The Objective
Opinión

Adiós, 'Big Three'. Hola, 'Giant Two'

«El tenis es un deporte en el que el resultado final lo deciden los pequeños detalles»

Adiós, ‘Big Three’. Hola, ‘Giant Two’

Alcaraz y Sinner el pasado mes de junio. | EP

Ayer Jannik Sinner despidió a Nole Djokovic en tres sets, del tirón, sin que le temblase el pulso. El único que ha conseguido dejar al italiano sin voz en este Wimbledon 2025 ha sido el bueno de Dimitrov, con su tenis preciosista y retro, un Nureyev con raqueta que voló sobre la central. Pero, ¡ay, tenis cruel!, cuando estaba dos sets arriba, se partió el pecho, literalmente. Le había dejado mudo, demudado y desnudado. 

Se nos marcha Nole hastiado. No le quedan ganas de ganar, no le quedan metas por las que pelear. No me extraña, se lo ha llevado absolutamente todo. Se empachó de batir récords y ya nadie discute quien es el GOAT. Además, sus treinta y ocho años son muchos para pelear de tú a tú contra esta pareja de salvajes que ha venido a relevar al Big Three. Se marchó por el túnel de la central que lleva al vestuario, probablemente por última vez, el tenista más grande de todos los tiempos. Lucía una sonrisa melancólica ante la ovación del estadio entero puesto en pie. 

Se fue el tipo más perro que haya pisado jamás una pista de tenis, el que estiró las reglas y retorció el reglamento como si fueran un chicle. El que botaba siempre un número irregular de veces antes de sacar para que su contrario siempre estuviese en tensión. El que gritaba como una fiera a la cara del contrario (Berrettini), o se burlaba de su joven oponente imitando sus gestos (Shelton). El que se iba al baño sistemáticamente cuando perdía y jamás cuando ganaba. El que fingía desde niño, y que se dio cuenta que cuando los contrarios veían señales de que sufría un ataque de asma, los que se asfixiaban eran ellos. Y sin embargo, a pesar de que le cabrease que durante tantos años el público prefiriese a Roger o Rafa sobre él, a pesar de que la grada no le mostrase el cariño que él pensaba merecía, al final, de puro bueno que ha sido, el francotirador de los Balcanes se ha ganado ese afecto, como sucedió en su día con el maleducado Big Mac a quien ahora todo el mundo adora. Ha sido, junto con el bad boy neoyorkino, el único jugador capaz de convertir su rabia en combustible. Si estallaba una raqueta contra el poste de la red, ya podía el oponente agarrarse los machos porque venían curvas. Además, todo hay que decirlo, es de los grandes el que mejor pierde, el que no pone una mala cara cuando ha concluido la contienda y él ha salido derrotado. Este tipo sucio en la pista era noble en la derrota, elegante en el perder. Jamás ha puesto una excusa. Siempre fiel a sus convicciones y con una personalidad incontestable. Y además, habla diez idiomas con soltura. Un genio.

Sinner arrastraba molestias del codo, pero desaparecieron milagrosamente ante Shelton en cuartos y, en semis contra Nole, tres cuartas partes de lo mismo, ni rastro del dolor. ¿Le infiltrarían? Me imagino que sí, pues tras Wimbledon viene un buen descanso hasta el US Open. Cuando le vi tan recuperado, no pude más que dudar. Pensé en la famosa crema del fisio. ¿Es el zanahorio un tramposete con buenos modales y cara de no haber roto un plato? Creo que no, que no se dopó voluntariamente. Es imposible que los jugadores sepan al cien por cien lo que les mete en la sopa su cuerpo técnico. Han de confiar, nunca mejor dicho, a ciegas. Pero también es cierto que la AMA (Asociación Mundial Antidopaje) le trató con guante de seda por ser el número uno en vez de con mano de hierro como acostumbran a hacer con los demás jugadores. Le puso una sancioncilla a la carta, cómodamente situada entre Australia y Roland Garros, para que el muchacho no se perdiese ningún Grand Slam. Un escándalo: a la pobre Halep le arruinaron la carrera por algo comparativamente menor y para cuando salió exonerada dos años más tarde… ya era tarde.  

Hemos vuelto a ver al Sinner asesino, al que no duda, al que imprime una velocidad de vértigo a su juego, asemejándose a un frontón digital, como aquel viejo Pong de Atari, ¿te acuerdas? Sólo que a ritmo de anfetamina. Tiene algo de IA el flaco, de Terminator. Pero ahora le queda el muro más alto por trepar: Carlitos, que ayer tumbó a un Fritz que venía como un misil, sacando tan duro que sacaba de la pista a los oponentes. Llevó el tema aun tie-break en el cuarto set, y se puso 6-4 con dos bolas de set. Le hubiese complicado muchísimo el partido de irse a un quinto, y sin embargo, una vez más, Alcaraz esquivó las balas que llevaban su nombre. Y esa capacidad de salir de las ratoneras hace mella en todos sus oponentes. Cuando llega ese momento de la verdad, todos se acuerdan de que siempre se les escurre y entonces dudan. Y en tenis, cuando dudas, mueres. 

A Sinner se le notó nervioso en la entrevista que le hicieron a pie de pista tras derrotar a Nole. Prometió luchar, pero lo que le hizo Alcaraz en París para sumar su quinta victoria consecutiva sobre él no se olvida, se te mete bajo la piel. Alcaraz es su fantasma, pero está muy vivo y no para de sonreír. Hay nervios. Hay ganas de revancha, yo diría que hasta de venganza a juzgar por la ira con la que le miraba en la Phillipe Chatrier al concluir la final de Roland Garros. El partido promete, aunque casi seguro no será tan épico como el que disputaron en arcilla. La hierba no permite tanto juego, los puntos se acortan.

El tenis es un deporte en el que el resultado final lo deciden los pequeños detalles. A veces se da la paradoja de que gana el partido el jugador que menos juegos o puntos ha ganado: Federer ganó un 82% de los partidos disputados durante su carrera y sin embargo sólo ganó un 54% de los puntos jugados. Un match se decide por dos bolas clave, un momento de inflexión que cambia el curso del encuentro. En la final de Roland Garros, de los tres match ball de los que dispuso Sinner para cerrar el partido en el cuarto set, Carlos tuvo una potra salvaje: pegó mal un drive y la pelota rozó, por fuera, la línea de fondo. Salió vencedor de un partido que era imposible. Pero es que siempre existe esa posibilidad remota de remontar, y eso es lo que convierte al tenis en un espectáculo inigualable.

Goodbye, Big Three. Hello, Giant Two.

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