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Música

Mariangela Sicilia: entre la ópera y la arqueología

La soprano debuta como Luisa Miller, con Sir Mark Elder, como director musical, en el Palau de Les Arts de Valencia

Mariangela Sicilia: entre la ópera y la arqueología

Mariangela Sicilia. | © Ugo Carlevaro y Ewa Lang

La historia artística de la soprano Mariangela Sicilia (Marzi, Cosenza, 1986) comienza de un modo casi cinematográfico: una niña de seis años, de pie en una plaza de Calabria, cantando La Solitudine de Laura Pausini. Más tarde, su pequeña voz se mediría con las melodías inmortales de Mina —Parole, Parole y Grande, Grande, Grande— ante un público que, sin saberlo, asistía a los primeros compases de una carrera que acabaría llevándola a los escenarios de Salzburgo, Pekín o La Scala. 

El tránsito desde aquella música popular, absorbida a través de la televisión y el oído, hasta las óperas de Verdi y Puccini no fue ni lineal ni programado. Fue, como ella misma afirma en una entrevista con este medio, «un descubrimiento progresivo que nació del enamoramiento por la música, después por el teatro y finalmente por la ópera».

Creció en una familia sin tradición musical, lo que hace aún más singular su camino. La televisión fue su primer contacto con la música. Después llegó el teatro, donde actuó sin formación profesional, pero con una intuición que, vista en retrospectiva, anunciaba su destino. El punto de inflexión llegó en el Conservatorio de Calabria.

Aunque estudió piano por recomendación de un profesor, «para cultivar la musicalidad y ayudar a la voz», fue allí donde ocurrió la revelación decisiva: «Me enamoré de la ópera en el Conservatorio porque entendí que la fusión entre música y teatro es justamente la ópera. Allí comprendí que era mi camino».

Ese camino, sin embargo, no la llevó solo hacia grandes teatros, sino también hacia una disciplina insospechada: la arqueología. Su trayectoria académica la condujo a excavar en Creta y en el monte Palatino, mientras desarrollaba una tesis de maestría en La Sapienza dedicada a la acústica de los teatros antiguos, con Epidauro como punto de partida. Para ella, no existe una distancia real entre la arqueología y la interpretación operística. Al contrario, ambas disciplinas dialogan y se iluminan mutuamente.

«Creo que a veces los arqueólogos o los ingenieros no comprenden del todo lo que significa estar sobre el escenario» explica. Estudiar la acústica antigua desde la perspectiva de quien utiliza su voz como instrumento le permitió observar matices que otros investigadores pasaban por alto: la proporción del espacio, la relación entre el golfo místico y el público, la evolución de los ingenieros desde Grecia hasta la modernidad. 

Raíces de Verdi

«Somos la última forma de arte con acústica natural, y eso es bellísimo. El público recibe la voz directamente, sin intermediarios». La arqueología, añade, también se refleja en la construcción de los personajes: «Como arqueóloga, si descubro una casa debo entender por qué esa pared está ahí. En la ópera es lo mismo: en Luisa Miller, por ejemplo, debo estudiar las notas, las palabras, la obra de Schiller. Es un trabajo de excavación».

Mariangela Sicilia en ‘Luisa Miller’ en Les Arts. | © Miguel Lorenzo

Este mes regresa al Palau de Les Arts en Valencia para su debut en un papel emblemático: Luisa Miller, que se presentará del 10 al 22 de diciembre, en una nueva producción que marca también el inicio de Sir Mark Elder como director musical del coliseo valenciano. Escénicamente, la producción cuenta con Valentina Carrasco, una de las creadoras más singulares de la escena operística contemporánea

Para Sicilia, este doble debut es profundamente significativo porque esta ópera temprana de Verdi «contiene muchas de las semillas de sus obras maestras futuras». En Luisa Miller resuenan, dice, «Rigoletto, Traviata, Trovatore, I Lombardi alla prima crociata. Es fascinante descubrir cómo Verdi echó raíces en esta ópera». Vocalmente, considera que Luisa Miller es un papel en el que conviven la agilidad lírica de Gilda y Violetta con la densidad emocional del Trovatore.

El trabajo con Sir Mark Elder no le es ajeno: han colaborado en La bohème en París y Benvenuto Cellini en Ámsterdam. Sin embargo, este reencuentro es especialmente importante. «Me siento segura con él porque analiza la obra maestra en profundidad. En una producción nueva y tenemos tiempo para trabajar cada nota, cada palabra, y eso es un lujo». Juntos están construyendo una lectura moderna de Luisa, una heroína atrapada por decisiones ajenas: padre, amante, hombres de poder. 

Versatilidad vocal

Ella subraya que no se trata de un caso aislado, sino de un patrón histórico en la ópera. Cita un estudio de Catherine Clément y su «paradoja lírica»: melodías sublimes que ocultan narrativas crueles en las que las mujeres sufren, son derrotadas o mueren. «Hoy debemos leer estas historias desde otra perspectiva. La ópera es espejo de la sociedad, y debemos dar una versión correcta y moderna».

Aunque atraviesa una etapa verdiana —Desdemona en Parma y ahora Luisa Miller—confiesa que Puccini es el compositor que más se ajusta a su «voz lírica de soprano». Mimì y Liù son roles que habita con naturalidad, y será precisamente Liù su papel en La Scala para la temporada 25/26. Esa afinidad con Puccini la explica casi con pudor: «Quizá porque es tan cinematográfico. Con él siento la intuición de su intención».

La versatilidad es otro rasgo central de su identidad vocal. Ha cantado Pamina y repertorio rossiniano, al tiempo que aborda roles dramáticos. A esa dualidad responde con claridad: «No estoy tan loca como para cantar Viaggio a Reims y Luisa Miller con la misma voz». Reconoce una evolución: comenzó como soprano lírica aguda y ahora se ubica con comodidad en la lírica pura, idónea para Desdemona o Mimì. Incluso Mozart, a quien considera un «bálsamo para la voz». Su inclinación natural hacia la pureza lírica la ha llevado incluso al repertorio barroco, con Alcina y próximamente Cleopatra.

Su formación, nutrida en academias de prestigio, se fortaleció bajo la guía de figuras como Carmela Remigio y Leone Magiera, pianista histórico de Pavarotti. De ellos conserva enseñanzas que van más allá de la técnica. «Trabajaron con los mejores directores. De ellos aprendí mucho: qué puede pedirme un director, cómo prepararme antes de una producción. Es un trabajo fundamental detrás de escena».

Sin embargo, su identidad no se entiende sin su origen: Marzi, un pequeño pueblo calabrés de apenas 900 habitantes. Cuando habla de su tierra, su voz se vuelve transparente: «La pureza de mi voz viene de ahí. Me gusta mi pequeño pueblo porque hay espacio para imaginar. Somos solo 900, pero como una gran familia». Y añade algo que explica no solo su carrera, sino su manera de estar en el mundo: «Un árbol crece hacia el cielo, pero necesita raíces. Si tienes raíces, tienes vida».

En su caso, esas raíces sostienen una voz que viaja por los grandes teatros del mundo, pero que sigue siendo, en esencia, la misma que convirtió Parole, Parole en magia en una plaza de Calabria.

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