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Opinión

¿Quién jugará la final de Wimbledon?

«El tenis es como la gota china, y gota a gota, punto a punto, se impone una lógica cruel de manera sistemática»

¿Quién jugará la final de Wimbledon?

Carlos Alcaraz. | Adam Davy / PA Wire / dpa

Querido Emilio,

Me da mucho miedo analizar dos finales dando como protagonista a Alcaraz, pues es asumir que el chaval la vaya a alcanzar. Eso, tras del paso por el desfiladero derrapando al borde del abismo que fue el partido ayer ante Struff, parece una osadía. 

Pero dado que el muchacho lo es (osado, digo), vamos allá. 

Contra Struff, las pasó mucho más canutas de lo que deja adivinar el engañoso resultado de 6-1 3-6 6-3 y 6-4. Hubo un rato en el cuarto set en que Struff era imparable. El alemanote, finalista en Madrid hace unos años, es un jugador que prometía más de lo que su palmarés luce y que, como cualquiera de los tops 200, en una buena tarde le amargan la fiesta a cualquier top 10. Si ves al 150 del mundo entrenando contra el número 5, apenas notas la diferencia, todos la revientan. Pero cuando empieza el partido, ay… El tenis es como la gota china, y gota a gota, punto a punto, se impone una lógica cruel de manera sistemática. No suele haber milagros porque son demasiados milagros juntos y seguidos, los que hacen falta. 

Struff juega por ráfagas de inspiración. Saque salvaje de altísimo porcentaje que le permite hacer algo que solo se le veía a Sampras con asiduidad: hacer primeros con su segundo. Pistol Pete te clavaba su segundo a la misma velocidad, 205, con pasmosa normalidad, y acuñó aquello de «solo eres tan bueno como tu segundo saque». Sampras fue, evidentemente, tan bueno como su primero, dado que su segundo era un calco de este. Y su primero era, si no por velocidad, si por tino y regularidad, el mejor del circuito. Ace tras ace hasta el aburrimiento. Aburrido verle ganar, aburrido en su forma de ser (más soso que la desnatada sin lactosa) y de tanto aburrimiento, se aburrió el hombre de estar solo en la cumbre y dimitió algo temprano con 14 Grand Slams, el récord en su época. 

Me dicen que sigue aburrido. Le faltó un rival que le incomodase de verdad. Solo tuvo a Agassi, que cambió el tenis al meterse en pista a restarle para adivinar donde la iba a colocar el americano para lanzarse hacia la bola como para parar un penalti (hacen falta huevos), acortando el golpe hasta convertir su resto en una volea, que es casi más difícil de devolver que el propio saque si le salía profundo, pues el sacador cae dentro de la pista, arrastrado por la inercia. Djokovic sacó provecho de esa lección e impuso el resto que todos intentan hoy: duro y profundo, a los pies del sacador. A Nadal le hizo sudar sangre. 

Pero volviendo a Struff, que me he ido por el pasillo de dobles. No es simplemente un «sacador», que de eso hay mucho en el circuito. Se mueve entre puntos con una prisa que recuerda al caminar urgente precisamente al paso acelerado del viejo André. Es decir, que como Agassi, no te da tregua entre puntos, no te deja pensar. El lenguaje corporal es otra arma más en este deporte, que en tantas cosas se parece al boxeo. Tanto su derecha como revés paralelo son imparables cuando los enchufa, planos y durísimos, un poco Söderling. Y eso lo hace… cada dos golpes. Desconcierta al contrario con la velocidad inusitada de sus dos golpeos de fondo, en los que no tiene lagunas y por esa falta de ritmo que impone. Por si esto no fuera poco, resta de locos y llega a todas. 

Las dejadas de Alcaraz no le hacían la misma mella que a otros. Quizá porque Carlos las jugaba ayer como herramienta defensiva, fruto de la desesperación, pues el germano era el que llevaba la batuta e imponía el ritmo. Alcaraz suele asesinar a su oponente cuando su dejada es ofensiva, cuando le tiene refugiado contra el muro de fondo, tras arrinconarle a derechazos. Y es entonces, para cuando llega su dejada, que ejecuta además con casi más solvencia con el drive que la de revés (siendo esto mucho más difícil), cuando le tiene a tres metros de la línea de fondo. Ahí su dejada es inalcanzable, porque al amagar un derechazo, el rival se queda clavado atrás. Pero ayer no. Ayer Alcaraz hizo muchas dejadas sin criterio, fruto de la incomodidad: «el golpe del pánico» la bautizó Federer. Lo que haces cuando no sabes qué hacer. Carlitos había cambiado esa sentencia, ha recuperado un golpe que ya casi no se veía y que produce espectáculo y alarga los puntos. Pero ayer se cumplió el dictamen de Rogelio. 

Ese armario ropero que es Struff, no es un Panzer fuerte y pesado. Es una BMW ágil y rápida. Cazaba todo, y con su metro noventa y tres, cubría mucha red tras devolver con finura las dejadas. Tiene toque, tiene mano. Manita de cerdo que dice mi amigo Dani Alonso, que también la tiene porque entrena con Zapatero.

Y aun así, pintando feas las cosas y a un parpadeo de irse al quinto, el chavalito salió sonriente del ruedo. Una vez más. Es como si le impulsase el peligro, como si encontrase en el riesgo la inspiración. 

Así que no, Emilio, no me atrevo a escribir sobre lo que no ha sucedido por miedo a que no suceda, que es lo que más quiero: ver en la final de Wimbledon por tercera vez consecutiva, al chavalillo de El Palmar, con su inmensa sonrisa tan necesaria en este deporte de cabreados y reconcentrados que es el tenis.

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