«O rei» Vinícius, «el rey» Flick
«El Madrid de las grandes noches europeas regresó al campo con la mentalidad para cambiar los pitos por las palmas»
La seguridad en el fútbol equivale a un pestañeo, a una decisión del árbitro Marco Guida, en la senda de Babacan, a la reiteración en el error de Sorloth o a la dotación del submarino que inicia la inmersión convencida de que, como no va a entrar en combate porque no hay guerra, que sólo son unas maniobras, no va a sufrir percance alguno. Pero el sumergible no consigue salir a la superficie, como el K-141 Kursk durante el ejercicio naval en el mar de Barents, con 118 tripulantes a bordo, 118 víctimas mortales. Imposible predecir aquella tragedia. Imposible adivinar quién saldrá victorioso del enésimo «clásico» entre el Madrid y el Barcelona. Ambos tienen motivos para considerarse favoritos.
Escribo en la mañana del sábado 26 de octubre, horas antes de que hierva el Bernabéu, cuando ni siquiera los datos sugieren un triunfador. Los datos… Después de zanganear durante 45 minutos y entrar al vestuario en el descanso con un sonrojante 0-2 y alguna camiseta inmaculada, el Madrid de las grandes noches europeas regresó al campo con la mentalidad precisa para cambiar los pitos, que los hubo, por las palmas. Cuando la afición merengue detecta que su jugador no persigue balones imposibles, no se estrella contra las vallas publicitarias y no echa los higadillos, protesta: música de viento. Didí, el mejor futbolista del Mundial de 1958, también campeón en el 62, no se adaptó al frío español ni al juego del Madrid estelar. Cuenta la leyenda que Alfredo di Stéfano describió a Bernabéu una escena tan esclarecedora que no admitió réplica ni prórroga: «Don Santiago –le dijo–, entramos al vestuario cubiertos de sudor y barro, todos, excepto Didí, que vuelve como si no hubiera salido». Terminó la temporada y Waldir Pereira, el inventor de la «folha seca», regresó a su país, inadaptado.
Al grano. Que después de ver la remontada (5-2) del Madrid frente al Borussia Dortmund, subcampeón de Europa, de comprobar que Vinícius hoy por hoy está muy por encima de Mbappé y de asistir a otra de esas noches mágicas del Bernabéu, los enteros del equipo de Ancelotti volvieron a dispararse. En plena fiesta vikinga, el Barcelona recibió en Montjuic al Bayern Múnich, su «bestia negra», el del 2-8 con Messi en la contienda, y lo despachó con un 4-1 memorable, ocho chavales de La Masía y un fútbol de los que despiertan envidia, como las carreras de Vini. La percepción neutral, después de ver dos espectáculos extraordinarios, es que el seguidor culé se siente invencible y el madridista, aunque convencido del triunfo, se muestra más cauto, no sólo por los tres goles del renacido Raphinha, sino por el despliegue y la verticalidad azulgrana. Los sentimientos de ambas aficiones serían diferentes de haber invertido el orden de los partidos.
Hansi Flick llegó este verano al Barça con una idea que ha patentado y a la que no renuncia, pese a traspiés como el de Mónaco y Pamplona. La defensa en la línea divisoria, la presión alta, asfixiante, velocidad supersónica en la salida del balón, compromiso de los 11, trabajo estajanovista y solidaridad, y el tan cacareado ADN en la sala de trofeos: el dominio de la pelota fue alemán, 61-39. El venturoso Flick ha recuperado a Raphinha para la causa. Raphinha, que sigue en el equipo porque Laporta no consiguió convencer a Nico Williams para que cambiara de camiseta este verano. Incluso Ansu Fati empieza a jugar con cierta regularidad. El milagro no es la cantera, es Flick. A Falta de dinero, el club ha hecho de la necesidad virtud y el entrenador está construyendo un equipo apasionante. ¿Ganará el clásico del Bernabéu? La respuesta sólo es apta para forofos y se pueden equivocar.
Al finalizar el encuentro del martes, mientras los jugadores del Dortmund seguían buscando la estela de Vini, Emilio Butragueño, experto en frases lapidarias –«Florentino es un ser superior»–, reflexionó y dijo: «Vinícius me recuerda a Pelé». Las dos jugadas, la del segundo y la del tercer gol del brasileño, reverdecieron algunas hazañas de «O’Rei»; como determinadas acciones de Messi eran comparables a las de Maradona. Recorrer entre 70 y 80 metros con el balón pegado al pie y lebreles que le echaban el aliento en el cogote o le salían al paso, para culminar con un disparo raso y colocado desde fuera del área, obra de arte elaborada en el minuto 86, sólo está al alcance de los elegidos. Vinícius lo es. Y repitió en el 93. Apoteósico.
Para cualquier aficionado al fútbol, sin colores, el «clásico» se anunciaba como el mayor espectáculo del mundo. La fiabilidad de Ancelotti, campeón vigente de «Champions», Liga y «Supercopas», frente a la consistencia de Flick, ni un paso atrás, ni una palabra más alta que otra, sensato, educado y comedido, las ideas claras y el equipo tan atrevido contra el Bayern como frente al Sevilla. De una cosa podemos estar seguros (prácticamente), el partido no terminará con empate a cero. Estos dos entrenadores no son tan insensatos como Errejón, ni tan maleables, ni tan troleros; no necesitan ser autoritarios para que les obedezcan; el respeto es una de sus virtudes; no acosan, no «escrachean», como el citado Errejón y Pablo Iglesias a Rosa Díez. Son gente normal, con el sello de excelencia en lo suyo. Juegan con lo mejor que tienen, sin impostar ni ocultar bazas porque no es necesario, y confiados en el talento de sus respectivas plantillas: Carletto, con «O’Rei» Vinicius, su inminente «Balón de Oro»; «El Rei» Hansi, con Lamine Yamal, su futuro «Balón de Oro». Motivos suficientes para ilusionarse con un encuentro futbolístico. Seguro que merece la pena esperar.