Brad Mehldau, los demonios interiores de un pianista exquisito
El músico de jazz cuenta en el primer volumen de sus memorias. ‘Un canon personal’ sus años de descenso a los infiernos
No creo que sea exagerado afirmar que, tras la retirada de los escenarios de Keith Jarrett después de sufrir dos derrames cerebrales que le dejaron secuelas en la movilidad, Brad Mehldau es el pianista de jazz más importante y estimulante en activo. Como Jarrett, Mehldau ha explorado otros territorios más allá del jazz y sus conciertos despiertan interés más allá del círculo de los aficionados al jazz. Este músico exquisito e inventivo publica ahora un volumen de memorias titulado Un canon personal (Berenice) en el que demuestra dos cosas. Que además de gran músico es un escritor excelente y que no le tiembla el pulso al evocar los episodios más turbulentos y sórdidos de sus años de aprendizaje.
Esta voluminosa obra —supera las 400 páginas— se presenta como la primera entrega de un proyecto que tendrá una continuación. Abarca desde la infancia hasta su despegue como solista de jazz, que coincide con la superación de su adicción a la heroína. El libro combina sugestivas reflexiones sobre música —y también sobre literatura, ya que Mehldau demuestra ser un avezado lector— con el crudo relato de sus demonios interiores y su descenso a los infiernos.
La infancia, entre Florida y Nueva Inglaterra, está marcada por cuatro conflictos que explora en profundidad: su condición de hijo adoptivo que nunca ha sabido la identidad de sus verdaderos padres; el acoso sufrido en algunos de los colegios por los que pasó; el despertar erótico en el que fue descubriendo su bisexualidad, en tempranos tanteos llenos de incertidumbres y culpabilidades, y por último los abusos sufridos de manos del director del instituto en el que terminó sus estudios preuniversitarios. Este episodio agrava sus inseguridades y lo lanza a una juventud autodestructiva.
En paralelo, Mehldau explica de forma también brillante su descubrimiento de la música, marcado por la curiosidad y el eclecticismo. La importancia que para él tuvieron en la adolescencia discos icónicos del pop como Rumours de Fleetwood Mac, Hotel California de los Eagles o Glass Houses de Billy Joel. No solo las melodías, sino también las letras de las canciones, que le ayudaban a entender el confuso mundo en el que se adentraba. Al mismo tiempo, descubría a Beethoven y empezaba a estudiar piano clásico. El momento decisivo llegó durante una escuela de verano en la que escuchó a dos revolucionarios que lo transformaron: «Ese verano, Coltrane y Hendrix quedaron registrados como placer, si bien de un tipo nuevo y desestabilizador. Sentía que había algo peligroso en su música. Me hacía temblar y sentirme mal del estómago. Procedía de un lugar que estaba lejos de la seguridad de mi entorno y tenía un poder muy grande. Mi reacción inicial ante ella fue de temor: temor de ese poder, y de su capacidad para aplastarme emocionalmente».
Con 18 años se instala en Nueva York para seguir estudiando música y convertirse en pianista de jazz. Frecuenta clubes míticos como el Village Gate, el Blue Note, el Village Vanguard, y otros lugares como el Lucy’s, donde muchas noches ve jugar al billar al actor británico Tim Roth, entonces célebre por Reservoir Dogs, que se muestra hostil para mantener a raya a los admiradores y evitar que le fastidien la partida.
Vinculado a España
Mehldau escucha en directo a veteranos pianistas como Hank Jones, Kenny Barron y Cedar Walton. Y entre sus profesores hay luminarias de los tiempos del be-bop y el hard-bop como Junior Mance, Barry Harris, el saxofonista Lou Donaldson y el batería Jimmy Cobb. Entre los pianistas a los que más admira destaca a Wynton Kelly, lo cual demuestra su gusto exquisito, ya que Kelly suele ser injustamente minusvalorado. En cambio, él y sus colegas detestan al trompetista Wynton Marsalis, que era en los años ochenta la estrella más rutilante del panorama jazzístico.
Es en estos años neoyorquinos de aprendizaje, en los que empieza a tocar en el cuarteto de Joshua Redman, cuando conoce a un par de españoles que también están dando sus primeros pasos en el mundillo musical de la ciudad. Se trata del saxofonista valenciano Perico Sambeat y el contrabajista barcelonés Mario Rossy, quien a su vez le presenta a su hermano, el baterista Jorge Rossy. Este encuentro es muy relevante por dos motivos: porque lo vinculará con España de forma muy intensa en los inicios de los años noventa y porque Jorge Rossy formará parte de la prodigiosa serie de álbumes —cinco en total— titulados The Art of the Trio, que lanzaron a Mehldau al estrellato.
Invitado por Sambeat y los hermanos Rossy viaja a España y toca en locales emblemáticos como el Café Central de Madrid, La Cova del Drac y el Jamboree de Barcelona y el Café del Mar de Castellón. Toca con el grupo de Sambeat en un disco de fusión de jazz y flamenco y graba sus primeros pasos como líder con el sello barcelonés Fresh Sound, fundado por Jordi Pujol (ningún vínculo con el político y defraudador confeso).
Estos años entre Nueva York y España son también los de su adicción a la heroína, mezclados con encuentros sexuales con hombres de mucha más edad y situaciones muy sórdidas, que explica sin velos ni ambigüedades. Como una en la que acaba, con un amigo yonqui madrileño que se prostituye para chutarse, en uno de los poblados de la droga, colocándose en una chabola. Dice el autor: «La heroína supuso para mí la rendición definitiva, y a lo que en parte me estaba rindiendo era al odio a mí mismo que las experiencias del pasado me habían hecho sentir, así como a la historia del personaje asocial que había creado de forma inconsciente a partir del hecho de ser adoptado. Añádase a esto una predisposición a adoptar una perspectiva oscura, que me afectaba a mí más que a otros y me acompañaba desde que podía recordar. El término clínico es depresión. Pero no me la diagnosticaron en todos esos años, y encontré lo que me pareció un tipo mágico de medicación. La heroína hacía que el dolor y las preguntas sin respuesta se esfumaran».
Un canon personal se cierra con la salida de ese pozo. El segundo volumen promete ser más luminoso, porque lo que está por llegar es su triunfo musical con la creación del espectacular trío con Jorge Rossy (después sustituido por Jeff Ballard, cuando Rossy decide dejar el ritmo frenético de las giras) y Larry Grenadier al contrabajo. Llegarán también sus deslumbrantes versiones jazzísticas de temas de Nick Drake, los Beatles y Pulp, sus incursiones en el territorio de Bach y otros maestros clásicos, su matrimonio con la cantante holandesa Fleurine Verloop, con la que tiene tres hijos. Por fin la estabilidad y el sosiego de este pianista cuyo estilo, en palabras del prestigioso crítico británico Scott Yanow «bascula entre Keith Jarrett y Bill Evans, muy influido por el fraseo del segundo y el estilo libre y lírico del primero».