LeBron James invierte en evitar ridículos como el de Mike Tyson
«El mito de la NBA se acerca a los 40 años en su mejor momento gracias a una disciplina espartana y millón y medio de dólares al año en preparación física»
El sábado LeBron James volvió a batir un récord. Para él es como para usted ir a la oficina. Jugó su partido número 1.505 de liga regular en la NBA, sobrepasando a John Stockton, uno de esos mitos añejos que nos recuerdan la voz de Ramón Trecet. Lo hizo en un partido ante los New Orleans Pelicans, a los que ganó sin esforzarse demasiado: 21 puntos, siete rebotes y cinco asistencias. El día anterior había firmado su cuarto triple-doble consecutivo para ganarle a los Spurs. Ahora descansa hasta el miércoles. En mes y medio cumple 40 años.
Mientras, el mundo del boxeo aún se recupera del bochornoso regreso a los cuadriláteros de Mike Tyson. A sus 58 años hizo como que se peleaba con un youtuber llamado Jake Paul. Dicen que le dieron 20 millones de dólares. Mucha gente, manadas de vips incluidos, fueron a verle hacer el ridículo. La ciencia está permitiendo que los deportistas de élite estiren el chicle. La voracidad del hipercapitalismo digital está estirando el chicle del sentido del ridículo.
LeBron James es el ejemplo paradigmático de lo primero. Un vistazo a su caso nos recuerda que la Ciencia, tan majestuosa ella, espabila cuando se le aplica otra incógnita a su ecuación: la inversión, que no merece mayúsculas y suele dar un poco de vergüenza, sobre todo relacionada con una actividad como la deportiva, que aún destila alguna gotita de prestigio cultural.
Lo acaba de explicar él mismo en la serie documental Starting 5, enésima muestra de deslumbramiento de Netflix por la veta épica del deporte profesional americano. «Estoy sorprendido de mí mismo en este momento, no estoy cansado, creo que mi dedicación a mi trabajo es una gran parte de la razón por la que todavía puedo jugar a este nivel», dice James, que se ríe al «escuchar la loca idea sobre cuánto me gasto en mi cuerpo cada año. Es una cifra que no revelaré».
Bill Simmons, toda una autoridad en la NBA, cantó la gallina en su podcast allá por 2016. Cada vez que se lo mencionan, LeBron James ni confirma ni desmiente. Se ríe. Un millón y medio al año. Y suponemos que lo habrá ajustado a la inflación. A la económica, como todos (los que pueden, ay), y a la biográfica-fisiológica, en su caso. ¿Habrá sobrepasado los dos kilos?
Lo que haga falta. Resulta tan simpático como significativo que una revista en principio tan poco deportiva como Fortune no solo se haga eco de la cifra en boca de todos, el millón y medio de dólares, sino que además detalle en qué se lo gasta, englobando la inversión en el concepto de biohacking: el envejecimiento es solo un algoritmo más del sistema operativo que algunos seguimos llamando vida.
Además de llevar una vida espartana, que incluye madrugar para darse una ducha fría a las 6:30 de la mañana, todo tipo de estiramientos y masajes, y una alimentación estricta, todo integral y orgánico, of course, tiene en su casa una cámara de oxígeno hiperbárico y hace crioterapia, o sea, una exposición a temperaturas cercanas a la congelación. Como Walt Disney, pero él después salta a la cancha a hacer mates y cosas. Otros expertos aseguran que también usa un aparato que emite una luz roja cuyas longitudes de onda reducen la inflamación. Y, en 2017, la CNN publicó que su entrenador personal le aplicó electroestimulación y mangas de compresión con aire (sea eso lo que puñetas signifique).
Todo esto y mucho más se lo puede permitir el primer jugador en activo de la NBA en pasar de los mil millones de dólares en patrimonio neto (se pasa en 200 millones, que ya es un buen pico), según Forbes. En sueldo no le ha ido mal: 480 millones. Lleva desde los 18 años como profesional: pasó de la universidad (para que después digan de la titulitis), pero ha hecho más dinero fuera de la cancha: 900 millones antes de impuestos «gracias a sus negocios y acuerdos de patrocinio con empresas como PepsiCo y Nike», le calcula Forbes, que matiza: «La clave de su estatus de multimillonario» es que «ha sido más que un vendedor ambulante, adquiriendo acciones de las marcas con las que trabaja, entre ellas Beats by Dre».
Porque resulta que, pese a no tener título universitario, parece que el tipo no tiene un pelo de tonto. Sabe invertir.
La fortuna de Mike Tyson tiene una historia más sórdida. Según Forbes, ganó 400 millones de dólares solo en el ring (sin ajustar por inflación) durante su carrera, «pero se declaró en quiebra en 2003 debido a años de gastos imprudentes». Con más detalle y avidez lo cuenta, por ejemplo, el Sun, que se recrea en la forma en que se lo gastó todo para resurgir de sus cenizas financieras… relativamente: actualmente se le suponen 10 millones. El bochorno del otro día le dará otro buen empujón. Esperemos que no recaiga en los escabrosos titulares que recuerdan su afición a admitir un tigre como animal de compañía: cuando los sacaba a pasear tenían la fea costumbre de atacar a los contribuyentes, que, claro, denunciaban y cobraban.
LeBronJames tiene otro estilo. Se mueve por retos. Quería jugar con su hijo en la NBA, por ejemplo, y lo ha hecho. Pero sigue siendo una auténtica estrella. Probablemente no soporte otra cosa. La semana pasada hizo unas declaraciones que helaron el corazón de sus fans: «No voy a jugar mucho más, para ser completamente honesto». Incluso habló de «uno o dos años» más y ya está. Porque, atento Mike: «No voy a ser el tipo que le falta el respeto al juego» [muy oportunamente, en mi opinión, por aquellos lares prefieren hablar de «game» para estas cosas, en vez de intentar estirar el concepto de deporte].
El cuerpo matiza, no es el problema: «Es la mente». Cuando se canse de batir récords dirá adiós. O cuando le dé la gana.