De los tambores taínos a Bad Bunny: el legado musical que define a Puerto Rico
Desde los areítos taínos hasta las salas de concierto, cada época ha sumado capas sin borrar las anteriores

Marc Anthony y Bad Bunny en el último concierto que este último dio en su residencia de un mes en Puerto Rico. | Marc Anthony/Facebook
A lo largo de la historia, la relación entre el reguetón y la música latina tradicional ha sido compleja. Mientras ciertos sectores vieron en su aparición una amenaza para la salsa, otros reconocieron los lazos que los unían, interpretándolos como una oportunidad de desarrollo mutuo.
Ambos géneros, en sus momentos de mayor esplendor, han reflejado las experiencias de la vida urbana, y desde su nacimiento, el reguetón ha conservado una conexión con sus raíces, hecho que recientemente se ha evidenciado con los últimos discos de dos de sus figuras más relevantes: Rauw Alejandro con Cosa nuestra (2024) y Bad Bunny con Debí tirar más fotos (DtMF) (2025).
Este último sorprendió al mundo no solo por reafirmar el éxito global del artista, sino porque convierte a la música urbana en un homenaje directo a la herencia cultural de Puerto Rico. Entre samples históricos, colaboraciones con músicos tradicionales y guiños sonoros a siglos de historia, el disco pone en primer plano la riqueza musical de la isla.
Un cruce de culturas
La música puertorriqueña nace del encuentro de tres grandes tradiciones: la taína, la africana y la española. Este mestizaje, iniciado en el siglo XVI, no solo definió el carácter de la isla, sino que estableció las bases de todos sus géneros musicales posteriores.
Los taínos aportaron sus areítos, cantos colectivos acompañados de maracas y tambores sencillos, que transmitían historias míticas y comunitarias. Durante la Conquista española, muchos elementos rítmicos y ceremoniales sobrevivieron, fusionándose con otras tradiciones. Los patrones repetitivos y el uso de instrumentos de percusión simples se reflejan todavía en géneros actuales.
Los africanos, traídos como esclavos, introdujeron la polirritmia, el canto responsorial y los tambores de barril. De su tradición nacieron la bomba y la plena. La bomba es baile y música a la vez: el tambor responde a los movimientos del danzante, mientras maraca y cúa completan la base. La plena, conocida como «periódico cantado», usa tres panderos (requinto, punteador y seguidor) para narrar la vida cotidiana, desde celebraciones hasta denuncias sociales.
Los españoles trajeron la guitarra, el laúd y la poesía en décima, base de la música jíbara del campo. Con el tiempo, el cuatro puertorriqueño, con sus cuerdas metálicas, se convirtió en símbolo nacional. Géneros como el seis y el aguinaldo combinan melodías ibéricas con improvisaciones poéticas, donde el trovador canta décimas acompañadas por el cuatro, el güiro y la guitarra.
De la tradición a la modernidad
En el siglo XIX, Puerto Rico vio nacer compositores que unieron la música europea con la popular. Las danzas y contradanzas convivieron con formas criollas, mientras la imprenta musical y las primeras grabaciones ayudaron a difundir estas expresiones por toda la isla. Durante el siglo XX, la diáspora puertorriqueña en Nueva York dio lugar a la salsa, una síntesis caribeña que combinaba bomba, plena, son cubano y jazz. Orquestas como El Gran Combo de Puerto Rico o La Sonora Ponceña llevaron esta música a escenarios internacionales, y figuras como Héctor Lavoe y Willie Colón convirtieron la experiencia migrante en himnos universales.
El desarrollo musical se reforzó con la creación de instituciones: la Orquesta Sinfónica (1958) ofreció repertorios clásicos y caribeños; el Conservatorio de Música (1960) formó nuevas generaciones de intérpretes; y el Festival Casals atrajo a figuras internacionales, conectando a la isla con las corrientes musicales mundiales sin perder la identidad local.
Reguetón y raíces
La llegada del reguetón en los años noventa transformó la escena musical urbana. Muchos temieron que borrara las raíces tradicionales, pero artistas como Tego Calderón reivindicaron la bomba y la plena dentro del género. Don Omar y Daddy Yankee colaboraron con salseros, y proyectos como Los Cocorocos (2006) mostraron que lo urbano y lo folclórico podían convivir. Estas fusiones abrieron el camino para que artistas globales incorporaran sin complejos la historia musical boricua.
En este contexto, Debí tirar más fotos se presenta como una obra que va más allá de lo comercial. Bad Bunny no usa las raíces como simple decoración: las coloca en el centro del disco. En «CAFé CON RON», colabora con Los Pleneros de la Cresta para resaltar la plena; en «BAILE INoLVIDABLE», graba una salsa de más de seis minutos que evoca a la «Universidad de la Salsa»; en «PIToRRO DE COCO», rescata la voz de Chuíto el de Bayamón, ícono de la música jíbara navideña. En «NUEVAYoL», cita a El Gran Combo y su clásico «Un verano en Nueva York», homenajeando a la diáspora.
El disco también integra elementos jíbaros, con décimas y el sonido del cuatro, mostrando que la música campesina puede convivir con sintetizadores y beats urbanos.
Un legado que sigue vivo
La historia musical de Puerto Rico es una línea continua. Desde los areítos taínos hasta las salas de concierto, cada época ha sumado capas sin borrar las anteriores. A finales del siglo XIX, ya existían compositores que combinaban folclore con formas modernas; en el siglo XX, trovadores, pleneros y salseros convivieron con el auge de la música sinfónica. Hoy, reguetón, bolero, rock, plena y salsa coexisten, alimentados por escuelas, festivales y archivos que mantienen vivas estas tradiciones.
Con DtMF, Bad Bunny enlaza ese pasado con el presente: muestra que la música de Puerto Rico no necesita elegir entre tradición y modernidad. Puede ser global sin dejar de ser profundamente local, y puede hablarle al mundo mientras reafirma quiénes son los puertorriqueños y de dónde vienen.
Carmen del Rocío Monedero Morales, Profesora Titular del Departamento de Periodismo, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.