un fantasma
Stephen Greenblatt firma una biografía del poeta y dramaturgo que deslumbra por su retrato de la Inglaterra isabelina

Retrato de Christopher Marlowe. | Wikimedia Commons
En la historia de la literatura universal existen tres personajes con el nombre de Marlowe. Uno —Philip— es el detective privado creado por el novelista norteamericano Raymond Chandler para sus novelas negras. Otro —Charlie, cuyo apellido prescinde de la última letra— es el viajero que Conrad sitúa en los confines del Congo en su relato sobre El corazón de las tinieblas y en novelas como Lord Jim. El tercero (y primero de todos ellos) es Christopher Marlowe. Los registros y archivos documentales dicen que fue un individuo real. Sin embargo, ha pasado a la posteridad como la sombra difusa de un fantasma y con el perfil ambiguo de un espectro.
No deja de ser un destino curioso: nacer como un hombre de carne y hueso y, tras perecer, ‘sobrevivir’ como una incógnita eterna. «Hell is just a frame of mind», escribió este Marlowe que nació en Canterbury en 1564 y, menos de 30 años después, ‘dio su espíritu’, por decirlo según la fórmula retórica de la época, en Deptford, un suburbio de Lewisham, en la periferia de Londres. Poeta y dramaturgo, hijo de un zapatero y modelo artístico y vital de William Shakespeare, su coetáneo. Y, según una leyenda extendida, espía en Francia y Flandes. Una criatura con alma atrevida e impertinente.
Naturalmente, fue asesinado. «El que ama el placer debe caer por placer», proclamaría en una de sus obras. Un personaje apasionante. No solo porque haya quienes crean la ficción de que Shakespeare no es sino uno más de los seudónimos que pudo adoptar Marlowe para escribir su teatro, sino porque a través de los rastros de su fama puede reconstruirse todo el fascinante y abyecto universo de la Inglaterra isabelina, una nación primitiva, insular y aislada del mundo que no tardaría en regir uno de los imperios que sustituirían la hegemonía de la España del Siglo de Oro.
Vincular ambos argumentos en una única —y magnífica— narración es lo que ha hecho el historiador Stephen Greenblatt, profesor de Humanidades en la Universidad de Harvard y editor de la Antología Norton de Literatura Inglesa, en El Renacimiento oscuro, un ensayo excelente, en forma y en fondo, sobre Marlowe y su mundo, aunque el nombre del biografiado no aparezca en la cubierta del libro, que la editorial Crítica (Planeta) presenta como «la turbulenta vida del gran rival de Shakespeare», sin mencionar al verdadero protagonista, a través de una asociación de segundo grado.
El poeta de Canterbury tuvo una vida de artista y una andanza vital de novela. De forma que podríamos decir que es el propio Marlowe —desde el purgatorio, ese espacio que no existe en la religión anglicana— quien señala al investigador norteamericano el tono exacto que debía tener su libro. El Renacimiento oscuro es un ensayo que se lee como una novela. Greenblatt no expone ideas ni explica conceptos. Hace que los presenciemos: los muestra a través de los conflictos y la conducta de sus personajes. Esta decisión de explicar la Inglaterra isabelina a través de la narración y la descripción en lugar de con análisis, hace que el libro sea eficaz, huya de cualquier vicio académico y pueda ser entendido por cualquier lector.
Precursor de Shakespeare
Pero lo que lo diferencia de otras obras equivalentes —y lo sitúa entre los mejores títulos publicados este año— es su capacidad para incorporar elementos de otros códigos genéricos hasta dibujar una panorámica afortunadísima de la levadura de la cultura inglesa en el siglo XVI. La historia de Marlowe no deja de ser una bildungsroman, puesto que recrea cómo un muchacho de familia humilde consigue estudiar en Cambridge, lee a los autores clásicos en latín, se relaciona con la aristocrática y siniestra élite de su tiempo, crea una obra que, aunque ahora sea leída solo por especialistas —al contrario de lo que sucede con las piezas de Shakespeare, colocado en el centro del canon occidental por la influyente tradición anglosajona—, en su época gozó de amplia aceptación popular y disfrutó de un gran prestigio literario posterior.
No está nada mal para un joven desaparecido con solo 29 años. Pero, junto a esta peripecia, Greenblatt incorpora en su libro pasajes memorables sobre la industria teatral de Londres, las conspiraciones y delaciones de los ricos y poderosos, la extrema crueldad y la violencia presente en todos los ámbitos de la sociedad —Inglaterra, debido a las guerras religiosas, no vivía en ese instante en el mejor de los tiempos— y reflexiona sobre los riesgos y costes personales que supone la libertad de pensamiento. Aquella Inglaterra de la Pequeña Edad de Hielo, un erial cultural en comparación con España o Italia, se transformaría a partir de 1580 en la Atenas del norte: poetas memorables, dramaturgos fascinantes, científicos, matemáticos, pensadores como Francis Bacon, y un personaje inclasificable como Marlowe, que asciende de posición social y practica la sinceridad, esa forma de conquista individual, en un marco social peligroso y opresivo.
El autor de Tamerlán dotaría al inglés de una nueva flexibilidad, que Shakespeare no hará sino ensanchar. Se comportaba con insolencia en un mundo regido por un moralismo feroz y un espíritu inquisitorial a cuyo lado el Santo Oficio de Castilla es un jardín de infancia. Donde el dogma protestante se impone con la misma sangre y con el mismo fuego (de la hoguera) que en la España de la Contrarreforma. En cierto sentido, la emergencia y caída de Marlowe es la gran fisura (simbólica) de la Inglaterra isabelina. Su gran heredero es el bardo de Avon, que se convertirá en el príncipe de las letras gracias al sendero abierto por su coetáneo, al que apuñalaron en un ojo en una taberna tras una discusión por una deuda.
Un destino trágico que, como recuerda Greenblatt, lo acerca a Caravaggio, epítome del artista de talento involuntario que vive ‘honestamente’ fuera de la ley y es ajeno al decoro. Menos políticamente correcto que Shakespeare. Menos sentimental. Más terrestre. Al morir, Marlowe no dejó papeles ni manuscritos. Su legado es fantasmal. Y su posteridad es similar a la de los grandes espías. Gente distante, inteligente y fría. Seres que han sido alguien y que terminan no siendo más que silencio y sombra y adiós.
