Courtois atrapa la Champions más difícil de la historia
El Real Madrid no juega finales, sólo las gana. Y la Copa de. Europa se viene a Madrid por decimocuarta vez
En 1956 ocurrieron muchas cosas importantes. Pero sólo una detuvo el mundo hasta que el balón decidió rodar. Y también ocurrió en París. Aquella primera final de la Champions League, entonces Copa de Europa, fue alzada con un Di Stéfano cuya memoria, sombra y sabiduría han planeado esta noche en Saint Dennis. Recuerdo escuchar a La Saeta comentar con ahínco, ante las críticas de que el Madrid retrasase el balón hasta el guardameta, que ¡portero también juega, portero también jueeega! Quería recordar el icono merengue que ése a quien le está impuesta la soledad durante un partido, cuyos errores le condenan y aciertos rara vez le premian, ése cuya posición una vez llegó a ocupar… también juega. Lo cuál nos lleva a su segunda y maravillosa perla futbolística: «Las finales no se juegan, se ganan». Portero también juega y, si es Thibaut Courtois, también gana. El Real Madrid no juega finales… sólo las gana. Al menos las ocho últimas.
Los indeseables que provocaron un retraso del partido pronto se diluyeron gracias a la ceremonia y posterior silbato inicial. El fútbol es balón, duelo de aficiones y juego limpio y todo lo demás son tópicos que le quieren endosar a este bendito deporte aquellos que pueden pero no quieren ver el poder emocional que tiene. Véase en las gradas que, al igual que hicieran sus adulados jugadores en los primeros minutos, se dedicaron a explorar las capacidades del oponente sin arriesgar demasiado. Sería el Liverpool el que abriría la lata de la veintena de disparos que superó en el acumulado del partido. El Madrid estiró en exceso la rueda de reconocimiento y a punto estuvo de pagarlo dejando libre a uno de los tres culpables del peligro que le rondaba; Mané, Salah y, en menor medida, Luis Díaz.
Entre el minuto 16 y el 20 los corazones merengues montaron en una montaña rusa de las que resta días de vida, con el trío ofensivo desencadenado. Golpeando repetidamente el muro blanco en busca de una grieta. Y la encontraron, y allí que se aventuraron. Pero faltaba un último escollo de dos metros y manos que parecen engordar por momentos. Hablamos de Thibaut Courtois, cuya parada en el minuto 20 convenció al poste de que tenía que empujar la pelota repelida hacia su cuerpo. Merecía detener ese disparo de Salah. Sería el inicio de una tortuosa relación del delantero egipcio con el portero belga que nunca funcionaría para el primero, que siempre resultaría satisfactoria para el guardameta blanco.
Ancelotti pareció quedarse con los minutos finales para enviar al Real Madrid a asediar al Liverpool
Animados por una grada incansable y con Valverde adueñándose del campo, supo el uruguayo descubrir que los golpes en ambos costados funcionan, no sólo por la derecha, banda elegida hasta entonces para volcar el ataque. Encontró a Benzemá que habilitaría a Vinicius Jr., quien no culminaría la jugada. Sí lo haría el crack francés minutos después tras una lluvia de balones sueltos en el área del Liverpool, pero el fuera de juego es tan válido como el poste de Courtois. Tablas y a la caseta a repasar virtudes y carencias, y Ancelotti pareció quedarse con los minutos finales para enviar al Real Madrid a asediar al Liverpool en los compases iniciales de la segunda mitad. Replicaron nuevamente Salah y Mané con un rápido contraataque que buscaba frenar la voracidad blanca.
Pero cuando un vikingo tiene hambre, cuando un vikingo está de caza, es prácticamente imparable. Lo dice la historia, que habla de que atrapaban cuanto se cruzaban para saciar su alimento. Mala fortuna el tener un animal en su escudo, una suerte de ave acuática que reavivó los instintos básicos de los de Ancelotti. Tras armar un veloz contraataque, otro pájaro ya hecho halcón, Valverde, rompe la pelota para que baile entre el centro y el chut y surge entonces un titular más. Escrito por el que el que no encontraba puerta, el que en los últimos metros se amedrentaba, el que nunca estaba en el lugar que había que estar. Destrozando esos y muchos otros tópicos, ahí llegaba Vinicius Jr. con tres pulmones para empujarla y hacer de la grada blanca un festival.
Sabía el gol a un premio no por el trabajo bien hecho ante un portentoso Liverpool, sino por la labor de toda una temporada de Champions donde una y otra vez enterraron al Real Madrid. Pero el Liverpool tampoco entiende de rendición y lanzó un mordisco en el minuto 63, otro en el 68, dos bocados que habrían encontrado cualquier otro cuello… pero no el del jugador del partido. Thibaut Courtois, de inmensa estirada ante un también gigantesco Salah, interrumpía su idilio con el gol como más tarde repetiría en los minutos a 10 y 11 minutos del final.
En el minuto 84 el cambio del Madrid no era maniobra para perder tiempo ni medida desesperada, sino la consagración de un niño convertido en hombre desde que viste la camiseta blanca. Camavinga inyectaba una marcha más al Real Madrid, que en los minutos finales desaprovechó varios ataques para ampliar marcador y brindar la tranquilidad de la que nunca gozó en esta Champions. La calma que nunca perdió Courtois. La misma Champions que el Real Madrid se niega a perder. «Este equipo es una de las mayores experiencias del fútbol europeo en la actualidad», nos respondía Klopp en la rueda de prensa. «Algún día perderá una final… pero no esta noche». Y más valoraciones para finalizar la crónica de una Champions inolvidable. Dice Courtois que dejemos de buscar fuera, «los mejores están en el Madrid». Añade Ancelotti que «al Madrid no se le puede decir que no». Hay quien sí lo hace y prefiere quedarse en París… pero la Copa se viene a Madrid. Por decimocuarta vez.