Un periodista le preguntó a la salida del Stade de France tras ganar su equipo, el Real Madrid, su decimocuarta Champions: «¿Mister, por qué cae tan bien a todo el mundo además de a sus jugadores?» En su trabajoso español, un itañol muy suyo, respondió: «No lo sé. Tal vez porque me considero una buena persona». Y Carlo Ancelotti (Reggiolo, 1959) se marchó tranquilamente en compañía del director de comunicación del conjunto blanco. Eso es: tranquilamente, porque el entrenador italiano es sobre todo un hombre tranquilo y una buena persona. Lo aprendió de su padre, un modesto agricultor meridional que se dedicaba a la producción de queso. A Jorge Valdano, en su programa de televisión semanal, le confesó que él era feliz si el Real Madrid es feliz, pero que es consciente que la gloria es efímera y que un entrenador tiene que tener siempre preparadas las maletas. Es de los que prefiere marcharse antes que ser despedido, aunque en alguna ocasión le han enseñado la puerta de salida.
Florentino Pérez, el todopoderoso presidente del mejor equipo del mundo, le llamó hace un año para volver a dirigir el club una vez que Zinedine Zidane decidió no continuar. Él en ese momento vivía en Liverpool, en su segunda temporada con el Everton. Se sentía bien, sin grandes presiones, cómodo en la ciudad norteña británica pese al pésimo clima lluvioso con su querida segunda esposa, Mariann, una preparada analista financiera canadiense, de origen español, y con su hijo mayor Davide, al que últimamente lleva como segundo entrenador. Davide está ahora con él en el Madrid. Tiene dos hijos de corta edad con una actriz sevillana con la que contraerá matrimonio esta próxima semana. Es conocida la anécdota con Marianne. La encontró por primera vez en un restaurante londinense, cuando él entrenaba al Chelsea, sentada a una mesa acompañada de un amigo. «Un día tú serás mi prometida», le dijo ante el estupor del acompañante y el desconcierto de ella quien entre bromas contestó que la próxima vez se encargaría ella misma de traer el anillo de boda. Y así fue. Se casaron años después en Vancouver y desde entonces son inseparables. Con su primera esposa se divorció hace tiempo. Tuvieron dos hijos, Davide y una chica. Ella murió de cáncer hace justamente un año.
Cuando recibió la llamada de Florentino cuenta que no lo dudó. Al Madrid, confesó, nunca se le puede decir que no. Y eso que él sabía perfectamente que era segundo plato y que el poderoso presidente de ACS tenía a otros como favoritos. Pérez no se había portado muy bien la primera vez que entrenó durante dos temporadas al conjunto merengue. No le renovó al término de la segunda y eso que en la primera, en 2014, los blancos habían conquistado la Copa de Europa, la décima, frente al Atlético de Madrid en una final de infarto en Lisboa resuelta en la prórroga y con Zidane como segundo entrenador.
El fabuloso delantero marsellés era uno de los favoritos de Florentino, siempre claro está detrás de José Mourinho, la gran debilidad del presidente pese a que su pasado por el club generó más problemas que tranquilidad en el vestuario. Pérez obligó a Carletto a tener a Zinedine como asistente con la idea de que más pronto que tarde éste lo reemplazara. La relación entre ambos no fue mala, pero tampoco estrecha. Habían coincidido en la Juventus. Él de entrenador y Zidane de jugador. Nunca hubo demasiada química entre ambos.
Ancelotti se marchó en 2015 de Madrid triste y disgustado. No había ganado ninguna Liga, pero sí una memorable Copa del Rey durante la primera temporada. El vestuario quería que se quedara, pero el mandamás, tan veleidoso siempre, decidió que era necesario un recambio, dar un «nuevo impulso» al club y apostó por Rafa Benítez. Se repetía la escena pasada ocurrida con Vicente del Bosque. A los pocos meses, Florentino despidió a Rafa debido a la nefasta primera vuelta liguera de los blancos y puso a Zidane al frente como había sido siempre su deseo.
Cuando dejó el Madrid y Madrid, una de sus dos ciudades favoritas junto con Milán, Carletto se tomó un año sabático antes de ser contratado por el Bayern de Múnich. Escribió un libro de memorias donde con educación se lamentaba de la conducta arbitraria de Pérez. Prometió que pese a todo trataría de seguir viniendo a Madrid, ver partidos del Real porque había sacado abono de socio y continuar residiendo en un formidable ático en pleno centro madrileño con vistas al parque del Retiro. Él es hombre de ideas fijas. Ha regresado a la misma casa.
El máximo dirigente del club tenía cierto temor y aprensión de que Ancelotti fuera a decirle que no cuando le llamó el verano pasado para tomar de nuevo las riendas del conjunto. En esta ocasión Carletto exigió traerse a todo su equipo de colaboradores y a la cabeza de ellos a su hijo Davide, que incluso en una ocasión esta temporada sustituyó al padre en un partido después de que éste contrajera el covid.
Carlo Ancelotti ha roto todos los récords que pueda haber logrado un entrenador de fútbol. Ha conquistado el título en las cinco principales ligas europeas: Inglaterra, España, Italia, Alemania y Francia. Como entrenador ha ganado cuatro copas de Europa. Algo que ningún otro lo ha hecho. Tiene un currículo tanto como jugador como entrenador muy exitoso. Fue centrocampista internacional. Su etapa de gloria estuvo en el Milán de Arrigo Sacchi, el hombre que revolucionó el fútbol en los años ochenta con Van Basten y compañía y que tan malos recuerdos le trajo al Real Madrid. Carletto fue también entrenador de los rossoneri. Ha confesado que fue su mejor época de gloria. Conserva gran amistad con el entonces propietario del club, Silvio Belusconi, al que admira y vota como político. No estoy seguro de que eso sea un punto a su favor. Además de al Milan, la Juve y el Napoli ha entrenado al Chelsea, PSG, Madrid, Bayern y Everton cosechando títulos europeos y ligueros. De Múnich lo despidieron en la segunda temporada sus dirigentes. Tenía a tres o cuatro jugadores importantes en contra suyo.
Ancelotti confesó a Valdano en su programa de televisión que él relativiza bastante el mundo del fútbol. Le gusta entrenar, aunque a veces lo pasa mal en las vísperas o incluso durante un encuentro donde se le ve en la banda con un tubito de chicles que los engulle como si fueran píldoras. No tiene la obsesión de Pep Guardiola, al que admira y reconoce sus conocimientos. Es una persona muy humana, según confiesan los jugadores a los que ha entrenado. Habla con todos, justifica sus malas actuaciones y apaga fuegos en lugar de avivarlos como hacía Mourinho. De todos modos, cuando el equipo ha tenido una mala tarde y ha jugado pésimo no lo oculta. Así fue con la humillante derrota que le infligió esta temporada el Barça en el Bernabéu. No hubo excusas y supo que Florentino se revolvió en su poltrona y hasta se planteó que el bueno de Carletto no continuara al término de la temporada. Pero el equipo se enderezó, consiguió la Liga y ahora de un modo imprevisible, con tres remontadas históricas en el Bernabéu frente a PSG, Chelsea y Manchester City, su decimocuarta Copa de Europa frente al Liverpool, que partía de favorito.
Tiene sentido del humor Carletto incluso cuando levanta una de las cejas para mostrar perplejidad ante una pregunta sacada de tono. Bailoteó con las dos perlas brasileñas del equipo, Vinicius y Rodrygo, el día que ganaron anticipadamente la Liga y en el autobús camino de Cibeles se puso unas gafas negras como si fuera una estrella del rock y se dejó fotografiar con un enorme puro en la boca. Ancelotti seguro que sabe que los elogios son en el fútbol un tanto engañosos. Lo que hoy es gloria mañana es infierno. Los dirigentes hacen y deshacen en función de los resultados. Y la propia prensa deportiva, no pocas veces informando al dictado de lo que piensan los grandes mandarines del balón, contribuye a ensalzar o llevar a la hoguera a quien hace un instante consideraba que era la mejor persona del mundo y la más preparada.