Así viví 'La Catorce' desde dentro: una experiencia 'Real'
Hoy sigo con la voz rota y con el corazón contento. Gracias a la vida por permitirme vivir algo así
Este que les escribe tiene el privilegio de ser el speaker internacional del Real Madrid. Es una experiencia indescriptible la de salir delante de 80.000 almas y jugar a un toma y daca coreografiado en busca del éxtasis merengue. Ojo, porque no pretendo vender la moto a nadie: estaba ‘jiñado’. Y no será por falta de experiencia en estas lides. Mi debut como voz del madridismo se produjo en Lisboa en el año 2014. En aquella ocasión lo vi todo perdido. Nos acercábamos al pitido final y por mi egoísta cabeza solo pasaba una idea: «Estos no me vuelven a llamar, me encargo de la animación por primera vez y palmamos con el Atleti. Se acabó».
Entonces llegó el minuto 93, el centro de Modric y el remate de Sergio Ramos. Mi voz retumbó en el cielo lisboeta. Una nube de futbolistas sin convocar y otros sancionados, como era el caso de Xabi Alonso, saltaron literalmente por encima de mí en busca del abrazo de sus compañeros. Al final, aquella noche en Da Luz acabé cantando cuatro goles y desde entonces no he hecho otra cosa. Milán, Cardiff y Kiev continuaron con esta bendita locura y el sábado, en París, experimenté nuevamente en mis carnes lo que supone ser (mínimamente) partícipe en un éxito de tal magnitud.
Cuando marcó Vinicius me mimeticé con la grada como nunca lo había hecho. ¡Gol de Vinicius…¡Junior! ¡Vinicius…Junior! ¡ Vinicius… ¡Junior! Los vikingos respondieron a mis envites como los espartanos en 300 y al mismo nivel rindieron en el 11 inicial. Hoy sigo con la voz rota y con el corazón contento. Gracias a la vida por permitirme vivir algo así.
Veteranos y noveles
Llegué el jueves a París y si les digo la verdad siempre tuve la sensación de que esta orejona no se le escapaba a los blancos. En el entrenamiento previo a la final escudriñé cada detalle y lo que vi me dejó muy tranquilo. Carletto, de inicio, dio una charla en medio campo a toda su plantilla. Sin gesticular en exceso, sin alzar la voz, tirando una vez más de liderazgo tranquilo. Los jugadores le miraban atentos, ensimismados, hasta embobados me atrevería a decir. Les aseguro que ese hombre transmitía paz a los suyos.
Comenzó el calentamiento y en ese instante los jugadores veteranos dieron un paso al frente. Karim Benzema se pegó a Vinicius como una lapa. Le cuidaba, le aconsejaba, debatían conceptos. Unos metros más allá Luka Modric hacía lo propio con Rodrygo. Y lo mismo pasaba con Alaba y Militao. La experiencia de aquellos que ya habían jugado hasta cuatro finales de Champions servía para relajar las tensiones de los noveles debutantes.
En estas me encontré con Arbeloa en la tribuna. Le pregunté por sus sensaciones. Me dijo que tratándose del Madrid su feeling «era bueno» pero que estaba seguro de que «tocaría sufrir». Sabía de lo que hablaba Álvaro. Por algo tiene dos Copas de Europa en su palmarés. Y además, también vistió la camiseta red.
VERGUEFA 2.0
Ahora me voy a poner muy serio. Lo que vivimos en el Stade de France fue una consecución de hechos y errores lamentables que pudieron terminar en tragedia. La final empezó con casi 40 minutos de retraso. ¿El motivo? Una cadena de incompetencias. De primeras falló la coordinación entre la UEFA y la policía francesa. Pocos efectivos, mal organizados, incompetentes y con unas maneras ‘gangsterianas’.
Para continuar, un alto número de aficionados ingleses (borrachos como cubas) intentaron acceder al complejo con entradas de reventa falsas. Y para concluir, y esto es lo más grave, grupos organizados de delincuentes locales atracando a familias, robando móviles, sustrayendo entradas, pegando palizas, dando tirones a bolsos y realizando tocamientos a las mujeres. Nadie me lo ha contado, lo vi con mis propios ojos. Una cantidad reseñable de aficionados se encontraron sus coches desvalijados al llegar al parking. Les habían robado hasta las maletas.
Francia tiene un problema social de primer orden mundial. He estado en innumerables estadios y en hasta cinco finales de Champions y nunca he experimentado una sensación de inseguridad como la que sufrimos en el gueto de Saint Dennis. Aconsejo a todo el mundo que se lo piense dos veces antes de acudir a las olimpiadas de París. Macron debería preocuparse más de solucionar los gravísimos problemas de convivencia que tiene su país antes que fundir a llamadas a Mbappé para que renueve. Y la UEFA tiene que ponerse las pilas a la de ya.
Ceferin y el organismo que preside se han coronado este año. Primero con el fallido sorteo de octavos de final en el que al Madrid le había tocado el Benfica y acabó saliéndole el PSG. Hubo que repetirlo entero, un bochorno. Y ahora con la ¿planificación? de un evento internacional que ha sacado a relucir, otra vez, sus innumerables ignominias.