Giacomo Puccini, cien años del último maestro de la ópera italiana
Un nuevo ensayo biográfico recuerda la recepción de las obras del compositor de ‘Tosca’ y ‘La bohème’
Giacomo Puccini (1858-1924) fue el primer compositor de ópera al que le pusieron una multa por exceso de velocidad. Sucedió en una carretera entre Lucca, su ciudad natal, y Torre del Lago —que hoy se llama Torre del Lago Puccini en su honor—, donde se construyó una elegante mansión a junto al agua. Poco después de la multa, en 1904, tuvo un accidente de carretera en una época en la que los automóviles eran todavía una extraña mezcla entre carromato y vehículo motorizado. El músico amaba la velocidad, fuera cual fuera la que permitieran aquellos cacharros, tomó mal una curva y se rompió una pierna, mientras estaba en pleno proceso de composición de Madama Butterfly, nada menos.
Puccini tenía tres aficiones: pisar el acelerador, cazar patos y seducir a mujeres que no eran la suya. En cuanto a su profesión: la música, concretamente la música para el teatro, porque salvo una temprana misa y alguna que otra pieza suelta, él se centró en las óperas. Es el último de los grandes compositores operísticos italianos, que recorren todo el siglo XIX hasta el primer tercio del XX. El bel canto empezó con Rossini, Donizetti y Bellini, que dieron paso a la cúspide de Verdi, y ahí se pasó al verismo de Leoncavallo y Pietro Mascagni, para cerrar este ciclo virtuoso y época dorada con Puccini. Después de él, ya no hubo nadie de una dimensión comparable.
Se cumple este mes de noviembre el centenario de su fallecimiento. El madrileño Teatro Real lo celebró en julio con una Madama Butterfly de polémica y abucheada puesta en escena; en diciembre lo hará el barcelonés Liceo con otra Butterfly coproducida con la Royal Opera House. Son dos montajes que comparten a la soprano española Saioa Hernández. Además, acaba de publicarse El «problema» Puccini de Alexandra Wilson (Acantilado), un ensayo biográfico que pone especial atención a la recepción de sus obras en vida. El «problema» era que parte de la crítica lo detestaba por considerarlo amanerado, femenino, frívolo, burgués e internacional, todo lo cual, al parecer, eran insultos gravísimos. El último pecado, el de ser demasiado cosmopolita en sus argumentos, se debe a la relación de tamaña osadía con la construcción de la identidad nacional italiana en aquel entonces, asunto que el libro analiza en profundidad.
Hoy puede resultar sorprendente que el estreno de Madama Butterfly (1904) en la Scala de Milán fuera recibido con abucheos, parece que en buena medida orquestados por sus enemigos. Después la obra levantó el vuelo y hoy es uno de esos títulos que salvan cualquier temporada operística. Las penurias amorosas de la Butterfly cierran el trío imbatible completado con La bohème (1896) y Tosca (1900), que representan el momento álgido de la carrera del músico. Tres óperas inmortales con libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. El primero, periodista y dramaturgo, armaba la trama, mientras que el segundo, comediógrafo y profesor de literatura, escribía los versos. Empezaron a colaborar con Puccini en su primer gran éxito, Manon Lescaut (1893) y el proceso de creación de cada nueva pieza era agónico, por lo exigente que se ponía el compositor. Hasta el punto de que los libretistas juraban que no volverían a colaborar con él, pese a lo cual crearon tres obras inamovibles del repertorio, protagonizadas por unas heroínas codiciadas por todas las grandes sopranos. El trío creativo se rompió con el fallecimiento en 1906 de Giacosa, porque a Puccini le resultó imposible seguir trabajando con Illica a solas.
El abrupto final de esta colaboración marca el inicio de un periodo complicado y poco productivo de Puccini. Ya recuperado del accidente automovilístico en que se fracturó una pierna y casi se rompe la crisma, siguieron las desgracias. En 1909, la joven criada Doria Manfredi se suicidó humillada por el hostigamiento de Elvira Bonturi, esposa de compositor, que la acusaba de estar manteniendo una relación amorosa con su marido. Cuando se le practicó la autopsia, se descubrió que la chica era virgen y Elvira fue procesada por calumnias y condenada a cinco meses de prisión. Se libró de entrar en la cárcel porque la familia pagó una considerable suma. En realidad, tenía motivos para sentirse celosa: Puccini tenía un lío con la prima de Doria, a la que dejó embarazada. Y no fue su único lance, sus amoríos eran célebres y abundantes.
Relación con Toscanini
Lo llamativo de los celos de Elvira es que su propia historia de amor con Puccini era digna no se sabe si se una ópera o de una opereta bufa. Cuando se conocieron, ella estaba casada con un rico tendero de Lucca, Narciso Gemignani, que había contratado al joven músico para que le diera clases de piano a su esposa. Profesor y alumna se enamoraron y la alumna casada quedó embarazada de su tercer hijo; tenía ya dos con su marido, pero el tercero era de Puccini. La pareja huyó, se mudó a Monza y vivió en pecado durante 20 años. Hasta que, en 1903, Gemignani fue asesinado por el marido cornudo de su amante, dejando así vía libre para que la pareja contrajera matrimonio.
Todos estos líos domésticos desconcentraron al músico, que no volvió a producir hasta la llegada en 1910 de La fanciulla del West, un western operístico cuyo estreno absoluto fue en el Metropolitan de Nueva York, con la orquesta dirigida por Arturo Toscanini, que estrenó todas las grandes obras de Puccini, con el que mantenía una relación llena de altibajos. Cuenta Harold Schonberg en su ameno Los grandes compositores una anécdota impagable: unas Navidades, Puccini le hizo llegar a Toscanini un panetone, pero después se arrepintió porque en esa época estaban a malas y le mandó un telegrama: «Panetone enviado por error», a lo que el director respondió: «Panetone comido por error».
Cuando La fanciulla del West llegó a Italia, fue recibida con hostilidad. En este caso, los que montaron el pollo en el estreno fueron los futuristas, al grito de «¡Viva Marinetti! ¡Muera Puccini!» En tiempos de vanguardias, Puccini era el último representante de un mundo que se estaba clausurando. Después llegaría Il trittico —tres óperas en un acto: Il tabarro, Sour Angelica y Gianni Schinchi, cada una con un estilo diferente— y Turandot, que quedó inacabada por el fallecimiento de su autor. La completaría Franco Alfano en 1926, y hay una versión muy posterior —y menos representada— de Luciano Berio, a partir de los apuntes del maestro. El estreno se produjo en La Scala el 25 de abril de 1926. En la primera representación se cortó abruptamente, el director Toscanini se volvió hacia el público y dijo que ahí acababa porque así la había dejado el maestro. En la segunda función ya se incorporó el añadido de Alfano.
Maestro de la melodía, último de una estirpe, y más innovador en algunos aspectos musicales de lo que se le ha reconocido, Giacomo Puccini forma hoy parte del repertorio más popular de cualquier coliseo operístico. Sus obras son valores seguros, los últimos coletazos del clasicismo. Después de él, lo más parecido a un compositor de óperas medianamente popular serán Richard Strauss, Shostakovich o Benjamin Britten, más aptos para aficionados curtidos. En cambio, en el caso de Puccini, seguro que incluso los menos amantes de la ópera han escuchado alguna vez sus arias más célebres: Che gélida manina de La bohème, E lucevan le stelle de Tosca, Un Bel di Vedremo de Madama Butterfly, Oh mio babbino caro de Gianni Schicchi o Nessum Dorma de Turandot.