Oasis: 15 años, una victoria del Manchester y la promesa de una millonada
La banda Oasis se reúne tras 15 años, reviviendo el mito de los años 90 erguido por los hermanos Gallagher
Quizás sólo sean una pareja de macarras capullos con chándal copiando a los Beatles, como decía John Niven en su novela Kill your Friends (2008). O, tal vez no. Es posible que sí sean el mejor grupo rock pop a este lado del milenio. Sea como fuere, Oasis lleva movilizando masas desde 1991. Son los Frida Kahlo británicos, haciendo de sus entrecejos poblados una marca de fábrica irrepetible. Si uno llevaba un cortavientos de cuello largo y un pelo cacerola de flequillo-mordisco-de-burra hace dos décadas, es que iba disfrazado de alguno de los dos hermanos Gallagher. Y decir esto no es moco de pavo, como tampoco lo fueron los 15 millones de copias vendidas de su primer álbum, Definitely Maybe (1994), y menos aún los 30 millones de su segundo disco, (What’s the Story) Morning Glory? (1995). Las cifras, como quien dice, hablan por sí solas.
Habrá quien piense que darle bombo a la reunión de ambos tatos tras 15 años separados sea plegarse a la banalidad. Pero, al fin y al cabo, durante los 15 años que duró unida la fraternal pareja (vaya si les gusta el número 15) conjuraron una forma de entender la música que deja visibles rastrojos hoy en día. Es difícil, vaya, que alguien que está aprendiendo a tocar la guitarra, no acabe interpretando la sempiterna Wonderwall (1994), y, por ende, dando por saco a quien tiene la sesera rayada no, lo siguiente, con esos malditos acordes. Sea como fuere, que Liam y Noel Gallagher hayan decidido compartir escenario tras tanto tiempo es, sin duda, un hito musical de esta década. Pero, ¿qué tuvo Oasis para llegar a rascar el cielo musical cómo llegaron a hacerlo?
Podría uno aquí hablar de acordes comerciales. De letras ambiguas, moñas, pero adecuadamente administradas, o de esa paradoja que produjo ver a un grupo de zagales de Manchester, facinerosos, borrachuzos y liantes, componer e interpretar con hondura canciones transversales. Esas que, ni aun sabiendo que pijadas dicen, sientes que te están tocando alguna tecla. Durante 7 discos, Oasis no dejó de demostrarle al mundo que uno podía ser un cabrón desmelenado; un pieza de cuidado inestable en ininterrumpido proceso de combustión, y parir versos de profunda sencillez. Con un deje melifluo, casi barato, pero inexplicablemente esencial.
La lucha, durante casi dos décadas, rondó alrededor de una batalla. ¿Quién era el más válido en todo aquello del britpop, el nombre que buscó definir el movimiento? Los hijitos noventero-reventones de los Rolling, los Kinks, los Beatles o The Who, se daban cabezazos unos a otros por ocupar el pódium de mejor grupo británico. Hablamos, claro, de Oasis y de Blur, pero también de The Verve, Pulp, Sleeper o, me van a perdonar los puristas, The Libertines. Personalmente, servidor se deja caer por Blur y su Parklife (1994) como estrella rutilante del género. Pero, bien es cierto que si hablamos de caché comercial, Oasis los unta en cerveza Guinness templada, algún gargajo y mucha chulería. Para homologarlo a un debate patrio, sería como juntar en los años 80 a los fans de Obús y Barón Rojo. Toda una batalla campal. De hecho, en 1995, Noel dijo sobre Blur: «Espero que el bajista [Alex James] y el cantante [Damon Albarn] pillen el sida y mueran». Pura sinergia musical…
Pero, vayamos a la chicha del asunto. Ya sabemos que Oasis fue un absoluto despiporre musical. Ahora, ¿qué hizo brotar tan astilladas asperezas entre los hermanos Gallagher, para abandonar la mina de oro que habían conformado juntos? Imagino que serán cientos las respuestas que podrán darse a esta pregunta. De las que disponen sus admiradores, no obstante, se reducen a dos. Y depende de quien la exponga, Noel o Liam, tendrá por protagonista al contrario: «Mi hermano es un capullo, un cabrón, un bastardo».
Las rencillas entre ambos eran de sobra conocidas en el mundillo musical. El hermano menor (Liam) era docto en las lides pendencieras de pub. Embarazaba chavalas, se liaba a palos con hooligans, periodistas o fans y, en fin, ocupaba muchos tabloides sensacionalistas. Mientras, Noel era un cocainómano funcional e introvertido igual de narcisista que obsesivo con la música. Durante la grabación de (What’s the Story) Morning Glory?, en Gales, Liam se corrió una juerga con unos chavalines muy ebrios que llevó al estudio mientras Noel grababa. A Noel no le hizo ni pizca de gracia. Refriegas verbales mediante, el hermano mayor agarró un bate de críquet y se lo lanzó a la cabeza a Liam. Todas estas y muchas más anécdotas bastas, de auténticos intercambios de heces emocionales entre hermanos, están divinamente recogidas en el documental Oasis: Supersonic (2016). De hecho, si los tatos llevaban un lustro tensionados entre sí, se dice que el estreno del documental no hizo sino avivar la ojeriza que se tenían.
Y tampoco es de extrañar que resultara infumable ser uno, u otro hermano, teniendo en cuenta declaraciones como las de Liam, asegurando en 2006: «Supongo que debería ponerme triste, pero no me dura mucho. Solo me miro en el espejo y digo: ‘pero qué jodidamente bueno estás’». Vaya, como estar tête à tête con un Kanye West, henchido de vanidad, en mitad de un brote de Síndrome del Pavo Real. Pero es que Noel no era menos presuntuoso y, quizás, sí más mezquino en sus declaraciones respecto a Liam, diciendo cosas como: «Es grosero, intimidante y vago. Es la persona más enfadada que te encontrarás en la vida. Es como un hombre con un tenedor en un mundo de sopa». Al menos, quedaba claro quién de los dos era el compositor…
Porque, he ahí, creo yo, el quid de toda la cuestión. De la batalla egomaniaca de ambos fratellos asoma una envidia recíproca. Noel Gallagher ha sido el compositor de casi la totalidad de las canciones de Oasis, y es francamente bueno. Ahora, no hay como verlo actuar en «solitario» (no olvidemos que había otros dos integrantes en Oasis), pongamos, en un directo de agosto de 1997 en el MTV Unplugged, para pisparse del problema. Liam no compone una mierda, pero es puro carisma. Una de esas voces inconfundibles en su timbre que, además, adopta una posición propia frente al micro (lo cual le ha valido no pocas laringitis y ausencias). Noel, en cambio, siempre ha parecido el primo mayor motivado de tu familia mancuniana que lleva en clases de canto la tira de años y no despega. Lo intenta, el chavalote, pero no le da. Ese marcaje tan claro derivado de las carencias propias de cada cual, compuso, sin duda, gran parte de la nitroglicerina emocional que prendió a la hora de confirmar su separación hará ahora 15 años. Llegado el 2009, ver a los hermanos Gallagher antes de un bolo debía ser como cruzarse con los hermanos Matamoros en etílica y drogada discusión. Cosa fina y peligrosa.
Sin embargo, millonadas de por medio (son conocidas las deudas que arrastran), y la promesa de Liam de intentar hacer las paces con su hermano si el Manchester City ganaba la Champions League, como así sucedió (gracias, Guardiola), los hermanos más lucrativos y problemáticos del britpop se vuelven a reunir. Se suma así otra muesca a una moda: el resurgir de los 90-2000. Si acaso la vuelta de Oasis no representa suficiente prueba, que, en España, Sonia y Selena se junten de nuevo para hacernos «bailar, ¡toda la noche!», tras 11 años de omertà, se revela categórico.
De momento, Oasis ha confirmado 17 fechas en Reino Unido. Quién sabe si, con suerte, serán más. Y, todavía con mayor chiripa, si saldrán de sus lluviosas tierras para descolgarse por el resto de Europa. A decir verdad, si aguantan más de 3 conciertos seguidos sin parar, tirarse una pandereta a la cabeza o escupirse en mitad de la calle porque Liam ha escrito un tweet ofensivo más pedo que Alfredo a las 3 de la madrugada, o Noel ha soltado alguna burrada en algún medio de comunicación, será todo un éxito. Sea como fuere, Oasis vuelve a las tablas. No puede darse el pescado por vendido, pero es toda una celebración. Será cierto eso que dicen, la intención es lo que cuenta.