Descifrando el enigma David Bowie
La biografía oral escrita por Dylan Jones, basada en 182 entrevistas, retrata a un músico que nunca dejó de reinventarse

David Bowie durante un concierto en la Casa de Campo, Madrid (1990). | Europa (Europa Press)
«David Bowie era un genuino enigma, sinceramente no creo que nadie llegara a conocerlo de verdad; sabías tanto como él decidiera que debías saber. Si tuviera que describir a David, el resumen sería este: un enigma al que todo el mundo creía conocer», reflexiona el promotor musical Harvey Goldsmith. Lo dice en David Bowie. Vidas (Es Pop Ediciones) de Dylan Jones.
Es un grueso volumen –636 páginas– que ofrece una completa inmersión en la vida y obra del cantante. Se trata de una biografía oral, un formato sin ninguna tradición entre nosotros, pero que cuenta con algunos notables logros en el mundo anglosajón, como la espléndida biografía oral de Truman Capote armada por George Plimpton, que se editó aquí el año pasado ¡con 27 años de retraso! Para la de Bowie no ha habido que esperar tanto: publicada en inglés en 2017, un año después del fallecimiento del cantante, llega ahora a las librerías españolas.
Una biografía oral se arma recogiendo testimonios y ensamblándolos para generar un relato coherente y lo más completo posible. Dylan Jones, que ya había escrito un libro anterior sobre Bowie (When Ziggy Played Guitar), realiza un trabajo minucioso: ha entrevistado a 182 personas, entre las que hay amigos de la infancia; la célebre y controvertida primera esposa Angie; fieles colaboradores en sucesivas etapas artísticas como los guitarristas Mick Robson y Carlos Alomar, el productor Tony Visconti y Brian Eno; cineastas, fotógrafos, modistos, escritores, artistas, colegas de profesión, amantes, groupies…, y el propio cantante, ya que el autor incorpora fragmentos de las entrevistas que le hizo a lo largo de su vida.
El formato de biografía oral tiene sus riesgos, pero el coro de testimonios es especialmente adecuado para abordar a un personaje tan escurridizo como Bowie. El cantante no dejó de reinventarse una y otra vez a lo largo de su carrera: de mod a hippy, del glam al soul, de la experimentación vanguardista a lo discotequero… Y se parapetó detrás de sucesivos disfraces: Ziggy Stardust, Aladdin Sane, Halloween Jack, el Duque Blanco…
Los testimonios de la variopinta galería de personajes que conocieron a Bowie en distintos periodos configuran un retrato rico en matices y que en ocasiones puede ser incluso contradictorio. Lo que cuentan bascula entre los puros chismes y los jugosos detalles sobre la personalidad y los procesos creativos del artista.
Sexo, cocaína y Angie
El libro recorre su infancia de clase media en los barrios londinenses de Brixton y Bromley, y aborda la figura del hermanastro esquizofrénico, Terry Burns, que acabó suicidándose. Es una figura que varios biógrafos consideran clave, no solo porque lo fue quien le descubrió el jazz, sino porque Bowie siempre arrastró el miedo a la enfermedad mental, de la que había unos cuantos casos en la familia materna. Llega después su determinación por triunfar, sus constantes cambios de estilo musical y aspecto, quemando etapas y dejando atrás a amigos y colegas, hasta que logra dar con la tecla del éxito.
En los años setenta, cuando se convierte en el rey del glam, abundan en su vida el sexo y la cocaína. Aparecen aquí algunos testimonios que no sabe uno si son veraces o están algo salpimentados, como el de la groupie Dyrinda Foxe que asegura que «una vez me hizo ir a su dormitorio para hablar con él mientras se follaba a otra chica. (…) Vi a Angie en la habitación contigua, arrastrándose por el suelo a cuatro patas tras haberse acostado con un guardaespaldas, porque el polvo había sido tan intenso que no podía caminar». La propia Angie Bowie (a la que los Rolling Stones dedicaron la balada Angie) apunta que «durante bastante tiempo, David fue un adicto al sexo (…) Teníamos una relación abierta. (…) David era bisexual y yo era bisexual» Y añade: «Yo no manufacturé su imagen. ¡No me hizo falta!», desmintiendo la extendida idea de que en realidad fue ella quien maquinó la transformación de Bowie en un icono andrógino.
Otro ejemplo de los excesos de la época son las anécdotas de Bowie con los dos salvajes americanos a los que produjo algún álbum: Lou Reed (el mítico Transformer) e Iggy Pop (Raw Power, The Idiot, Lust for Life y Blah Blah Blah). Del primero cuenta el periodista Allan Jones que en la cena posterior a un concierto del neoyorquino en Londres, Reed agredió a Bowie ante el desconcierto general, pero acabaron riéndose y abrazándose. Solo que «cinco minutos más tarde, David estaba siendo arrastrado de nuevo por encima de la mesa, esta vez con mucha más ferocidad. (…) Se ensañó de lo lindo, golpeando a Bowie en la cabeza (…) Al final consiguieron sacarlo a rastras del restaurante, mientras Bowie permanecía sentado, con la cabeza entre las manos, sollozando». La relación con Iggy Pop nunca llegó a estos extremos. Cuenta este que «siempre me maravilló lo capullo que podía llegar a ser yo, la torpeza con la que me manejaba en las situaciones sociales. (…) De modo que un día David me dijo: ʻMira, vamos a titular el álbum The Idiotʽ».
Más allá de este repertorio de excesos, el libro también explora el proceso creativo de Bowie con sus colaboradores más íntimos y desvela los secretos de la época berlinesa, en la que grabó la revolucionaria trilogía de álbumes que forman Low, Heroes y Lodger. Aborda además facetas poco conocidas, como la de coleccionista de arte nada previsible (a diferencia de otros colegas rockeros que compran solo grandes firmas), la de fundador de una editorial de arte y su participación en la broma urdida por el escritor William Boyd, que se inventó a un ficticio pintor del expresionismo abstracto americano llamado Nat Tate, al que dedicó un libro.
Icono pop y actor
Otro aspecto que esta biografía oral logra capturar es la relevancia de Bowie como icono, más allá de la música: la importancia del vestuario, las portadas de los discos, la escenificación de sus conciertos (a partir de su aprendizaje de las técnicas de mimo con Lindsay Kemp, quien cuenta en el libro unos cuantos episodios carnales con su joven discípulo). También se aborda su faceta como actor, con títulos destacados como El hombre que cayó a la Tierra de Roeg (en la que hacía de alienígena), El ansia de Tony Scott (en la que hacía de vampiro) y Bienvenido Mr. Lawrence de Oshima (en la que hacía de soldado británico prisionero que seducía al oficial japonés al mando del campo), sin olvidar su paso por Broadway interpretando en el escenario a El hombre elefante. Por todas estas facetas el Victoria & Albert Museum de Londres le dedicó en 2013 la exitosa exposición David Bowie Is.
Por encima de las extravagancias, los excesos y las actitudes discutibles, lo que ha dejado Bowie como legado son una decena de álbumes excelsos grabados durante el ciclo virtuoso que arranca en 1971 con Hunky Dory y se cierra en 1980 con Scary Monsters. Después, a partir de los ochenta y hasta casi el final su carrera, cayó en picado y no firmó ningún disco memorable. Hasta que, sabiendo que estaba enfermo y no tardaría en morir, grabó, sin contarle a nadie su estado, una obra maestra de despedida: Blackstar. Se fue dejando la sensación de que lo tenía todo milimétricamente calculado: el disco salió a la venta el 8 de enero de 2016 y David Bowie falleció en Manhattan el 10 de enero, dos días después.
El periodista Angus Mackinnon, que lo entrevistó cuando salió a la venta Scary Monsters, lo retrata así: «Me sorprendió lo completamente embebido de sí mismo que estaba. Ocasionalmente el personaje se agrietaba y surgía un momento de auténtica calidez, se reía de un modo particular o se tomaba algo a broma. Y yo pensaba: ¿qué porcentaje de todo esto es real? Te daba lo que querías. Si llegabas con gafas de sol y unos pantalones negros de cuero, te daba una entrevista roquera, y si eras como yo, con un aire de seudointelectual, se adaptaba a esa imagen. (…) Tenía que resultar ser agotador ser David Bowie. Se notaba que le pesaba considerablemente».