Un década de Bataclan: la música no se somete al terror
The Eagles of Death Metal, que sufrió el atentado yihadista de París, actuó en Madrid con un mensaje de esperanza

La sala Bataclan, donde los terroristas islamistas acabaron con la vida de 90 personas en la oleada de atentados que sufrió París en 2015. | EFE
Jesse Hughes no olvidará jamás la noche del 13 de noviembre de 2015. Han pasado diez años desde que tres terroristas islámicos irrumpieron en un concierto de los Eagles of Death Metal, en la sala Bataclan, de París, y acabaron con la vida de 130 personas, hiriendo a un número mucho mayor. Muchas fueron ejecutadas con disparos por la espalda o a bocajarro en la cabeza, mientras se cubrían tumbadas en el suelo con los cadáveres de quienes ya habían caído.
El atentado hirió de gravedad el corazón de la capital francesa, y de la propia Europa, que se sintió de pronto totalmente vulnerable a una guerra sangrienta dirigida contra inocentes convertidos en la encarnación de un enemigo cultural. Una guerra sin soldados, organizada por fanáticos dementes, salivando por convertir la cotidianidad en Occidente un escenario de angustia, sumisión y terror.
Una década. Una década desde que la gran lacra, pestilente y pusilánime, del terrorismo islámico volvió a cobrarse la existencia de cientos de personas que no sabían que estaban alistadas en un frente donde tampoco eran conscientes de estar. Y en todos estos años, la banda Eagles of Death Metal perdona, pero no olvida. Esa ha sido la conclusión general a la que sus miembros han llegado tras el tratamiento psicológico al que se han visto sometidos desde entonces.
Hughes, por ejemplo, cristiano confeso y convencido al estilo americano, ha encontrado la paz en un revólver siempre a mano del que dice no se separa en Estados Unidos. En Europa, a causa de la legislación, no puede andar rondando con una pistola por ahí como si nada, pero se rodea de auténticos colosos de seguridad que hacen las veces de arma de fuego y chaleco. Torres andantes salpicadas de tatuajes, que fueron vistas el viernes en junio en la sala Moon, de Madrid, durante el último concierto de la banda en España.
Van a cumplirse diez años del sangriento acontecimiento que trajo, de nuevo, la contienda del terror a Europa, y en el concierto madrileño de Eagles of Death Metal no se atisbó inquietud o duda. La gran tradición rocanrolera de enfrentarse a la angustia a golpe de riff y aullidos se mantiene fuerte. Al menos, para quienes recordaban que estaban a punto de vérselas con un posible déjà vu de la Bataclan. Otros, bastantes, aseguraban que ni siquiera se acordaban o no estaban al tanto de que el grupo al que estaban a punto de ver fuera la banda sonora interrumpida por los kalashnikov del ISIS. Ni rastro de policía. Ni un despliegue masivo de seguridad por parte de la organización de la sala. Salvando los ya mentados colosos de carne y tinta, canónicos hijos de la carretera con largas barbas, gorras negras y cadenas de hierro golpeando su bajo muslo, nada suscitó en el aniversario madrileño de la matanza ninguna sensación de estrés postraumático. Madrid no es París, ni el contexto bélico internacional se asemeja al de hace diez años.
Tributo a las víctimas
Nada recordó a aquel 2016, un año después de los atentados, cuando la banda se reunió de nuevo en París, de nuevo en Bataclan, a modo de homenaje y de peineta. Homenaje a las víctimas y sus familias, frente a las que los miembros quisieron arrodillarse, pedir perdón, demostrar lo rotos que estaban por dentro, reciclando cualquier palabra que les aportara consuelo, aunque no hubiera palabras capaces de lograr nada semejante. Y peineta para los asesinos y sus marionetistas desalmados, enarbolados ante la masacre de personas ajenas a todo conflicto, deseosas sólo de exprimir la vida y sus placeres; sus goces frívolos, enérgicos y liberadores como el rock’n roll en una noche cualquiera.
Hoy los Eagles of Death Metal tributan aquella inverosímil y dramática noche de la Bataclan no bajándose de los escenarios. Repartiendo mensajes de fuerza y superación y diversión a través de la música. Porque, si uno lo piensa, tiene bemoles que los atentados fueran orquestados en el concierto de un grupo encamado con el humor y la ternura. Una banda esencialmente volcada en desarmar la vehemencia o la presuntuosidad, y desprovista de toda pretensión política que no sea la de despachar felicidad a base de canciones sobre pasárselo bien. ¡Amantes de Bowie y su Moonage Daydream, por el amor de Dios!
Elegir a los Eagles of Death Metal y sus fans como objetivo de esa guerra sucia y desalmada encauzada hacia el terror masivo fue un mensaje en sí mismo. Un clamor psicopático y vomitivo contra el Occidente liberal y liberado. Un imperio que está en triste proceso de declive, en parte por su origen humanista en un mundo cada vez más cínico, plutocrático y desesperanzado.
«Como cristiano, perdono a quienes atentaron en la Bataclan», declaró Hughes, siempre ligado a ese bigote de Pancho Villa desordenado. Durante el concierto de Madrid, el músico, siempre ataviado con excéntricos outfits kitsch e irónicos, no ausentó un constante llamamiento al amor desde el rock’n roll, al respeto y al cariño, que es esencialmente aquello contra lo que los terroristas se encarnizaron a través de la matanza de París de 2015. «Nunca hay que darse por vencido ni perder la esperanza», advirtió en un momento de la velada.
Celebrar la vida
Las circunstancias han cambiado mucho en estos años. Lo que parecía otra muesca en el choque de civilizaciones —en su versión más bárbara y atroz— hoy no se presenta como un rosario de cadáveres condenados por festejar la vida, sino como los primeros pasos hacia una guerra mundial como la que conocieron nuestros abuelos, allá por el apolillado siglo XX, o como nunca se ha conocido: la apocalíptica imagen de hongos atómicos elevándose a lo largo y ancho del planeta.
Lo que ha quedado en The Eagles of Death Metal no es el estrépito del ataque, sino un zumbido persistente en la conciencia de quienes estuvieron allí, una marca que no se borra con el tiempo ni con giras. No hay redención posible para lo que ocurrió, pero sí una forma de respuesta: estar presentes, sobre un escenario, con la frente alta, la voz en ristre y un público entregado, que es lo que hizo la banda la noche del 27 de junio, en la Sala Moon, de Madrid.
Los miembros no regresan al pasado, pero lo cargan con ellos cada vez que se suben a tocar. En ese acto, que parece tan simple, reside una declaración silenciosa pero rotunda: no todo se quiebra ante el espanto. Y aunque suene a perogrullada, o a frase hecha, viene a ser cierto: la música, con su aparente liviandad demuestra, ayer y siempre, ser más resistente que el miedo.
