La noche americana de Jim Morrison
Libros del Kultrum edita un volumen con poemas, diarios, letras, un guion y los esbozos del cantante de The Doors

Jim Morrison cantando en un estudio de grabación. | Globe Photos (Zuma Press)
Algunos escritores pasan a la historia por un libro o, a lo sumo, por la frase de un fragmento de sus obras. Los poetas más célebres, si el destino los acompaña, son recordados por un poema afortunado y, acaso, gracias a un verso memorable. Los pintores dejan en nuestra memoria, cada vez más débil, el recuerdo de un par de cuadros de todos los que crearon. Incluso el cine, el primer arte en movimiento de los tiempos modernos, significa para una buena parte del público algo así como una colección con los rostros, vagamente conocidos, de los personajes de las películas, seres de ficción encarnados por actores reales, dejando en el margen del río a los directores.
Es una de las servidumbres de la mitomanía: quien la provoca siempre corre el riesgo de ser evocado, si antes no es directamente olvidado, por una de todas sus posibles máscaras. Es lo que le ocurrió a Jim Morrison (1943-1971), al que todos llamaban El Rey Lagarto. Deslumbró a toda su generación (los psicodélicos sesenta) con la música de The Doors, después de cambiar las noches al raso en las playas de Los Ángeles por los focos de los escenarios. Nada volvería a ser igual nunca más.
Morrison fue muchas cosas: estudiante de cine en la UCLA, icono sexual, alcohólico profesional, rebelde sin brújula ni Norte, un ser desvalido y ese grito dramático y desesperado que, sobre un riff sonámbulo de guitarra eléctrica, anuncia al mundo que ha llegado el final de los tiempos. Pero también fue, además de todas estas cosas, un poeta. Se sabía cuando se trasladó a París, a principios de los años setenta, huyendo del demonio interior al que evoca la lápida de su tumba en el cementerio de Père-Lachaise, donde lo condujeron –muerto presuntamente por sobredosis– desde su apartamento vacío en Le Marais. Pero su obra lírica, disonante, extraña, vocacional, en general diletante, no había sido objeto de una indagación a fondo. Hasta ahora.
El sello norteamericano Harper Collins dedicó en 2021 un volumen antológico –The Collected Works– a este patrimonio de poemas, escritos, notas, diarios y letras –todas las de los discos de The Doors, incluido An American Prayer, donde su grupo ponía música a sus versos– que muestran a un Morrison con la misma obstinación que profesan todos los poetas no reconocidos como tales. Atrevimiento, inseguridad, pasión, vida.
La editorial barcelonesa Libros del Kultrum, dirigida por Julián Viñuales, acaba de verter al español, con traducción de Miquel Izquierdo, un prefacio de Tom Robbins, un prólogo de su hermana Anne Morrison Chewning y una introducción de Frank Lisciandro, este volumen integral, publicado en un formato soberbio para los coleccionistas e ilustrado por facsímiles, cuadernos de apuntes y una memorabilia (literaria) que nos habla de un poeta sincero con suerte en el mundo del espectáculo y menor fortuna en el ámbito literario.
Un artista tierno y violento
El cantante de The Doors, difunto prematuro, desaparecido antes de alcanzar la treintena, quedó preso de su propia leyenda. Lo que muestra esta Obra Reunida –así se ha bautizado el volumen, editado en versión bilingüe– es el otro lado del espejo de Morrison. La cara menos popular del Front Man de The Doors, que concebía los conciertos de rock como un ritual sagrado, una suerte de misa eléctrica cuyas oraciones (desesperadas, lúdicas, bíblicas) parecían inspiradas por las musas de los poetas malditos.
Morrison cultivó la escritura desde adolescente, cuando llenaba cuadernos de contabilidad con borradores de poemas, pasajes teatrales, ocurrencias e ideas casi siempre por desarrollar. Esta arqueología editorial, además de fetiches para devotos, constatan su dedicación íntima, únicamente elevada a la condición pública en raras ocasiones, a la creación literaria. No son parte de una obra lírica en sentido estricto, sino un corpus (fascinante) de proyectos, unos llevados a buen puerto, como el cancionero de The Doors, y otros dejados sin terminar, en crudo, en el medio del camino. Aparece aquí el Morrison atormentado y violento, el artista tierno e ingenuo, el poeta procaz y sensitivo, consumido por sus obsesiones, como la práctica del chamanismo. Un niño (grande) al que perseguían los fantasmas.
Entre este material sobresalen la voz –escrita– de un escritor que siente compasión por los hombres que son incapaces de controlar su destino (¿acaso un augurio de su devenir?) o los diálogos de un guionista que no podía rodar películas, pero que tampoco dejaba de pensar y escribir sobre ellas. Hay más de un centenar fotos familiares, afiches, objetos personales. Y, sobre todo, una extensa literatura fragmentaria, plena de imágenes y de intensidad dispar, pues, aunque Morrison escribió durante toda su vida, no siempre lo hizo con la disciplina y la constancia que exige el oficio.
Empezó autopublicándose, a falta de editores interesados, y colaboró con revistas literarias antes de que la celebridad le abriera las puertas del sello Simon & Schuster. No fue un escritor esforzado y práctico, a pesar de su tesón. Era otra clase de criatura: un poeta del arrebato y la furia. Hablaba sobre las noches en el desierto, los vientos de fuego de California y la infinita noche americana. Dedicó una hermosa suite a Orange County, donde cuenta su relación (abierta) con la misteriosa Pamela Courson; blasfemaba, se contradecía –«estoy vivo, y me estoy muriendo»–, se abismaba y, en general, se vació delante del papel sin tomar la debida distancia ni, por supuesto, demasiadas prevenciones. Así era su verdad.
Monólogo dramático
Sus versos –más libérrimos que libres, camuflados a veces bajo el discreto disfraz de la prosa– discurren entre el monólogo dramático y los correlatos objetivos, las descripciones que, mediante acumulación, intensidad y sucesión, buscan provocar emociones a través de la presencia y la ausencia de las cosas. La colección contiene escritos anticlimáticos y pasajes memorables. Todo el legado literario de Morrison está recogido en este cofre de Kultrum, que incluye un guion –El autoestopista–, imágenes de HWY, una película inédita, diarios, entre ellos el póstumo The Paris Notebook, una autobiografía en verso (As I Look Back) y grabaciones de poemas.
«No puedo negar que me lo he pasado muy bien en estos últimos tres o cuatro años (…) No puedo decir que me arrepienta, pero si tuviera que empezar de nuevo creo que me inclinaría más por ser un artista retraído y callado que trabaja laboriosamente en su jardín», confesó en una entrevista. Es la misma idea de su poema Palace in the Canyon: «Now, I am a lonely man / Take back to / the Garden».
Morrison no pudo cumplir el sueño de volver a empezar –de otra forma– después de sus años de excesos y orgías. La vida, como escribió Michel de Montaigne, podrá ser (y sin duda es) ondulante, pero no siempre otorga segundas oportunidades. Los jinetes que atravesaron la tormenta lo saben.