Joni Mitchell: canciones y confesiones
La cantante repasa su vida y su relación con Bob Dylan, Leonard Cohen y David Crosby en el libro ‘Desde ambas caras’
Si escucha usted River o A Case of You y no se emociona, pellízquese, no vaya a ser que esté muerto y no lo sepa, como el de El sexto sentido. En Desde ambas caras (Libros del Kultrum), Joni Mitchell habla de cómo compuso estas y otras canciones, de sus vivencias y de la vida en general. Se trata de una extensa conversación en tres tiempos con Malka Maron. La autora es, como su entrevistada, canadiense y cantautora y se conocieron fugazmente en 1966, cuando la futura estrella ni siquiera había grabado su primer álbum. Años después, en 1973, le propuso entrevistarla. Para entonces, Mitchell tenía ya cinco elepés a sus espaldas, incluido Blue, su primer hito, que ocupa el tercer puesto en la lista de mejores discos de la historia de la revista Rolling Stone, solo por detrás de What’s Going On de Marvin Gaye y Pet Sounds de los Beach Boys. A partir de esa primera conversación, la complicidad entre ellas se consolidó y este libro recién traducido en nuestro país recoge extensas charlas grabadas en tres momentos de la trayectoria de la artista, la última de las cuales corresponde a 2012.
Las conversaciones se centran sobre todo de sus canciones y su proceso compositivo, aunque también asoma el anecdotario vital y la visión del mundo de Mitchell. La amistad entre entrevistadora y entrevistada genera en ocasiones cierta autocomplacencia y se pueden echar en falta preguntas más incisivas. Con todo, estamos ante un documento imprescindible sobre una de las grandes figuras de la música popular contemporánea, que de tanto en tanto suelta opiniones a contracorriente como esta: «Nunca he sido una feminista. Discrepo. Estaban tan obsesionadas con el ama de casa, la familia, que para mí era deprimente. Y a pesar de que mis problemas, de alguna manera eran femeninos, los suyos no me ayudaban ni eran compatibles con los míos. Lo mío era de otra índole. No quiero hacer pandilla contra los tíos. Los hombres necesitan ser guiados. Las feministas, en cambio, querían ser como ellos».
Dado que las canciones ocupan el centro del libro, están reproducidas a doble columna: el original inglés y la traducción al español. Lo cual es de agradecer, porque estamos hablando de una de las compositoras más exquisitas de la historia del rock, cuyos temas son auténticos poemas, como los de Dylan, al que le dieron el Nobel de literatura para rabieta y pataleta de puristas y cascarrabias.
No solo las letras son importantes, como compositora Mitchell siempre ha sido una gran experimentadora. Partiendo del folk de voz y guitarra saltó al rock y de ahí a juguetear con el jazz en la etapa más creativa de su carrera. En los años setenta grabó acompañada por músicos de la altura de Wayne Shorter, Herbie Hancock, Larry Carlton, Pat Metheny y Jaco Pastorious, e incluso hizo un álbum mano a mano con el genio Charles Mingus, entonces ya muy enfermo en su retiro de Cuernavaca y con fama de conflictivo y violento. Al respecto, Mitchell explica: «A Charles Mingus le habían colgado el sambenito de persona violenta. ‘Oh, está siempre tan furioso…, es un hombre tan hostil. Es un racista’. Esto es lo que el público y la mayoría de la gente decía, tengo entendido. (…) Nadie imaginaba que de nuestro dúo fuera a salir gran cosa. Nadie creyó que el proyecto pudiera dar algún fruto. (…) Fue un aprendizaje fantástico, una oportunidad enorme de estudiar con un gran maestro. Un desafío importante». De todos modos, les aclararé que lo del temperamento dado a los ataques de ira del contrabajista y compositor no eran meras leyendas malintencionadas; entre otros incidentes, es famoso el que tuvo con el trombonista Jimmy Knepper, al que le saltó un diente de un puñetazo, irritado porque estaba tocando una octava por debajo de lo que él quería.
Otro músico de comportamiento peculiar es, según los recuerdos de Joni Mitchell, Bob Dylan, del que cuenta esta anécdota sobre una gira que compartió con él: «No hablaba con nadie. Y ojo si te hablaba. Una vez me habló un poco: ‘Esa canción es matadora, esos acordes… Tienes que enseñarme esos acordes. Esa canción es buenísima. Después de cantar esto ya puedes hacer lo que quieras’. Y entonces le dio por romperme la guitarra. Básicamente me boicoteó una y otra vez, y otra, y otra, y eso fue todo». También tiene un punto estrambótico su recuerdo de Leonard Cohen, aunque en este caso por persona interpuesta. En la época en la que Cohen estaba de retiro budista y tenía como maestro a un monje llamado Roshi, aparecieron ambos de visita en casa de Mitchell. El monje pidió instalarse allí y ella entendió que se trataba de algo espiritual, viniendo la propuesta de un hombre santo de avanzada edad, pero «no sabía que tenía intenciones amorosas conmigo. Jamás lo habría imaginado. Me sentí horrorizada. Pensé: ‘Oh, vosotros, los monjes, se supone que no sois humanos’».
Maternidad traumática
La reacción ante el monje salaz no se debe a la mojigatería. Mitchell formó parte de la época dorada de Laurel Canyon, las colinas bohemias de Los Ángeles, donde se instalaron en los sesenta del pasado siglo muchos músicos atraídos por la California hippy. En esos años mantuvo sonados romances con varios colegas, empezando por David Crosby, que fue su descubridor y le consiguió el primer contrato discográfico. El cantante recordaba en un documental la peculiar manera de Joni de romper con él: una noche en que un montón de amigos se habían reunido para cenar, ella anunció que les iba a tocar un nuevo tema que acababa de componer y entonó delante de todos una canción en la que le anunciaba a Crosby su decisión de romper con él. Según este, además la repitió a modo de bis.
Antes de eso, con apenas 20 años y cuando todavía vivía en Canadá, Joni Mitchell se quedó embarazada, su pareja la abandonó y sola y en una situación económica muy precaria decidió dar en adopción a su hija (con la que consiguió reencontrarse muchos años después). La temprana maternidad fue traumática: «Esos años fueron un periodo muy duro, muy tormentoso, como madre soltera y desamparada. En aquella época ese hecho era lo mismo que haber matado a alguien. Fue muy, pero que muy difícil. Me encontré con personas realmente crueles, la gente se portó muy mal conmigo. Vi mucha fealdad. Nadie me protegió».
Cuenta que una de sus mejores canciones, Both Sides Now «surgió de mi corazón roto, después de perder a mi hija». No es el único tema que se inspira en vivencias íntimas. Explica Mitchell que «el artista necesita una cierta dosis de torbellino y confusión, y yo he podido crear a partir de esto. Forma parte de la fuerza creativa. De una depresión aguda puedes incluso aprender, si reflexionas». Vivencias gozosas o atormentadas han germinado en canciones prodigiosas: Both Sides Now, River, A Case of You, Amelia, Court and Spark, Hejira, Big Yellow Taxi, Free Man in Paris…
Tras su esplendorosa etapa jazzística, los ochenta y primeros noventa estuvieron llenos de altibajos. En la segunda mitad de los noventa recuperó la forma en plena madurez con una sucesión de obras maestras: Turbulent Indigo, Taming The Tiger, Both Sides Now y Travelongue. Todos estos álbumes llevaban un autorretrato en la portada, y es que además de cantante, Mitchell es una más que notable pintora.
En 2015 sufrió una hemorragia cerebral que le dejó secuelas. Desde entonces son contadísimas sus apariciones, convertida un icono y admirada por jóvenes estrellas como Taylor Swift y Lana del Rey. Subió al escenario en el festival de Newport en 2022 y cantó sentada y acompañada por artistas que la idolatran y ha vuelto a aparecer en febrero de 2024 en la ceremonia de los Grammys, ya octogenaria y con la voz algo debilitada. En ambas ocasiones entonó Both Sides Now, cuyos versos finales dicen: «He visto la vida desde ambas caras / Desde arriba y desde abajo, y aun así / Solo me queda de la vida la ilusión / De la vida, realmente no sé nada».