La petronieve, el último capricho del 'deporte' árabe
Arabia Saudí quiere organizar unos juegos asiáticos de invierno en 2029 creando una estación alpina en el desierto como parte del proyecto NEOM, que costará 500.000 millones de dólares
«Nadie quería jugar al fútbol con Muhammad bin Salman», alias MSB. Así empieza la radiografía del actual líder de Arabia Saudí en The Economist. «MSB: déspota en el desierto», titula Nicolas Pelham sin piedad. Según él, sus compañeros de clase preferían la compañía de sus primos porque tenían más posibilidades de acceder al trono. Al parecer, un amigo de la familia (anónimo, por aquello de mantener la cabeza unida al resto del cuerpo) recuerda que le llamaban el pequeño Saddam. Sea como fuere, ahora MBS puede jugar a lo que le dé la gana con quien le dé la gana. Para eso tiene los petrodólares de su fondo de inversión soberano, que ya compró el Newcastle de la Premier League, se aseguró de que los mejores golfistas participaran en su Superliga LIV y llevó la Fórmula 1 a Yeda, su ciudad natal, por ejemplo. Pero a MSB, ya amado (qué remedio) por todos sus compatriotas, le empezó a dar envidia de los vecinos. El emir de Catar no solo tiene el PSG, donde colecciona megaestrellas como Messi, Neymar y Mbappé. Además, se las ha arreglado para organizar un Mundial y, como por allí hace mucho calor, ha destrozado una tradición sagrada del fútbol (tal como lo conocíamos) para que el evento se juegue en invierno. Eso ya era demasiado. MSB debió decir entonces aquello de sujétame el… té (aunque es sobradamente conocido que los intolerantes clérigos wahabitas no lo son tanto con la familia Saud) y decidió organizar unos juegos de invierno en su país, donde la temperatura media ronda los 40 grados centígrados en verano y raramente baja de los 10 en invierno. ¿Cómo? La respuesta es sencilla: con dinero, mucho dinero.
La semana pasada la Agencia de Prensa Saudí hizo público que el comité olímpico de Arabia Saudí ha anunciado su candidatura para acoger los Juegos Asiáticos de Invierno de 2029. Cuenta Al Arabiya que las autoridades están pujando para que los juegos se celebren en el proyecto TROJENA, «una ambiciosa visión para un complejo turístico de montaña en el noroeste del país». Más de 30 países competirían en pruebas como esquí alpino, hockey sobre hielo, biatlón, o patinaje artístico. Los planes de TROJENA incluyen «una pista de esquí al aire libre, creada mediante la proyección de nieve artificial en las montañas», y Arabia Saudí prevé que el proyecto «supondrá un aumento de 798 millones de dólares en el PIB saudí de aquí a 2030». La idea es que «unas 7.000 personas vivan permanentemente en TROJENA» y, sobre todo, que «700.000 turistas la visiten cada año una vez que el proyecto esté terminado».
El complejo de montaña formará parte de la megaciudad NEOM, un proyecto de 500.000 millones de dólares que se está construyendo actualmente en la costa del Mar Rojo. Al Arabiya asegura que la región montañosa de Tabuk, donde Arabia Saudí está construyendo NEOM, «es una de las pocas zonas del país en las que cae algo de nieve durante los meses de invierno». Según Meteored, ayer la temperatura en la ciudad de Tabuk, capital de la región, osciló entre los 43 y los 27 grados. Al Arabiya reconoce que «los deportes de invierno no suelen asociarse con el reino del desierto, pero Arabia Saudí envió su primer equipo olímpico de invierno a los juegos de Pekín en febrero. Fayik Abdi compitió en el eslalon gigante masculino y quedó en el puesto 44». Bien por él. La nota termina con unas declaraciones del presidente del Comité Olímpico y Paralímpico saudí, el Príncipe Abdulaziz bin Turki, que elogió el «apoyo generoso y sin precedentes del que gozan todos los sectores en general y el sector deportivo, en particular, por nuestro sabio liderazgo y el seguimiento y la atención de Su Alteza, el Príncipe Heredero». Al Arabiya es el grupo mediático que Arabia Saudí se inventó en 2003 para competir con el catarí Al Jazeera por la primacía en la comunicación del mundo islámico. Hugh Miles lo explica con detalle en The Guardian.
El Príncipe Heredero, nuestro MSB, quiere parecer moderno. Que le reconozcan por las tres iniciales ya es un paso. Algo así como CR7. Pelham explica que, en los últimos tiempos, incluso «parecía disfrutar rompiendo los tabúes religiosos. Su nuevo canal de televisión estatal abordó el tema de la homosexualidad. En septiembre de 2017 levantó la prohibición de Tinder, una aplicación de citas. Al año siguiente, obligó a uno de los imanes de La Meca a repartir la primera baraja en una nueva competición de juegos de cartas, un pasatiempo hasta entonces denunciado como una distracción pecaminosa». Los deportes, por supuesto, se convirtieron en una fabulosa autopista a la modernidad: «Trajo muchos nuevos deportes al reino: boxeo, lucha libre, deportes de motor para 4×4 e incluso un encierro al estilo de Pamplona. ‘Es una puta estrella del rock’, dijo un espectador estadounidense que le había visto recibir una gran ovación en la carrera de Fórmula 1 en Yeda». Por no hablar de otros vicios menos acordes con el Corán: «Para los extranjeros, Riad es menos prohibitiva estos días. ‘Tengo miedo de que me pillen por no beber’, me dijo un empresario abstemio. ‘Hay cocaína, alcohol y prostitutas como no he visto en el sur de California’, dice otro fiestero. ‘Es algo realmente fuerte’. Un ex alto funcionario saudí dice que las trabajadoras del sexo, muchas de ellas procedentes de Europa del Este, pueden ganar 3.000 dólares por asistir a una fiesta y 10.000 por pasar la noche».
Por supuesto, hay sitios más permisivos que otros. Y Neom se va a llevar la palma. «Operaremos como una zona económica al margen, con sus propias leyes e impuestos, especialmente creados para impulsar el crecimiento y la riqueza de la región, sus residentes y los inversores», dice la web oficial del proyecto. MSB parece tener en mente el modelo de las Zonas Económicas Especiales que ayudaron a China a despegar. ¿Una Arabia Saudí de dos velocidades? Algo solo al alcance de un régimen que no permita protestar a los que queden en la zona más, digamos, lenta. «Abrazar la cultura de consumo occidental no significa abrazar los valores democráticos occidentales: puede apoyar con la misma facilidad un estado distintivamente moderno y de vigilancia», matiza Pelham. «En mis recientes viajes a Arabia Saudí, personas de todos los niveles de la sociedad parecían aterrorizadas ante la posibilidad de que se les oyera faltar al respeto o criticar, algo que nunca había visto allí», en la época en que «Occidente, seducido por las promesas de cambio y dependiente del petróleo saudí, parecía dispuesto a ignorar los excesos de MBS».
Pero, a finales de 2018, unos torpes funcionarios públicos saudíes dejaron rastro del asesinato en Estambul de todo un columnista de The Washington Post, Jamal Khashoggi, al que desmembraron y enterraron nadie quiere saber dónde. El asunto saltó a la prensa y la comunidad internacional no pudo mirar para otro lado. MBS adquirió la condición oficial de apestado. Entonces llegó Putin, el precio del petróleo se desbocó y el mismísimo Joe Biden, que en su campaña electoral de hace solo un par de años prometió hacer de Arabia Saudí un «paria» (sic), se reunió con MBS hace un par de semanas. El Príncipe no tuvo que correr detrás de él en los pasillos de un país remoto, cual el muy progresista Pedro Sánchez. No, fue Biden el que se desplazó al palacio de Su Alteza en Yeda, foto chocando puñitos incluida. Pelham considera que, «para MBS, este es un momento de triunfo. Su viaje desde los márgenes de una fotografía hasta el corazón del poder está casi completado. Probablemente será rey por décadas. Durante ese tiempo, el petróleo de su país será necesario para saciar la permanente demanda de energía del mundo».
Solo hay un problema. La paradoja del poder. Al parecer, cuando acumulas demasiado, la información comienza a llegarte distorsionada. Sobre todo, si se divulga que desmiembras con una sierra eléctrica a los informadores que no te gustan. Nadie se atreve a decirle al futuro (y, de hecho, actual) rey de Arabia Saudí que está desnudo. Según Pelham, los trabajadores extranjeros contratados para el proyecto NEOM lo están abandonando porque «encuentran la brecha entre las expectativas y la realidad muy estresante». Incluso «sus amigos dicen que el director de NEOM está ‘aterrorizado’ por la falta de progreso». Pero, oficialmente, si el pequeño Muhammad quiere esquiar en el desierto, lo hará. Y rodeado de amiguitos de todo el mundo.