Alex Palou logra su cuarta corona en la Indycar, la ‘Fórmula 1 americana’
El corredor catalán es el hombre tranquilo que ya tiene puesta su mira en el quinto título

Alex Palou celebra el campeonato.
Ya son cuatro, tres consecutivos. Los títulos de Álex Palou en la IndyCar —una categoría que podría denominarse «la Fórmula 1 de América»— empiezan a acumularse en unas manos a las que se les están agotando los dedos para contarlos. Y lo hizo a lo campeón: a falta de dos carreras.
No hubo que esperar al banderazo final para poder calzarse la corona. En Portland, decimoquinta prueba del calendario, Álex Palou aseguró su cuarto título en la IndyCar antes de que el motor de su monoplaza se apagara en la línea de meta. Lo hizo como le caracteriza: con calma quirúrgica, pilotaje limpio y una resistencia mental que desespera a sus rivales.
A los 28 años, el barcelonés se sienta ya a la mesa de los grandes nombres del automovilismo americano. En su última carrera, no lo hizo solo: la suerte se subió a su coche rojo y amarillo. Pato O’Ward, único con opciones matemáticas de arrebatarle el título, vio cómo su McLaren empezaba a flaquear en la vuelta 15. El mexicano había liderado con solvencia desde la pole, pero un momento de carrera neutralizada y la parada en boxes lo relegaron al decimotercer lugar. Minutos después, sufrió una pérdida de potencia y su coche tuvo que dejarse pasar por el pelotón, lo que condujo a la imagen simbólica de sus mecánicos empujándolo por el pit lane. Ahí acabaron sus posibilidades y florecieron las de Palou.
Álex, quinto en la parrilla, ya no necesitaba arriesgar, pero tampoco sabe correr a medio gas. Un error muy cerca del final lo abonó al quinto puesto definitivo, ante lo que declaró: «Me fui a buscar setas», una frase habitual en la jerga de las carreras cuando se deja de pisar el asfalto. Palou no es el más agresivo en pista, pero sí el más constante, y sus rivales son conscientes. Christian Lundgaard lo verbalizó sin rodeos: «El dominio de Álex es superfrustrante. El día que comete un error, encuentra la forma de compensarlo».

Esa capacidad para minimizar daños y maximizar oportunidades es lo que lo ha convertido en tetracampeón en solo cinco años. En el palmarés histórico, solo Sébastien Bourdais, Mario Andretti y Dario Franchitti tienen también cuatro coronas. Por delante quedan los seis títulos de Scott Dixon, su compañero de equipo y mentor involuntario, y el récord casi mítico de A. J. Foyt con siete. Con la proyección actual, pensar que Palou pueda alcanzarlos ya no es un ejercicio de optimismo, sino de estadística.
Antes de Portland, las combinaciones eran casi infinitas. El sistema de puntos de la IndyCar reparte recompensas incluso por tomar la salida, lo que en la práctica ponía a Palou con un colchón irrompible salvo desastre mayúsculo. O’Ward lo sabía: ganar, sumar todos los bonus posibles y esperar que el español fallara en cadena era la única puerta abierta… y se cerró con la avería.
Palou no es un kamikaze de última vuelta ni un poleman compulsivo. Su fuerza está en otro lado: consistencia de martillo pilón, lectura impecable de las carreras y una frialdad que desactiva a rivales más rápidos en clasificación, pero menos completos en domingo. Will Power, veterano y dos veces campeón, lo resumió semanas atrás: «Para ganarle, solo hay una forma: sacarlo».
No es un elogio gratuito. En la IndyCar, donde los coches son más igualados que en casi cualquier otra categoría de monoplazas y las banderas amarillas pueden cambiarlo todo en segundos, sostener un rendimiento estable es una rareza estadística. Palou lo ha hecho tres años seguidos, y este 2025 ha añadido un cuarto título a un palmarés que ya pesa más que la copa que levantó en Portland.

El mexicano Pato O’Ward no se rindió sin pelea. Ganó dos carreras en julio, exprimió cada punto y cada bonus, y aun así se quedó corto. Lo admitió sin rodeos: «Aunque en las carreras pueden pasar muchas cosas, dependo de que ellos la fastidien… y no lo hacen». Esa es la barrera psicológica que Palou y Ganassi han levantado en el paddock: la certeza de que incluso un fin de semana gris para ellos puede acabar entre los cinco primeros.
La carrera de Palou hacia este punto no ha sido una autopista recta. Formado en el karting español y descubierto por Adrián Campos, pasó por campeonatos de monoplazas en Europa y Japón antes de aterrizar en la IndyCar en 2020. En su segunda temporada ya era campeón, y desde entonces solo ha soltado la corona un año, para recuperarla inmediatamente. Su llegada al Chip Ganassi Racing fue el punto de inflexión.
Un español haciendo ‘las Américas’
En Estados Unidos, donde el automovilismo convive con la cultura del espectáculo, Palou ha encontrado una forma de ganar sin ser necesariamente el más mediático. Sus celebraciones con donuts en meta, como en Portland, son la dosis justa de show para un piloto cuya mayor declaración sigue siendo su hoja de resultados.
Solo cinco pilotos en la historia de la IndyCar habían llegado hasta aquí. Para el automovilismo español, su gesta es un hito equiparable a los campeonatos de Fernando Alonso en Fórmula 1, aunque con un matiz: Palou está construyendo su imperio lejos de Europa, en una disciplina donde España nunca había tenido un referente.
Con el título ya en el bolsillo, Portland quedará como el día en que Álex Palou se convirtió en tetracampeón antes de tiempo; en que un fallo mecánico de su rival hizo visible lo invisible: que la temporada estaba decidida desde mucho antes, vuelta a vuelta, podio a podio. La IndyCar tiene nuevo rey, aunque el trono lleva el mismo nombre de los últimos tres años. Con cuatro coronas, ya piensa en la quinta.