El Rey Sol PSG, los fondos (soberanos y no) y el olor de la guillotina
La liga francesa ultima un acuerdo con fondos de inversión mientras los aficionados parisinos piden la cabeza del catarí Al-Khelaifi
En Francia, la guillotina, además de un objeto (peligrosamente) afilado, es un arquetipo. O sea, un vehículo simbólico para viajar por los atajos del inconsciente más o menos colectivo (según te creas a Jung). Si rascas un poco en la historia y desconchas la prosopopeya francesa, te das cuenta de que la Ilustración en realidad se coció en las islas británicas; los franceses le añadieron poco más que retórica y… eso: la guillotina. Dos siglos después, pocos vehículos transitan el inconsciente (en más de un sentido) colectivo como el fútbol. Un poco menos cruento que la guillotina, más lucrativa quizá. En Francia, y petrodólares mediante, ha encarnado una nueva manifestación de la aristocracia global del dinero. El PSG es un club de superioridad aplastante en la competición nacional, la Ligue 1; el resto queda como mera comparsa. A cambio, reciben un poco más de atención por el resto del mundo, básicamente en el par de partidos al año que juegan contra el PSG. ¿Suficiente compensación para la evidencia humillante de su condición de miserable, que diría Víctor Hugo? ¿Recuerdan la que se lió cuando trascendió que Mbappé le había llamado clochard (literalmente, un sintecho; coloquialmente, un mierda, un pringado) a Neymar porque no le pasaba la pelota? Se ve que es un término afín a los (muy superiores) jugadores del PSG.
Con el arquetipo aristocrático ya cómodamente alojado en el cuerpo del PSG, y el resto de clubes franceses resignados a recoger sus migajas, llegó el coronavirus. Como en el resto del fútbol continental, a los clubes franceses comenzaron a vérseles las grietas financieras. En España, nuestra patronal, LaLiga de Javier Tebas, buscó una solución acorde a los tiempos: los fondos de inversión. En concreto, llegó a un acuerdo con el fondo británico CVC: casi 2.000 millones de euros contantes y sonantes a cambio del 8,2% de los beneficios por la comercialización de la competición durante medio siglo. Una hipoteca bien larga que aprobaron 37 de los 42 clubes de Primera y Segunda que componen el fútbol profesional de nuestro país. Uno se abstuvo y tres votaron en contra: Athlétic de Bilbao, Ibiza y, sobre todo, los dos grandes: Real Madrid y FC Barcelona no quieren ceder tanto poder durante tanto tiempo. El Barça, que sí que tiene verdaderas urgencias financieras, en realidad coquetea. Parte del acuerdo consistía en que la mayor parte de la inversión debería ir a parar a infraestructura, crecimiento y cosas así, no a fichajes ni a… sueldos. Justo, esto último, lo que le arde al Barça. Todo es negociable. Veremos. Quien realmente queda al frente de la resistencia es, por lo tanto, el Real Madrid. Otra vez la pugna entre Florentino y Tebas.
En Francia han decidido seguir este modelo, pero de momento el PSG, equivalente al Real Madrid, no se ha manifestado en contra. Están en otra liga, casi literalmente. Aunque queda mucha tela que cortar. La semana pasada se cerró el plazo de ofertas de entrada en la Ligue 1. Además de CVC, que parece en plena forma y quiere doblete, han entrado en competición Silver Lake, Hellman & Friedman y Oaktree. Habrá que esperar hasta finales de abril para conocer los detalles –después de las elecciones presidenciales francesas–, pero parece que el montante para los clubes franceses es algo menor que en España, ya que rondará 1.500 millones de euros, pero se limita a la comercialización de los derechos audiovisuales. No está mal, pero a repartir entre todos los equipos de la Ligue de Football Professionnel (equivalente francés a LaLiga) no da para igualar mucho las cosas: según Transfermarket, el PSG tiene un valor de mercado de 909 millones de euros; le siguen Mónaco (352) y Olympique de Lyon (316), y el resto no llega a los 300.
El truco del PSG, que hasta la década pasada apenas llegaba a tercer o cuarto club más importante del país, está en un fondo… muy especial. El de Qatar Investment Authority (QIA), que aterrizó en el PSG en 2011 es lo que se denomina fondo soberano, es decir, constituido con dinero de un Estado, que lo gestiona. En Catar, Estado es sinónimo de familia. Sin partidos políticos (ni para disimular: la Constitución, directamente, no los contempla), los Al Thani gobiernan más o menos como solía Luis XIV en Francia. El emir Al Thani de turno hace lo que le parece oportuno. Que es mucho, porque tiene mucho dinero gracias a las ingentes cantidades de petróleo que bendicen su pequeño territorio. Entre todas esas cosas que puede hacer, en 2011 se compró el PSG y puso al frente a un amigo suyo, Nasser Al-Khelaifi, que conoció en clases de tenis cuando era un niño. Literal, es una historia ya muy contada y nadie se molesta en esconderla: la lógica dice que el emir da el poder a la gente de su confianza. Y punto. Al-Khelaifi se puso entonces a gastar. En una década lleva 1.300 millones de euros en fichajes, con el pico de los 222 millones de Neymar. En la Ligue 1, por supuesto, arrasa, pero la Champions League… Ah, amigo. El emir todavía está esperando. Y lo del Bernabéu del otro día, con Mbappé, Messi y Neymar juntos, ya fue demasiado.
Zozobras del Rey Sol PSG
La analogía solar entre el emir de Catar y Luis XIV tiene, por supuesto, grietas insalvables. Pero juguemos un poco. El sobrenombre de Rey Sol –todo el país giraba a su alrededor- le cayó a Luis XIV por los desagües protonacionales del Renacimiento en la segunda mitad del siglo XVI, y el concepto lo copiaron con algún matiz técnico las monarquías del Golfo Pérsico desde las fuentes energéticas de la segunda mitad del siglo XX. Los luises franceses unieron placer, estética y diversificación inversora con activos tan interesantes como el Palacio de Versalles. La monarquía catarí ha hecho algo parecido con, por ejemplo, el PSG. Deslizándonos un poco (a lo mejor demasiado) por el paralelismo, los historiadores consideran una de las causas inmediatas de la caída de la monarquía absoluta francesa la crisis financiera de la década de 1780, y algunos creen que esta no se hubiera producido sin los dispendios de la guerra contra los ingleses. Ay, la Champions…
En cualquier caso, la chispa de la revolución surgió de dentro, de esos miserables de los que hablábamos. Sí, el tan famoso (ahora por otras cuestiones) cuadro de Delacroix. Aquí saltan al primer plano personajes como la reina María Antonieta, con frases tan poco afortunadas como aquella de «que coman pasteles» cuando le dijeron que su pueblo no tenía pan (si realmente lo dijo es lo de menos, la cuestión es la actitud). Seguimos deslizándonos y nos encontramos con la ira de Al-Khelaifi en el Bernabéu. Parece que él sí que le dijo a un empleado del Madrid que lo iba a matar. Y no era la primera vez que se enfrentaba a un árbitro de la UEFA al más puro estilo María Antonieta.
Quizá consideraba que se lo debían: cuando Florentino Pérez llamó a la insurrección con la idea de Superliga, el PSG se alineó con los oficialistas, los clubes que prefieren seguir con la tradicional evolución de la Copa de Europa. Y no era la primera vez que el absolutismo catarí se alineaba con el poder establecido del fútbol, algunas veces de forma bastante más oscura. Vuelve a estar de actualidad, por ejemplo, el escándalo bautizado como Fifagate, un popurrí en el que están implicados el imperio mediático Bein (catarí), la anterior jerarquía de la FIFA y los derechos televisivos del Mundial, que se celebran las próximas Navidades en Catar. Un bonito pastel que, según publicó The Times, la actual junta de la FIFA (la anterior cayó por este y otros muchos escándalos) decidió olvidar tras una donación… catarí. No contaban con la fiscalía suiza, últimamente menos flexible y/o propicia a las donaciones, que acaba de reabrir el prometedor caso.
El cada vez mayor celo de fiscalías tradicionalmente refractarias a enmarronar a multimillonarios parece parte de una tendencia al alza. La guerra de Ucrania ha sido el colofón. La opinión pública empieza a cansarse de que los sátrapas hagan lo que les dé la gana. No hace mucho, las monarquías del Golfo atizaron sin muchos miramientos a los yemeníes. Salió en el telediario y tal, pero lo de los rusos ha elevado la temperatura. Los ucranianos tienen frontera con la UE (¡nosotros!) y… sí, nos guste más o menos admitirlo, son rubios. Algunos incluso con los ojos azules. Ergo, a los oligarcas rusos les están quitando los yates y los clubes de fútbol, entre otras cosas. La Premier League dice que mirará con lupa a un futuro comprador del Chelsea, por ejemplo. A ver, la lupa ya la tenían: la Premier tiene un mecanismo de «filtrado», un proceso de admisión que tiene que pasar quien quiera pertenecer a su exclusivo club. Lo que quieren decir, supongo, es que ahora han graduado mejor la lupa… Cuestiones interesantes que se derivan: ¿expurgarán solo oligarcas rusos o habrá extrapolaciones geoestéticas? ¿Imitarán otras ligas de fútbol europeas a la inglesa? ¿Y las instituciones trasnacionales, digamos la Fifa o la Uefa?
Mientras, el pueblo bulle. Ayer, en el partido de liga del PSG en París ante el Girondins de Burdeos, la afición pidió la dimisión de Al-Khelaifi, su rey mago particular. El Girondins, triste colista (los girondinos siempre pierden, pero esa es otra historia), no puso mucha resistencia y el PSG marcó una buena ración de boles. O pasteles, que diría María Antonieta…