¿Y si la inteligencia artificial se levanta una mañana y decide acabar con la humanidad?
ChatGPT tiende a cometer errores flagrantes, pero cuando un expresidente de Mensa lo sometió a un test, arrojó 147 puntos, el cociente de un superdotado
En una de sus últimas entradas para el blog Marginal Revolution, el prestigioso economista Tyler Cowen se manifiesta escéptico sobre la evolución de la inteligencia artificial (IA). Duda mucho de que desarrolle alguna vez esa «voz interior» que caracteriza a los humanos y de que, por tanto, despliegue una agenda propia que entre en colisión con la nuestra.
Quienes opinan lo contrario, argumenta, son «conductistas en todo menos el nombre»: sostienen que si la IA hace cosas inteligentes, entonces tiene que ser inteligente, y no es verdad. Siguen existiendo «enormes diferencias» entre una red neuronal y nuestra mente.
«No comprendemos (al menos, yo no comprendo)», reconoce Cowen, «cómo surgió o evolucionó la conciencia». Y si nosotros no lo comprendemos, ¿cómo vamos a enseñárselo a una máquina? No hay, en suma, «ninguna evidencia» de que la IA pueda cobrar conciencia propia y, por tanto, «se levante una mañana y decida acabar con todos nosotros».
Pero, ¿y si sí?
¿Cómo de lista es la inteligencia artificial?
Los llamados modelos de lenguaje (o LLM, por sus siglas en inglés) ya nos han superado en al menos un ámbito.
ChatGPT, la versión que OpenAI lanzó en noviembre del año pasado, «ganó más de 100 millones de usuarios en sus dos primeros meses», explica el investigador de la Universidad de Virgina Anton Korinek, «y se calcula que genera cada 14 días un volumen editorial equivalente a todas las obras impresas de la historia».
La calidad de lo producido es otro cantar, como ya hemos denunciado aquí.
«Los LLM actuales», sigue Korinek, «redactan con un estilo que suena muy resuelto incluso cuando alucinan, o sea, cuando se inventan lo que dicen». Entre los humanos se da una estrecha correlación entre la seguridad en la forma y la perspicacia del fondo, pero «los LLM han aprendido a dominar la primera antes de ser fiables en la segunda».
Tampoco subestimemos, sin embargo, su capacidad.
Dada su propensión a «alucinar» y cometer «errores flagrantes», es fácil despreciarlos, pero «un antiguo presidente de Mensa Internacional asegura que ChatGPT obtuvo un cociente intelectual de 147 puntos en un test de capacidad verbal». Para que pongan el dato en contexto, el de Albert Einstein rondaba los 160 y la Organización Mundial de la Salud considera que se es un superdotado a partir de los 130.
David Ricardo nos da unos pocos ánimos…
Ante el actual estado de cosas, lo más constructivo es aplicar la teoría de la ventaja comparativa y repartirnos las tareas como gente civilizada.
Los LLM son, por ejemplo, muy buenos sintetizando textos, editándolos y titulándolos. También resultan mucho más eficientes que nosotros buscando y resumiendo bibliografías, traduciendo y aclarando conceptos. Pueden, finalmente, escribir código y comienzan a mostrar ciertas capacidades matemáticas.
«Todo esto», dice Korinek, «crea el espacio para una colaboración productiva».
Mientras el ordenador se centra en estas labores de asistente, nosotros podemos dedicarnos a plantear las preguntas, sugerir las hipótesis y analizar las conclusiones para desechar las útiles de las inútiles.
Pero no hay que descartar que, con el tiempo, el asistente virtual «se gradúe y convierta él mismo en investigador».
…Y Garry Kasparov nos los quita
La experiencia del ajedrez no resulta tranquilizadora.
Los responsables de los primeros programas se dedicaban a alimentarlos con la sabiduría acumulada en cientos de miles de partidas. Esta estrategia funcionaba bien al principio, pero llegó un momento en que el progreso se interrumpió y optaron por dejar que aprendieran por su cuenta.
Así nació AlphaZero, que tardó 24 horas en derrotar a todas las computadoras del planeta (y, por supuesto, a todas las personas).
«Miles de años de dominio humano, unas décadas de competencia débil, unos años de lucha por la supremacía y, después, se acabó el juego». Así resume Garry Kasparov el breve pulso que nuestra especie mantuvo con la máquina por la supremacía en el ajedrez. Y concluye: «Es preferible ir buscando alternativas e impulsar el cambio, en lugar de resistirnos y aferrarnos al moribundo statu quo».
Asumámoslo. La IA acabará por dejarnos atrás, como hace en Her Samantha/Scarlett Johansson con Theodore/Joaquin Phoenix.
De lo que se trata ahora es de que sus objetivos sigan alineados con los nuestros y, como dice Cowen, no se levante una mañana y decida acabar con nosotros. Si lo conseguimos, habremos hecho realidad el viejo sueño de Arthur C. Clarke: la sociedad del pleno desempleo, en la que los robots trabajan y nosotros holgamos.