Una 'Fuenteovejuna' intensa y carnal recorre el camino entre Lope y la actualidad
La Compañía Nacional de Teatro Clásico ofrece una versión fiel al clásico pero añade una potente puesta en escena

La Compañía Nacional de Teatro Clásico representa 'Fuenteovejuna' de Lope de Vega. | Pablo Lorente
El pueblo contra el poder. ¡Todos a una! Desde que el extenso e intenso genio de Lope de Vega la pergeñara hace cuatro siglos, Fuenteovejuna ha atravesado el imaginario colectivo español como arquetipo del hartazgo ante los desmanes de la clase dirigente. En clave individual, la triste historia del Cid ya había acuñado aquello de «¡Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señore!», pero Lope acertó a mostrar lo que el pueblo puede llegar a hacer si se le aprieta demasiado.
Y Fuenteovejuna ha vuelto, por supuesto. Siempre vuelve. Se representa todo este otoño, hasta el 23 de noviembre, en el Teatro de la Comedia, en una producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. También en las noticias, demasiado a menudo, con el pueblo a punto de reventar ante tanto despropósito. Los abusos del comendador Fernán Gómez se replican una y otra vez, pero cada época le aporta sus matices. Esta versión de María Folguera intenta trasladar el espíritu y la letra original de Lope a una estética contemporánea con una potente puesta en escena no exenta de riesgos.
El comendador porta un Kaláshnikov en vez de una ballesta en su cacería de corzos y doncellas, y el vestuario y los decorados se toman licencias más bien bizarras, pero el resultado final proporciona una ambientación creíble: nos sentimos trasladados a lo que en el fondo de nuestro cerebro reconoce como la sensibilidad de los primeros tiempos de eso que llamamos España. Una luz estroboscópica eleva el éxtasis justiciero del pueblo a niveles lisérgicos, pero las apelaciones al honor y la lealtad son las del Lope del siglo de oro. La sangre, las torturas y los desnudos frontales pueden herir algunas sensibilidades y hubieran llevado a los actores al calabozo hace 400 años, pero encajan con la intensidad de la trama, cuyo pulso no decae, amenizado también por unas excelentes canciones, sustentadas por una mejor coreografía.
«Cada versión de Fuenteovejuna es un diálogo sostenido en el tiempo con la creación de Lope», dice Folguera, consciente del reto. Tras su muy exitosa presentación veraniega en el Festival de Almagro, algunos criticaron que la representación, dirigida por Rakel Camacho, no diera un salto conceptual más arriesgado para traer el mensaje de Fuenteovejuna a la actualidad. No hubiera respetado el espíritu literario de Lope como aquí lo hace. Solo sube algunos (bastantes, de hecho) grados la traslación con el tratamiento de la figura bicéfala de los Reyes Católicos, parodiados hasta el esperpento valleinclanesco. Por lo demás, la retórica surrealista de la puesta en escena y el sobresaliente expresionismo (a veces, un oportuno histrionismo) de las actuaciones se encargan de elevar el texto a lo universal, haciéndolo más abstracto, listo para la deducción, para que lo volquemos sobre el demonio que tengamos cada uno en mente.
Funciona. Hoy más que nunca. «Fuenteovejuna es una obra abierta a la contemporaneidad», sostiene con toda la razón Folguera, que hace una interesante reflexión: «No es casual que hasta la llegada del siglo XX fuese una obra poco conocida dentro del repertorio de Lope de Vega. La Revolución Rusa descubrió que uno de los potenciales de este texto radica en la vivacidad con que plasma la rabia de los oprimidos y a partir de entonces se sucedieron distintas versiones: las que reducían o hasta suprimían la presencia de los Reyes Católicos como la de La Barraca dirigida por Federico García Lorca, las que celebraban la revuelta campesina, las que se centraban en la denuncia del abuso contra las mujeres, la reivindicación de la dignidad de algunos personajes secundarios… pero un elemento ha destacado hasta ser icono: el monólogo de Laurencia, hito del teatro español. Un alegato que es también grito desgarrado, crescendo de imágenes latentes».
Danza y música
Cristina Marín-Miró, expuesta en una tremenda desnudez, acierta a darle a ese monólogo toda la fuerza de una Laurencia épica, acentuada por un indisimulado feminismo en la apoteósica llamada a la insurrección de las villanas (en sentido literal, paradójicamente), hartas de ultrajes y ninguneos. Todo el elenco, en realidad, supera con creces el reto de hilar la trama dramática con el espectáculo de danza y música que aviva el espectáculo, dándole un tono ancestral, tribal, que parece pedir a gritos la vorágine del desenlace. Aunque los versos de Lope siguen vertebrando la historia, sus cuerpos son los verdaderos narradores. «Fuenteovejuna es piel, carne y huesos», dice Rakel Camacho, directora de esta versión. Así contado, desde luego.
En tiempos digitales y virtuales, inundados de esos algoritmos con los que determinadas corporaciones y/o gobiernos intentan violar nuestra voluntad, no está de más recordar la corporeidad inextinguible del pueblo: nuestro ser de piel, carne y huesos. Capitán Swing anuncia para el mes que empieza mañana, tan cargado de dudosas promesas, el libro Sangre en las máquinas, en el que Brian Merchant traza un paralelismo entre los luditas de la Revolución Industrial y las aprensiones aceleradas por la obsesión por la inteligencia artificial.
Para inteligencia, la de Lope de Vega.