Más nieve, más propaganda, más gasto
Los JJOO de Beijing 2022 cierra el ciclo (o, más bien, marrón) olímpico del coronavirus con un estilo diametralmente opuesto al de su apertura, Tokio 2020
Después de que el barón de Coubertin recicló para los ideales ilustrados (más o menos masónicos) el invento griego de los Juegos Olímpicos, nos vendieron aquella santísima trinidad del citius, altius, fortius (más rápido, más alto, más fuerte): la meritocracia deportiva como un valor en sí mismo. Siglo y pico más tarde, el capitalismo ya no disimula y, aunque sigue apareciendo algún que otro latinajo junto a los logos de Nike o Adidas, por ejemplo, a nadie le escandaliza ya la evidencia del nuevo triángulo divino: la hipotenusa del deporte (como espectáculo de masas, ojo) toma cuerpo gracias a los catetos de la economía y la política. En el último ciclo olímpico, que culminó ayer con la ceremonia de clausura de los juegos de invierno de Beijing 2022, el coronavirus ha añadido un ángulo de tonalidades digamos que amarronadas. Dudosa fortuna con la que tuvieron que lidiar las dos grandes potencias rivales de Extremo Oriente: comenzó con los juegos de verano de Tokio 2020, que terminaron celebrándose (es un decir) el año pasado. Una misma hipotenusa (aunque los realmente importantes sean los juegos de verano, el tono olímpico viene a ser el mismo) revela las enormes diferencias en el tratamiento de los catetos.
Según fuentes oficiales chinas, el coste de Beijing 2022 ha sido el más barato de la historia, unos 3.900 millones de dólares. Sin embargo, los medios especializados denuncian la opacidad de las cifras y hacen sus propios cálculos. Insider, por ejemplo, habla de casi diez veces más, hasta 38.500 millones. Menos dramáticos, desde el Financial Times hablan de, «al menos 8.800 millones». Solo los costes de construcción o actualización de una docena de instalaciones habrían doblado el presupuesto inicial. Aunque el Gobierno chino no suelta prenda, en el FT se han tomado la molestia de revisar por su cuenta documentos de licitaciones y adquisiciones, y han llegado a la conclusión de que, en realidad, los funcionarios chinos no han reparado en gastos de infraestructuras, por no hablar de los extras en seguridad por la sexta ola de la pandemia. Pero el gasto más simbólico quizá sea el milagro comunista-capitalista de la nieve y los dólares: unos 120 millones de estos últimos ha costado construir un sistema para trocar el agua en la nieve (muy) artificial que necesitaba la sede del esquí en Yanqing, a unos 90 kilómetros (se ve que no lo suficientemente) al norte de Beijing.
Precisamente a finales del año pasado, solo un par de meses antes del bonito despilfarro chino, los organizadores de Tokio 2020, hicieron pública una revisión del coste del evento, incluida la versión paralímpica. Resulta que, con todos los papeles bien leídos y releídos, no costó los 15.400 millones de dólares que se dijo al hacer balance, sino…. 13.600 millones. O sea, 1.800 millones menos. Según los organizadores, se ha raspado en la revisión de los contratos al celebrarse el evento sin espectadores. Buena noticia para los japoneses, que se mostraron en su gran mayoría contrarios a los juegos, con manifestaciones, recogidas de cientos de miles de firmas y todo tipo de muestras de descontento. Los políticos, sin embargo, apechugaron con el compromiso internacional adquirido y se tragaron el bonito marrón. El primer ministro, Yoshihide Suga, aguantó con el estoicismo propio de un samurái el chaparrón y sólo unos días después de la ceremonia de clausura, con la popularidad por los suelos, renunció, pasando el testigo a Fumio Kishida, su colega en el partido Liberal Democrático.
El Partido Comunista de China no es liberal ni democrático. Parece poco probable que Xi Jinping dimita tras Beijing 2022
El Partido Comunista de China no es liberal ni democrático. Parece poco probable que Xi Jinping dimita tras Beijing 2022. Como explica Keith Bradsher, el ganador del Premio Pullitzer que ejerce de corresponsal en Shanghai para The New York Times, «para China, albergar los Juegos Olímpicos compensa cada millón». Comienza conciliador (el oficio de corresponsal en la República Popular no debe de ser sencillo) reconociendo que el Gobierno chino lleva ya tiempo confiando en las grandes inversiones en infraestructuras como las líneas de ferrocarril o las carreteras «para proporcionar millones de empleos y reducir los costes del transporte»; además, con los Juegos «también esperan alimentar un duradero interés en el esquí, el curling, el hockey y otros deportes de invierno, lo que podría aumentar el consumo, especialmente en una zona como el noreste, fría y con problemas económicos». Pero tampoco se engaña. Artículo adentro, Bradsher arranca de verdad: «Quizá lo más importante de todo para el líder de China, Xi Jinping, sea que los Juegos son una oportunidad de demostrar al mundo la unidad y confianza del país bajo su liderazgo».
Los riesgos de competir en China
La economía china no termina de carburar últimamente. No, al menos, al ritmo que solía. Y justo cuando se está disputando, entre bambalinas, la guerra decisiva del futuro global inmediato, la del 5G. Días antes de comenzar los Juegos, Forbes publicó que el comité olímpico de Estados Unidos había advertido a sus deportistas sobre los riesgos de usar tecnología conectada en Beijing, e incluso les aconsejaba llevar teléfonos prepago desechables para preservar su privacidad y seguridad ante el Gobierno chino. Alguna mente maliciosa podría pensar en una filtración interesada desde los despachos de Washington para lanzar un mensaje al mundo…
El caso es que la venganza ha llegado en el plano deportivo. La nueva superestrella del deporte chino se llama Eileen Gu, ganadora a sus 18 años de tres medallas (dos de oro) en esquí acrobático. Nacida en San Francisco (¡en pleno Silicon Valley!) de padre estadounidense y madre china, su bello rostro la había convertido ya en un icono publicitario de la industria del lujo. Aunque ha manifestado que no renuncia a su nacionalidad estadounidense, decidió competir por la matria, que dirían los y las y les (¿también?) comunistas de Unidas Podemos.
Un camino parecido inició la patinadora Beverly Zhu. Nació hace solo un año más que Gu, y un poco más al norte, en Los Ángeles, a donde había emigrado su familia. Su padre consiguió hacerse un nombre como profesor de informática en la Universidad de California y volvió a su país, fichado a bombo y platillo por la Universidad de Pekín. En 2018, con los Juegos en el horizonte, Beverly se cambió el nombre por el más chino de Yi y soltó la bomba: competiría por China. Parecía la jugada perfecta, pero le pudo la presión. En los momentos decisivos de la competición cayó por los suelos y rompió a llorar. La reacción de la ciudadanía china no tuvo mucho de compasión budista, respeto confuciano o sororidad progresista: Zhu dejó de ser Yi y a Beverly le cayó la del pulpo desde las activas (y, para otras cosas, muy censuradas) redes sociales chinas. Las perdedoras no representan la nueva China. Sí lo hace la guapa y ganadora Eileen Gu, que según Insider se levantó el año pasado 31.4 millones de dólares solo en patrocinio y márketing. Algún mal pensado podría decir que Insider es una publicación estadounidense, pero la fuente de su información es CBN Data, una consultora de Shanghai. Y, si quieren seguir siéndolo, las empresas chinas no dicen nada que no le apetezca escuchar al Partido (el único en China, no hace falta poner lo de Comunista… y además me da la risa, ya comprenderá).