Laporta, de Shangri-La a 'La casa de los líos'
«El vodevil azulgrana no es para gustos, sino para disgustos y, como la cena de Nochevieja, admite caprichos dispares antes, durante y después de las uvas»
La vida es un canto a la improvisación, una línea continua de sobresaltos que te mantiene alerta frente a cualquier contingencia. Te metes en la piltra la madrugada del 4 de enero, con el acúfeno Laporta-Olmo metido en los oídos cual pesadilla recurrente y despiertas seis horas después con el teléfono móvil en la mano para ver las últimas noticias del Barça y sus circunstancias. Solo la expulsión de Vini Jr en Mestalla –dónde, si no– y la remontada del Madrid con uno menos distrae de la actualidad azulgrana. En estas, y sin saber cómo ni por qué, al reflejarte en el espejo observas que el labio inferior está hinchado en modo «only you». Susto, porque además el superior se contagia. Parece una alergia, pero a qué. ¿A Laporta? Quiá. Joan es ahora como era cuando lideraba el «Elefant blau», pero con más kilos y menos posibilidades de éxito, a pesar de las palancas, algunas indescifrables, otras, patinazos y las últimas, un arcano. Como el contrato con Nike o la venta de los palcos VIP, aún por construir. Nebulosas e incógnitas, misteriosas como el amanecer del morro hinchado sin causa aparente.
Lo conveniente es acudir al médico, que en este caso es médica de cabecera. Te observa el careto con expresión neutra, le comentas que te has tomado un antihistamínico para combatir las alergias estacionales (el polen y esas monsergas) y te dice que has hecho muy bien porque aparte de la rinitis es eficaz contra la urticaria. De ponerte hielo, como recomiendan algunas páginas de internet, que ni se te ocurra. Y te manda para casa con un volante para hacerte una analítica. Como la doctora concluye que no hay motivos de preocupación, regresas al calor del hogar sin dejar de mirar al retrovisor que confirma que la inflamación remite.
Lo que no se disipa es el mal rollo azulgrana. Ni LALIGA ni la Federación permiten al Barcelona FC reinscribir a Dani Olmo y a Pau Víctor porque el plazo para regular su situación terminó el 31 de diciembre, fecha en que perdieron la licencia por la impericia del equipo directivo. «Tiempo ha tenido el club para evitar este embrollo». En cuatro meses ha sido incapaz de apagar el cirio y los jugadores se han quedado sin ficha. Acostumbrado a moverse en aguas pantanosas, Laporta espera que o el TAD (Tribunal Administrativo del Deporte que depende del CSD) o el juzgado le den la razón, contra las normas, o le concedan la cautelar. El sentido común del que alguien dijo que es el menos común de los sentidos sugiere que los dos jugadores ahora sin papeles deberían recuperarlos y continuar su carrera en ese Shangri-La que no pasa de ser «la casa de los líos». ¿Para qué buscar recambios si los ideales se entrenan con el equipo?
El caso es que entre la osadía y la estulticia de los «capos», a quienes resbalan sentimientos como la lealtad sin fisuras, laten corazones entregados a una causa que no precisa analítica que confirme su fidelidad a prueba de timos. El club está por encima de todas las cosas, como el partido (político). Fe ciega y negligencia sin contrición. Se creen –los que mandan– por encima del bien y del mal, perciben el mundo a sus pies y piensan que sus fechorías son genialidades, que pueden circular a 150 por carreteras secundarias, que ni la ley ni las normas ni el código de circulación les alcanza. Son espíritus superiores y libres que te venden la Giralda o «inventan» el Instituto Nacional de la Vivienda a poco que bajes la guardia. Te señalan el paraíso y te mandan al infierno. Piensan que los contratos de Dani Olmo y Pau Víctor son indefinidos porque cómo se le va a ocurrir a LALIGA borrarles del mapa el 1 de enero. O al nuevo presidente de la Federación al que has votado. Pues lo han hecho. «¡Que en Olmo hemos invertido más de cien millones, 55 en el fichaje y 48 en las nóminas hasta junio de 2030!».
No cabe en su cabeza el cumplimiento de lo preceptivo porque se sienten especiales, mejores que el Getafe, el Espanyol, el Valladolid, el Sevilla o el Atlético. Tienen sus propias reglas, o eso creen. Tienen un morro –natural, no cautivo de una alergia– que se lo pisan. Pueden irse de putas con el «Tito Berni», evadir impuestos desde Portugal, impartir másteres universitarios sin acreditar estudios superiores, hacer de la Fiscalía un sayo, trocear el club en tantos cachitos que terminarán perdiendo la cuenta, o culpar a Messi de su traslado a París porque ni le dejaron las cosas claras ni le mencionaron que en la caja sólo había telarañas.
El vodevil azulgrana no es para gustos, sino para disgustos y, como la cena de Nochevieja, admite caprichos dispares antes, durante y después de las uvas. Los hay que se van a «La 2» por si aparecen Los Panchos, Eydie Gorme, Sinatra, Dean Martin, Antonio Machín o Rocío Jurado y quienes bostezan si no ven a Sabrina Carpenter, Karol G, Olivia Rodrigo, C Tangana o Rosalía. Hay partidarios de Lalachus y sus ocurrencias, alguna tan desafortunada como la de la estampita, y fanáticos de Cristina Pedroche y sus modelitos. Y hay en territorio blaugrana quien, una vez recuperada la regla del 1:1, o el «fair play» financiero que exige LALIGA, fantasea con el sueño imposible de fichar a Haaland ahora que lo de reinscribir a Dani Olmo (y Pau Víctor) está en manos de una justicia maleable en manos de abogados sagaces, capaces de encontrar la aguja en el pajar y de hacernos creer que «la casa de los líos» es Shangri-La. La medicina no tiene remedio para tanto morro.