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Música

Los 10 mejores discos de 2025

Repaso a los álbumes que nos ha dejado un año tan ecléctico como interesante para los melómanos

Los 10 mejores discos de 2025

Collage con algunas de las obras seleccionadas. | TO

El estado de la industria musical a las puertas del 2026 es complejo de describir. Tras años de crecimiento acelerado impulsado por el streaming (especialmente durante la pandemia), el negocio parece haber entrado en una fase de meseta. Las plataformas ya no crecen al mismo ritmo, las entradas para conciertos alcanzan precios récord y la inteligencia artificial irrumpe con promesas y temores a partes iguales. El resultado es una sensación de encrucijada: el sistema que sostuvo la última década empieza a mostrar signos de agotamiento y obliga a repensar cómo se crea, distribuye y monetiza la música.

Ante este escenario, las grandes compañías buscan salidas diversas. Algunas apuestan por exprimir la relación con los llamados «superfans», otras aceleran procesos de fusiones y adquisiciones para ganar escala y eficiencia. La idea de fondo es clara: recuperar valor en un ecosistema digital que, si bien amplió el acceso a la música, también diluyó su precio.

En este sentido, hay una tensión que atraviesa todo el debate: la situación real de los artistas. Las cifras globales pueden sugerir una industria saludable, pero para la mayoría de los músicos el streaming sigue pagando migajas. Los ingresos se fragmentan hasta volverse casi simbólicos, y las soluciones actuales apenas alivian el problema. Como apuntan cada vez más músicos, si la industria quiere un futuro viable, tendrá que ir más allá de ajustes tácticos y replantear de forma profunda cómo ganan dinero los creadores.

En lo estrictamente musical, 2025 ha sido un año dominado por el pop híbrido, el engañosamente llamado «urbano global» (con el reguetón y el hip hop mutando hacia formas más melódicas) y una electrónica cada vez más integrada en el mainstream. Aun así, hablar de géneros dominantes es casi una simplificación excesiva. El streaming ha fragmentado la audiencia como nunca antes: ya no existe un centro claro, sino millones de microescenas conviviendo en paralelo. Cada oyente habita su propio ecosistema sonoro, guiado por algoritmos que convierten la experiencia musical en algo profundamente personal y laminan cada vez más su vertiente social.

Y pese a todas estas tensiones económicas y estructurales, la música sigue encontrando la manera de brillar. Desde sellos independientes hasta grandes lanzamientos comerciales, 2025 ha dejado discos y canciones extraordinarias que merecen atención. La creatividad no se ha detenido, solo ha cambiado de forma y de contexto. Precisamente por eso, vale la pena detenerse a escuchar con calma y lo mejor que ha dado el año, algo que haremos a continuación en la siguiente lista, con 10 discos destacados por orden cronológico de lanzamiento.

DeBÍ TiRAR MáS FOToS — Bad Bunny

Nada más comenzar al año, al filo de la noche de Reyes, el artista puertorriqueño lanzaba su octavo álbum de estudio, que solo por el estatus de popularidad en la música global que ha alcanzado su autor ya parecía destinado a ser uno de los ejes de este 2025. Y no defraudó, pero sí sorprendió: como hizo hace poco C. Tangana con El Madrileño, Bad Bunny volvió a las raíces y entregó una colección de canciones que nadaban en sonidos caribeños como la salsa o el merengue, sin olvidarse de imprimirles su sello personal con giros hacia el reguetón o el trap. Aunque su voz parezca a veces al límite de sus posibilidades, su capacidad para tejer melodías que se convierten en clásicos instantáneos de la pista de baile es innegable, como demuestran no solo canciones como NUEVAYoL o DtMF sino el 2026 que en consecuencia se le viene al artista: gira mundial de estadios con casi todo vendido y actuación en el intermedio de la Super Bowl. 

caroline 2 — Caroline

El colectivo londinense caroline regresó en 2025 con caroline 2, un disco que confirma su manera tan particular de entender la música como algo vivo y en constante mutación. Partiendo del postrock y el folk experimental, el grupo vuelve a construir canciones que avanzan despacio, casi a tientas, pero que acaban dejando una huella profunda. Hay guitarras que se deshacen, percusiones mínimas y voces que aparecen y desaparecen como pensamientos a medio formular. No es un disco inmediato ni lo pretende: caroline 2 funciona mejor cuando se le da tiempo, y en ese espacio íntimo se revela como una de las propuestas más delicadas y honestas del año.

Lotus — Little Simz

Lotus llega como un nuevo capítulo en la carrera de Little Simz, uno marcado por la introspección y la necesidad de recomponerse. Tras varios discos que la consolidaron como una de las grandes voces del rap británico, Simz opta aquí por un enfoque más emocional, sin perder músculo ni ambición sonora. El álbum se mueve entre el hip hop, el soul y ritmos de raíz africana, con letras que hablan de rupturas, confianza y crecimiento personal. No es un disco complaciente, pero sí profundamente humano, y confirma que Little Simz sigue sabiendo cómo evolucionar sin perder su identidad.

Choke Enough — Oklou

Con Choke Enough, Oklou termina de definir un universo propio dentro del pop electrónico contemporáneo. La artista francesa juega con contrastes constantes: canciones que parecen frágiles pero que esconden tensión, melodías dulces atravesadas por texturas ásperas y ritmos que nunca terminan de asentarse del todo. El disco suena íntimo y digital a partes iguales, como si estuviera diseñado para escucharse a solas, con auriculares, prestando atención a cada detalle. Es un trabajo sutil pero muy consciente de sí mismo, que confirma a Oklou como una figura clave del pop más experimental.

Forever Howlong — Black Country, New Road

Después de varios cambios internos, el conjunto británico Black Country, New Road afrontan Forever Howlong como una especie de reinicio creativo. Y aunque el grupo mantiene su gusto por las estructuras poco convencionales, aquí se percibe un tono más luminoso y abierto, con mayor presencia de pianos, arreglos de cuerda y juegos vocales compartidos. Las canciones siguen siendo imprevisibles, pasando de lo casi pastoral a explosiones emocionales sin previo aviso, pero el conjunto se siente más cohesionado. No es un disco fácil, pero sí uno que recompensa al oyente atento y confirma la capacidad del grupo para reinventarse sin perder personalidad.

Getting Killed — Geese

Getting Killed es el disco con el que Geese no solo afianza su identidad, sino que da un salto enorme en popularidad. La banda neoyorquina canaliza aquí una energía nerviosa y caótica que bebe del rock clásico, el art rock y el country y la combina con cierta actitud punk, pero sin sonar nostálgica ni contenida. Las canciones son imprevisibles, llenas de giros y cambios de ritmo, y transmiten una sensación constante de urgencia que ha conectado con un público mucho más amplio que en trabajos anteriores. Además, el año ha sido especialmente significativo para su cantante, Cameron Winter, cuyo disco en solitario y su celebrado concierto en el Carnegie Hall le han valido comparaciones nada menos que con Bob Dylan. 

Tranquilizer — Oneohtrix Point Never

Daniel Lopatin firma con Tranquilizer uno de esos discos que funcionan más como experiencia que como colección de canciones. Fiel a su estilo, Oneohtrix Point Never construye paisajes electrónicos a partir de sonidos aparentemente cotidianos, samples descontextualizados y melodías que aparecen y se disuelven sin previo aviso. Es un álbum que invita a escuchar sin expectativas, dejando que las texturas y los cambios de ánimo hagan el trabajo. Puede resultar desconcertante en un primer momento, pero ahí está precisamente su atractivo.

LUX — Rosalía

En LUX, Rosalía vuelve a dar un paso al frente en su carrera, apostando por un disco que prioriza la atmósfera y el concepto por encima del golpe inmediato. El álbum se mueve entre el pop experimental, la electrónica y arreglos de corte más clásico, con una producción muy cuidada y un uso de la voz que vuelve a ser el centro de todo. Rosalía se muestra aquí menos interesada en el single viral y más en construir un relato sonoro coherente y ambicioso. El resultado es un disco que, sin buscar ni probablemente alcanzar el éxito de sus anteriores largos, refuerza la posición de la española como una de las artistas más inquietas del pop actual

Deseo, carne y voluntad — Candelabro

Con Deseo, carne y voluntad, Candelabro entrega uno de esos discos que se sienten grandes en ambición y emoción. La banda chilena combina rock experimental, pasajes casi litúrgicos y una intensidad muy física, construyendo canciones que avanzan como rituales. Hay espacio para el silencio, para los crescendos largos y para letras que hablan de cuerpo, fe y conflicto interno sin rodeos. Es un trabajo exigente, pero también muy gratificante, que demuestra el buen momento creativo que atraviesa la escena independiente latinoamericana.

Pain To Power – Maruja

El debut largo de Maruja es tan contundente como su título promete. Pain To Power mezcla postpunk, jazz y noise rock con una energía casi desbordada, donde los saxos y las bases rítmicas empujan las canciones hacia un terreno físico y combativo. La banda de Manchester no busca sutilezas: aquí todo suena urgente, intenso y cargado de mensaje. Aun así, el disco no se queda en la rabia pura, sino que canaliza ese dolor hacia algo colectivo, convirtiéndose en una de las propuestas más potentes del año.

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