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María Adánez: «Hay un detrimento del lenguaje que ha fomentado la televisión»

La actriz conversa sobre su más reciente obra y su larga trayectoria en cine, televisión y teatro

La gramática, escrita y dirigida por Ernesto Caballero, fue un verdadero éxito el pasado otoño. Ahora está en el Teatre Romea, de Barcelona, y después seguirá girando por España. La obra es la excusa perfecta para hablar con su protagonista, María Adánez (Madrid, 1976), una de las actrices más queridas de España, con una sólida carrera que arrancó de casualidad cuando solo tenía cinco años.

PREGUNTA.- María, estrenaste La gramática, de Ernesto Caballero, el otoño pasado en Madrid con enorme éxito, con las entradas totalmente vendidas. Ahora está en Barcelona y vais a seguir por toda España. El punto de partida de la obra, que es buenísima, es que a una limpiadora de la Real Academia Española de la Lengua se le cae un armario encima lleno de gramáticas, desde la de Nebrija, que fue la primera, hasta la más actual, y de pronto empieza a ser ilustrada, a hablar bien, y no solamente a hablar bien, sino a corregir a los demás. ¿Cómo fue empezar con este proyecto y el proceso de construcción de este sujeto femenino, junto a un terapeuta, que es José Troncoso?

RESPUESTA.- Ernesto y yo teníamos muchas ganas de trabajar desde que hicimos unos melodramas románticos en la Fundación Juan March, que eran una preciosidad, con música de Grieg y Sibelius. Yo en la primera parte, y luego Joaquín Notario, declamábamos unos textos de la epopeya nórdica que, sinceramente, es una de las cosas más bonitas que yo he hecho en el teatro. Cuando terminamos yo tenía otros compromisos, pero nos quedaron las ganas. Yo me quedé embarazada y enseguida, cuando di a luz, me llamó Ernesto y me dijo: «María, ¿cuándo quieres?». Ay, tengo Ay, Carmela ya organizada, pero venga, vamos a pensar en textos y a ponernos manos a la obra. Barajamos muchas funciones y un día él me dijo: «mira, tengo dos funciones mías que no he estrenado todavía», y la primera que me ofreció fue Brain Lift, que también era una cosa distópica muy espectacular, y el día que quedamos con uno de los productores de Focus, Jordi González, le dice Jordi a Ernesto: «¿Pero no le has enseñado a María La gramática? Porque esa sí que es una buena función». Y claro, cuando la leí no tuve ninguna duda. Es una función muy original y sobre todo es un bombonazo para cualquier actriz que interpreta al Sujeto Femenino y a la otra mujer. Tiene la dualidad del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, eso es lo atractivo y lo difícil. El proceso de ensayos con Ernesto ha sido una auténtica delicia, porque nos ha permitido a José Troncoso y a mí, los tres de la mano, en la sala de ensayos, en la sala de madera de Nave 10, descubrir la función, él con nosotros y nosotros con él.

P.- Claro, que hasta que no se pone el texto de pie con los actores…

R.- Al ser una función inédita, la primera vez que se pone en pie… Él tenía ese texto escrito desde hace ya un par de años. Fueron, no sé, 32 o 33 días de ensayos y yo me hubiera quedado en esa sala de madera ensayando 173. Qué felicidad más grande. Entre otras cosas, José Troncoso es un cómico increíble y Ernesto es un director genial, así que he tenido a dos maestros, cada uno en su lugar. He estado muy bien arropada. Han surgido muchas cosas que no estaban en el texto, nos ha permitido cortar 25 páginas del texto original, se han escrito cosas nuevas… Mira que llevo ya muchos años en el teatro y he tenido la gran suerte de trabajar con Miguel Narros, Josep María Flotats, Luis Luque… Si me preguntaras qué tiene Ernesto que no tiene el resto de los directores con los que has trabajado, es la gran confianza que deposita en los actores. No he trabajado con ningún director que confíe tanto en los actores.

P.- Como una manera de decir: ahora vosotros me completáis el texto que yo escribí, a través de la actuación y de las aportaciones de cada uno.

R.- El día del estreno le dije a Ernesto: “La función que se está viendo ahora mismo en Matadero, esa es la nuestra. Si esto te lo llega a estrenar otros dos actores que no somos José y yo, no sería la función que está viendo el público”. Él nos ha permitido mejorar, quitar y descubrir entre los tres la función y los personajes, y eso ha sido un lujo.

«Shakespeare estaba hecho para el pueblo llano, no para los intelectuales, y fíjate dónde estamos ahora»

P.- La obra es una comedia y es una crítica muy elegante y muy sutil al desprecio que tenemos por el valor de hablar bien, por nuestra lengua. No sé si observas en la realidad eso que cuenta la obra, que es que la gente se puede sentir incluso apartada de la sociedad o subestimada por algo que es bueno, que es hablar con propiedad y ser inteligente. ¿Te parece que pasa eso?

R.- Yo creo que somos lo que hablamos, eso sin lugar a dudas. Lo que hablamos es lo que nos codifica, lo que nos hace ser las personas que somos. Y depende de nuestra educación, básicamente. Las palabras están en las lecturas, en el aprendizaje, en las carreras (los que hayan estudiado carreras)… Evidentemente un lenguaje rico, si no eres un gran lector o no eres una persona inquieta que se cultiva intelectualmente, no aparece. Como tú bien dices, esta función es una crítica. Mi personaje es el alter ego de Ernesto Caballero, sin lugar a dudas. Ernesto hace un par de años hizo esta reflexión porque le llamó la atención cómo ciertas clases políticas empezaban a decir que era importante comunicarse pero no importaba si había que bajar la media. O sea, abogaban por el detrimento del lenguaje y, en definitiva, de la cultura. ¿Cómo es posible? Es un tema muy interesante. Hay un momento de la función en que Troncoso me dice: pero actitudes como la suya hace tiempo hubiesen sido denostadas, porque el pueblo con el paso del tiempo termina creando la lengua de todos. Todo el movimiento que hay ahora, que a lo mejor nosotros pensamos que es pobre, generará con el paso del tiempo la futura lengua, que luego adquirirán generaciones venideras. Hay muchas reflexiones en la función, pero desde luego somos lo que hablamos, eso sin lugar a dudas.

María Adánez. | Foto: Víctor Ubiña

P.- Y en ese debate, de respetar las normas académicas o hacer evolucionar la lengua porque es un organismo vivo, ¿te posicionas?

R.- Yo como mujer de 48 años –49 el 12 de marzo– soy del pleistoceno. A la gente joven, ahora, no le importa la forma, sino la rapidez. Vivimos un momento en ese sentido muy triste de deterioro de la lengua. Por no hablar de los whatsapps, de los tuits, del nuevo lenguaje que ha surgido a través de las redes sociales, que muchas veces yo ya no sé ni qué ponen. Que yo mande un whatsapp a un amigo todavía con acentos, con exclamaciones y preocupada por que aquello no esté mal escrito, supongo que es para la gente joven, no sé, del siglo XIX, Emilia Pardo Bazán. Yo abogaré siempre por la lengua y por el disfrute de la lengua. La gramática es uno de los textos más difíciles, si no es el más difícil, al que yo me he enfrentado, por la riqueza del lenguaje. Una vez que lo he tenido, después de mucho estudio, es una auténtica gozada decirlo. Yo no he hecho verso, pero es lo más parecido al verso, por la musicalidad. En cualquier caso, pase lo que pase, sí que creo que hay un detrimento claro del lenguaje. Cuando lees una obra de teatro de Shakespeare, ahora dices «uy, qué difícil es William Shakespeare», pero William Shakespeare escribía y la gente, que era analfabeta, no sabía leer, iba al teatro a ver las obras de William Shakespeare para enterarse de lo que pasaba. No había periódicos. Y así sabían las historias de sus reyes, la corrupción que pasaba… Estaban hechas esas funciones para el pueblo y entendían esas funciones. Era mucho más rico el lenguaje antes. Ahora tú eres una función de Shakespeare y los tres primeros días tienes que estar traduciendo o buscando las metáforas o los sinónimos de lo que ha querido decir en cada momento. Eso estaba hecho para el pueblo llano, no para los intelectuales, y fíjate dónde estamos ahora.

P.- Hablando de eso que dices, de la clase política, yo recuerdo cuando éramos pequeñas, porque más o menos somos de la misma generación, que los medios de comunicación masiva tenían especial cuidado en la manera de hablar. Si uno ve cualquier programa de los años 80, a los locutores expresarse…

R.- O los programas que nosotros veíamos de pequeñas, La bola de cristal, decían: «Si no quieres ser como estos, lee», y el rebaño de ovejas.

P.- Tú que has pasado toda tu carrera también en televisión, ¿no crees que se perdió ese cuidado? Incomprensiblemente, porque también la televisión no sólo servía para entretener, sino también para formar.

R.- Hay un momento clave, que para mí significa la decadencia, y es cuando aparecieron en la televisión todos los programas de cotilleo, donde había una gran agresión al entrevistado, al famoso. A partir de ahí… Porque como tú bien dices, nosotros somos de una generación que teníamos poco y lo que teníamos era muy bueno. Tú pones, no sé, los programas que entonces veíamos, el Un, dos, tres, Chicho Ibáñez Serrador…

P.- Programas masivos, estamos hablando, no de nicho, como La clave.

R.- Y sobre todo para los niños. Todo eso se ha perdido totalmente. Bueno, quedan cositas, pero para mí el declive, la decadencia, empezó con los programas de estos, de todo este follón. Y lo he notado mucho en el público, en cómo se te acercan como actriz. De repente, eres famosa y tienes que decir: “No, no, yo no soy famosa, yo soy actriz”. Cómicos, se nos llamaba antes. Antes se te acercaban con respeto y te pedían un autógrafo. Ahora quieren la foto y no saben muy bien quién eres, pero ven que eres famoso y te hacen como con la caza del trofeo. Hay un detrimento que ha fomentado muchísimo la televisión, y eso se ve en las en las grandes masas. Esto lo tocamos en la función, este nicho. Y luego hay otro nicho también, que ya es un poquito más sutil, porque Ernesto es un gran intelectual, que son estos dejes, estas construcciones y estos anglicismos de los que se ha apropiado la clase política y que ahora todo el mundo dice como si fueran correctos, y no lo son.

«Cambiar el lenguaje sin realmente cambiar las estructuras me parece una chorrada»

P.- Hablando de otra cosa que también toca la obra, que es un debate muy actual, que es si el lenguaje tiene que ser inclusivo y cambiar la gramática para no ofender o para incluir a la gente. Los gramáticos –y las gramáticas– lo tienen claro: no discrimina el lenguaje, sino las personas. No sé en ese debate si también te posicionas.

R.- Yo soy miembro femenino. Además el castellano tiene una cosa, que es el neutro, como tienen los ingleses. Los ingleses no tienen ese debate. Por supuesto que abogo por la inclusión y por supuesto que abogo por la tolerancia y por supuesto que abogo por el respeto. Pero cambiar el lenguaje sin realmente cambiar las estructuras me parece una chorrada. O sea, al final sigue habiendo el mismo número de mujeres asesinadas al año que antes de hacer los cambios en el lenguaje. Sé que es importante el cambio y a veces hay que buscar el equilibrio, pero sinceramente, hacer la revolución desde la palabra y no desde la educación, desde las estructuras, desde los colegios, desde las influencias de estas músicas de reguetón, que fomentan muchísimo el machismo, donde las mujeres están con el culo en pompa perreando, y eso lo hacen las niñas de 13, 14, 15, 16… Es decir, me preocupan muchísimas cosas que se dan por válidas y como inofensivas, cuando siento que en el fondo la violencia hacia las mujeres y el machismo… No te voy a decir, evidentemente, que es el mismo que cuando mi madre en los años 70 necesitaba la firma de mi padre para ir al banco, y yo he nacido en esta democracia y afortunadamente con unos padres tolerantes que me han dejado absolutamente tener la sexualidad que he querido y tenía un padre maravilloso que jamás nos juzgaba nada –yo soy la pequeña de tres hijas–, pero intentar ahora, a través del lenguaje, cuando lo esencial está sin resolver… Miembro femenino. Además de la riqueza del lenguaje: nosotros tenemos el neutro. Tenista. Si dices tenista tendrías que decir tenisto. No es lo importante. Lo importante sigue sin meterse el diente de verdad.

María Adánez. | Foto: Víctor Ubiña

P.- Antes hablábamos de televisión. Te miro y me pareces alguien de la familia, porque tu carrera ha transcurrido delante de nuestros ojos. Están Farmacia de guardia, Pepa y Pepe, la explosión que fue Aquí no hay quien viva, y luego esta suerte de continuación, en otra cadena, que es La que se avecina. ¿Cómo te has llevado tú con la fama? Antes habías dicho que el público aborda ahora de distinta manera, pero no sé cómo te has llevado siempre a lo largo de tu vida con eso.

R.- Llevo desde que tengo cinco años trabajando y, no sé por qué, me ha acompañado siempre una especie de timidez. No he sido una niña tímida ni introvertida, pero sí con cierta timidez, y desde que era muy pequeña –desde los cinco a los siete años hice mucho cine–, y lo típico ¿no? «Pues María hace películas». Y yo decía a mi madre: «Por favor, no digas que hago películas ni nada, que quiero ser normal», como el Sujeto Femenino de la obra de Ernesto Caballero. Ese carácter me ha acompañado siempre. Entonces, he tenido muchísimos momentos de popularidad, y han sido muy bestias, porque Farmacia de guardia lo fue, pero Pepa y Pepe, que hacíamos un 34%, un 35% y un 36% de share

P.- Esas cosas que ya no se ven, ni con el fútbol.

R.- Esas cosas que son barbaridades. Era muy fácil perderse y, afortunadamente, no me he perdido en todo este camino. Pero yo creo que porque siempre he abogado por volver a una vida sencilla, a una vida normal. Ahora que estoy con todos estos trabajos y me preguntáis de este tema, siempre digo que me encanta mi trabajo, mi oficio, pero yo saldría del teatro, me pondría una careta y sería ciudadano del mundo. Me gusta mucho mi profesión, mucho. Soy muy feliz. No podría vivir sin el teatro, pero la vanidad, quizá porque llevo tanto tiempo… Es que llevo 40 años en este oficio, que cuando pedí mi vida laboral, vi que tenía 40 años y dije: ostras, me podría jubilar ya. Claro, son tantos años que ya es como puf, bueno. En cualquier caso, mira, hablando de cosas bonitas, el otro día, a la antigua usanza, cogí un avión a Bilbao y estaba yo sentada con un té y un cruasán porque el vuelo salió con retraso, y había una chica enfrente de mí. Estábamos muy pegadas porque eran de esas mesas que compartes y yo estaba con mis cascos haciendo una llamada y veo que me mira, me reconoce, pero muy elegantemente, me hace así y veo que en la bolsita esa donde se ha pedido ella el cruasán, me escribe una nota que me pareció una maravilla: «No quiero molestarte. Espero que estés muy bien. Simplemente quería agradecerte por todos los buenos momentos que he pasado contigo a lo largo de mi vida».

P.- Qué emocionante, qué maravilla.

R.- Y dije: hala. Se me ponen los pelos de punta. Esto, sí. Claro, era de nuestra generación y súper educada. Lo puse en mi perfil y escribí: «Mira, no sé cómo te llamas, me lo has dado, pero gracias, qué bonito». Esto hace que todo tenga sentido. Y además, así, desde la educación, el respeto, lápiz y papel.

P.- Y para tu hijo, verte en trabajos pasados, ¿cómo es? ¿Qué dice cuando ve a su madre?

R.- Todavía no. Sí ha venido a verme al teatro. Su madre ahora mismo, en su imaginario, es una actriz de teatro. Le intenté poner un día, o no sé si es que estábamos viendo sus dibujillos, y ponían Aquí no hay quien viva por ahí… Y no, eso todavía no lo captó muy bien. Pero el teatro sí. Ha venido a ver La gramática dos veces y Ay, Carmela también fue un par de veces.

«Con cinco años fui feliz, fluía, y entonces se trabajaban ocho horas»

P.- Y tú empezando tan pequeña, ¿de quién fue la idea de lanzarte al mundo del espectáculo?

R.- Nada, esto fueron casualidades de la vida. Mis padres, que no tenían nada que ver con con este oficio –mi padre trabajaba en el Ayuntamiento de Madrid y mi madre era ama de casa–, tenían unos vecinos en un apartamento que nosotros teníamos en Guadarrama, Jorge Herrero y Pitu. Jorge Herrero era entonces un grandísimo operador de televisión, había hecho todos los programas de Félix Rodríguez de la Fuente y empezaba una película. La niña que iba a hacer esa película les falló, no sé por qué motivo, y dijo «la hija de Paca y Luis» y me llevó a la entrevista con Angelina Fons y me dieron la película. La oportunidad se la debo a Jorge Herrero.

P.- ¿Y de ahí cómo sigues? Esto también se lo pregunté a Pedro Mari Sánchez, que estuvo aquí, que es otro actorazo cuya vida nos ha pasado por delante de los ojos, a varias generaciones. Conseguir que un niño actor termine siendo actor tampoco es tan común. No sé si se te pasó por la cabeza dedicarte a otra cosa, que tus padres dijeran: estudia algo «serio».

R.- Pues mira, no. Hoy, que he hecho unas fotos, esta mañana, con una gran amiga mía, Geraldine, no sé qué hablábamos de mi hijo, de su hija, de no sé qué, y he terminado contándole esto y le he dicho: “Pues mira, Geraldine, con cinco años fui feliz”. Fluía. La cosa fluía. Entonces se trabajaban ocho horas y me acuerdo que mi madre nos decía: «Venga, que se ha terminado el rodaje». Y yo decía: “¿Ya?”. Y mi madre: «Pero si llevamos ocho horas». Nada, era feliz.

P.- Como en un juego, como decía también Pedro Mari.

R.- Bueno, un juego, pero yo siempre he sido una niña muy seria, muy responsable y sabiendo muy bien que ya estaba en un oficio. Pero, sí, alucinante, porque con cinco, seis, siete años, hacer ocho películas es una barbaridad. Ahí se forjó mi carrera. Nunca, nunca, nunca, nunca he dudado de que quería ser actriz.

P.- En algún momento me pareció lógico que tu madre, Paca Almenara, que es maquilladora y ganó un Goya por Acción Mutante, fuera la que te metió en el cine, pero hace poco supe que fue al revés.

R.- Fue al revés. Al ser tan pequeña tenía que venir un adulto conmigo y mi madre venía conmigo a los rodajes de las primeras películas. Se enamoró del cine y dijo: “y”Yo me quedo aquí”. Y luego, mi hermana Eli, que estuvo nominada este año también por La virgen roja. Se la llevó al cine mi madre, porque no era muy buena estudiante. Eli fue su ayudante durante muchos años y ahora está ella. Vamos, que esta era su cuarta nominación.

«Verónica Forqué me decía: ‘Tienes que hacer de alcohólica, de prostituta, todo como horrible, para que te den un Goya’»

P.- Hablando de estudiar, tú no tienes formación académica actoral, pero el teatro sí enseña y esta profesión enseña muchas cosas en la práctica.

R.- Por supuesto, esta profesión enseña el oficio absolutamente. Y en mi caso, la actriz que soy me lo ha enseñado el teatro. El teatro es la disciplina, el teatro es la técnica. Y si no hubiera pasado por todos estos maestros y por todas estas funciones –también lo busqué yo, porque me quería desencasillar de la televisión, quería hacer otras cosas que no fueran comedia–, no sería la actriz que soy, sin lugar a dudas.

P.- ¿Algún mentor que tuvieras en tu carrera que sintieras que te cambió la vida?

R.- Miguel Narros. Yo estaba en ese momento en el máximo boom con Aquí no hay quien viva, éramos las estrellas de la televisión. Yo ya venía haciendo teatro de hacía desde hacía tiempo, pero todo comedias,  maravillosas pero comedias: La tienda de la esquina, El príncipe y la corista… Una amiga mía me dijo: «María, Miguel Narros va a montar Salomé de Oscar Wilde». Así, brevemente, Oscar Wilde era muy amigo de Sarah Bernhardt, la actriz francesa, y tenía el capricho de hacer Salomé, el cuento, y se la escribió para ella. La función es rara, difícil, pero tiene un monólogo final… La cosa es que Miguel monta la Salomé de Oscar Wilde, que ya la había montado Mario Gas con Núria Espert, y está buscando a Salomé. Yo rápidamente llamo a mi a mi representante, que entonces era Antonio Rubial, y le digo: “Antonio, llama a Miguel Narros y dile que me haga una prueba para Salomé”. Y así fue. Afortunadamente Miguel no veía la tele. Afortunadamente también, era un hombre sin prejuicios, porque ahora la televisión está muy bien vista, pero entonces éramos los de Segunda Regional. Yo, que empecé muy jovencita, cuando hacía pruebas para el cine, nos miraban a Silvia Abascal y a mí como por encima del hombro y nos decían: «Esto no es la tele». Y bueno, ahora todo el mundo hace tele, pero entonces los grandes actores no hacían televisión. Miguel, que viene del reducto más prestigioso del teatro, porque él no viene del teatro comercial, sino de Layton, nos coge a mí y a Millán Salcedo, de Martes y Trece.

P.- Nada menos.

R.- La Cúpula dijo: “Pero qué hace este hombre, se ha vuelto loco, coge a la televisiva y al de Martes y Trece”. Y ahí empezó todo.

P.- ¿Qué actriz admiras, que sea un modelo para ti?

R.- Me gusta mucho Naomi Watts. Me gusta mucho Kate Winslet –me gusta mucho ella, su personalidad, lo pedazo de actriz que es–, Cate Blanchett… De aquí, no sé, también lo he dicho muchas veces, pero me gustaría ser como Lola Herrera. Con un Goya, ¿eh?, eso sí. A la mejor actriz dramática. Verónica Forqué me decía: «Hija, has empezado la carrera por lo más difícil, que es haciendo comedia. Tienes que hacer, Mari, de alcohólica, de prostituta, de madre al que le quiten el hijo, todo como horrible, para que te den un Goya». Y entonces me fui al teatro. Pero sí, quiero tener 80 años y estar haciendo teatro.

P.- ¿Tenías relación con Verónica Forqué, después de hacer Pepa y Pepe?

R.- Sí, en los últimos años. Además, estuvimos también muy unidas por Miguel Narros, porque fue la época gloriosa también de Verónica con Miguel, que hicieron funciones preciosas. Con mi padrastro, Santiago Ramos, hizo Ay, Carmela. Hubo una época ahí que nos unió bastante.

«Quiero tener 80 años y estar haciendo teatro»

P.- No sé si atreverme a decir que te gusta más el teatro que que la televisión, ¿o me equivoco y son cosas que no se pueden comparar?

R.- Son amores distintos. O sea, el teatro, el cine y la televisión. Si tienes la suerte de poder hacer los tres medios, es un lujo para un actor. Es verdad que yo en estos últimos años que he puesto toda mi alma y mi cabeza en el teatro, me ha dado muchas grandes satisfacciones, porque he elegido lo que quería hacer, he elegido los personajes, las funciones y casi casi los directores, y eso es un lujo, y me sigue pasando ahora. Pero evidentemente a mí la televisión me lo ha dado todo en los inicios de mi carrera. Yo soy una mujer sin prejuicios y por eso hacía televisión. Y ahora digo: ahhh, amigo, qué bien, ahora haces una serie en Netflix o haces una serie en no sé dónde y ya eres una estrella. Pero el formato me encanta y siempre he sido además una consumidora de series. Bueno, lo vi venir cuando ya venían de HBO, de Estados Unidos: Dos metros bajo tierra, Los Soprano, cuando ya se acercaba el boom. Y luego el cine es el cine. El cine es la magia, es la locura, el cine es también incomparable.

P.- Y sigues grabando La que se avecina, después de tantos años. ¿Cómo hace uno para no cansarse con el mismo personaje?

R.- No me puedo cansar, porque en La que se avecina estuve dos años hace diez años y ahora he vuelto. Después de diez años. O sea que yo soy un poco la invitada de honor.

P.- ¿Y cómo te sientes en ese regreso?

R.- Pues mira, todo ha cambiado tanto en La que se avecina, que he tenido la sensación de estar en una serie nueva. Ya no dirigen Alberto y Laura Caballero; los dos directores, estupendos los dos, Ricardo y Mario, vienen de otra cantera, de Globomedia. Yo, de hecho, con Ricardo había trabajado hace mil años en la serie del Fary, Menudo es mi padre. Luego, evidentemente conozco a muchos compañeros, pero en esta temporada tampoco comparto con ellos trama, porque como mi personaje vuelve, pero todavía no es propietaria de ningún piso, con lo cual no voy a las reuniones de vecinos. Por otro lado, fenomenal, porque siempre suelen ser de siete páginas larguísimas y te quieres suicidar porque tardas cuatro horas en rodarla. Al final, con mi nicho, con Loles León, Petra Martínez y Félix Gómez, ha sido como estar los cuatro en una sitcom nueva. Una delicia, la verdad.

«La profesión está mejor que nunca porque la llegada de las plataformas lo ha revolucionado todo para mejor»

P.- ¿En qué piensas que ha cambiado para bien y para mal la profesión, después de tantos años de carrera?

R.- Yo creo que la profesión está mejor que nunca porque la llegada de las plataformas lo ha revolucionado todo para mejor. No solo por la cantidad de trabajo que hay ahora para los actores y para los técnicos de esta industria, tanto en el cine como en la televisión, sino porque a nivel creativo se están viendo cosas que antaño eran impensables. Antes, cuando querían hacer algo un poco distinto, las cadenas estas, los pesos pesados italianos, decían: «no, no, no, no más luz, más luz, más luz». No se podía hacer nada que se saliese un poco lo establecido. Despegó Movistar, Crematorio, empezaban a hacer cosas distintas, y ahora es que es una gozada.

P.- ¿Qué series recomiendas que te hayan sorprendido?

R.- De mis series favoritas de los últimos años están Hierro, con Candela Peña. Está La Unidad. Está esta última serie que estoy terminando de ver, Los años nuevos. Rodrigo Sorogoyen creo que es mi director favorito (no te voy a decir que el único, también me gusta mucho J.A. Bayona), y me gusta muchísimo todo lo que hace; me parece uno de los directores más inteligentes y mejor director de actores del panorama, y esta serie última suya es una preciosidad. Querer también es espectacular. Últimamente no me veo todo lo que quisiera.

P.- Has dicho varias veces, eso te lo he escuchado, que querrías hacer un musical.

R.- Sí.

P.- Los musicales tienen detractores acérrimos –pasa como en los debates sobre la lengua de los que hablábamos antes–, gente que no le ve sentido. Yo lo veo pura felicidad.

R.- Me da igual. En eso tengo cero prejuicio. Como los ingleses, que van al National y luego se hacen un musical. Bueno, también es su género, es su zarzuela. Si aquí la zarzuela hubiera dado también un giro… Se intentó, ¿eh?, hacer cosas jóvenes, distintas. Pero sí, a mí el musical me gusta mucho.

P.- ¿Cuál es tu favorito? ¿Cuál querrías hacer?

R.- A ver, yo no soy una cantante lírica, no tengo la formación de cantante, no tengo una voz prodigiosa. Habría que elegir siempre partituras más para actores que para cantantes líricos. A Vicky Peña le he visto dos trabajos increíbles en el teatro. Fui con Santiago Ramos a ver el Sweeney Todd en el Albéniz y dije: “Ay, Dios mío, yo quiero hacer un día eso que está haciendo Vicky Peña”. Y luego también la vi en el Español, dirigida por su exmarido, Mario Gas, otro Sondheim, porque tanto el Sweeney Todd como todo lo que hace Antonio Banderas, como esta función, son de Steven Sondheim, que son unas partituras más para actrices. Evidentemente tiene que haber una preparación vocal, pero no es hacer Los miserables o El fantasma de la ópera. Por cierto, El fantasma de la ópera que se está haciendo en Madrid desde hace dos años es una auténtica maravilla, me da rabia decir que es como si estuvieras en Londres, pero es verdad, con un nivel técnico, actoral y vocal impresionante. Y hablando de voces, Talía del Val es una de las estrellas.

P.- Es que los musicales –aquí estuvimos hablando con Natalia Millán– también han tenido un cambio espectacular.

R.- A mejor. También estaban «así, así» vistos y ahora están de moda, ¿no?

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