¿Está la burbuja de la IA lista para estallar?
Nadie duda de que será un elemento nuclear de la economía, pero el recuerdo del entusiasmo puntocom plantea dudas
¡Que viene la IA! ¡La IA nos va a quitar el trabajo! ¡La IA nos va a liberar del trabajo! ¡La IA nos va a esclavizar y utilizará nuestra sangre para engrasar sus circuitos! ¡La IA nos descubrirá la fórmula de la vida eterna y la felicidad infinita!
Las piruetas de ChatGPT y familia nos han desatado una obsesión muy humana, entre el apocalipsis y el entusiasmo irracional, con películas como The Creator empantanándonos el imaginario colectivo. Pero mientras se resuelve el asunto de su bondad o malignidad, en las plazas económicas, el grito es unánime: ¡Nos vamos a forrar!
O no.
Al menos no tanto como pudiera parecer. Ya pasó con Internet. Efectivamente, al final resultó que sí que daba dinero. De hecho, el top 10 de multimillonarios del mundo está trufado de tipos que pueden dar fe de ello. Pero hubo un momento, allá por 2001 concretamente, en que buena parte del tinglado internáutico nos empezó a oler un poco a timo de la estampita.
La euforia por el invento llevó a una burbuja (puntocom, se la llamó, con bastante sorna, por la coletilla de las direcciones en internet de las empresas «milagro» que la protagonizaron) que terminó estallándole en las narices inversoras a más de uno. Miguel Ors ya explicó por aquí cómo va esto de las burbujas. Su conclusión es demoledora: «Si supiéramos qué controles impiden las crisis financieras, ya los habríamos habilitado».
Cierto, y comprobado empíricamente en el espinazo de nuestras economías una y otra vez. El petardazo acaba llegando, pero por lo menos podemos ir sondeando cómo va la mecha y cuantos kilotones se van acumulando en el cacharro.
Este verano, DWS dio unas cuantas pista con uno de sus gráficos analíticos. Gente concienzuda en su doble condición de gestores de activos y alemanes, titularon el informe más bien a la gallega: «IA: ¿Auge, caída o aumento sostenido de beneficios?»
Pues depende.
La miga está en averiguar de qué depende… o puede depender (doblamos el galleguismo). Explican desde DWS que, a pesar de los beneficios mixtos en el sector tecnológico en las últimas semanas analizadas, el selectivo ad hoc de la bolsa, el NASDAQ 100, seguía subiendo un 42.2% en lo que iba del año, alcanzando un máximo histórico de 15.860 puntos a finales de julio.
Mientras tanto, matizaban, algunos de sus integrantes estaban operando a ratios precio-beneficios históricamente altas, «algunos de ellos incluso por encima de 200, impulsados principalmente por la emoción en torno a la inteligencia artificial».
Y aquí el hachazo: «Con valoraciones tan vertiginosas, es difícil no pensar en ciertos paralelismos con el entusiasmo tecnológico de finales del milenio».
Estos paralelismos, aunque superficiales, pueden resultar engañosos, concedían: «Históricamente, es relativamente común encontrar ratios precio-beneficio altas en acciones tecnológicas de áreas novedosas, sobre todo, dado el considerable potencial de crecimiento que tales empresas podrían ofrecer». Ya lo explicaron Keneth y Philip Ficker en Common Stocks and Uncommon Profits and Other Writings.
Pero… las altas ratios precio-beneficios solo están justificadas si, y cuando, el crecimiento esperado en los beneficios finalmente se materializa. Y en DWS enarbolan un gráfico fundamental al respecto: ilustra las ratios precio-beneficios y los beneficios por acción del NASDAQ 100, con fuerte presencia de empresas tecnológicas, durante los últimos 10 años.
«Los múltiplos de los beneficios están muy por encima de las medias históricas, lo que sugiere expectativas de un fuerte crecimiento futuro. Sin embargo, el múltiplo de 35 veces los beneficios del Nasdaq 100 sigue estando muy por debajo de su máximo histórico de más de 110 (!) alcanzado durante el pico del auge de las puntocom», advierten.
Al mismo tiempo, añaden, las expectativas de beneficios han estado aumentando recientemente, lo que sugiere que el actual repunte está impulsado principalmente por las expectativas de un aumento en los beneficios en los próximos trimestres.
La comparación con la era de la Web 2.0
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Acuden, por lo tanto, a otro caladero comparativo más actualizada: la era de las Web 2.0 a mediados de la primera década de este siglo, y concluyen que «está claro que la IA ciertamente tiene el potencial para mejorar el crecimiento de la productividad. Investigaciones recientes de McKinsey estiman que la IA generativa podría añadir el equivalente a entre 2,6 y 4,4 billones de dólares anuales en 16 funciones empresariales globales».
Sin embargo, llegar hasta este punto podría llevar algo de tiempo. El veterano de la IA Stuart Russell argumenta que «lo que el mundo percibe a través de los medios de comunicación tiene muy poco que ver con lo que realmente sucede en los laboratorios de investigación». En otras palabras, en la IA, como en otras tantas áreas de conocimiento, «una buena idea -un avance real- a menudo pasará desapercibido y solo se consolidará más tarde como la base de un avance sustancial».
O sea, que mientras nos embobamos con las piruetas de ChatGPT como en su momento lo hacíamos con el perrito de Pets.com (ejemplo de empresa-fiasco de los tiempos puntocom) y sus monerías en la carísima publicidad de la Superbowl, alguien está pergeñando el verdadero chollo del futuro en algún rincón oscuro e inopinado.
Pero no se apelotone. Queda tiempo. En febrero, The Economist publicó un artículo titulado «The AI boom: lessons from history», en el que explicaba que la inteligencia artificial, como las máquinas de vapor o la electricidad, es una tecnología de uso general que tardará en ser adoptada por todos los sectores.
En realidad, aparte de ese genio desconocido en su rincón, incluso las herramientas de IA ya desarrolladas podrían traer cambios revolucionarios en la productividad de numerosas profesiones. Pero eso no pasará hasta que las empresas aprendan a aprovecharlas en su máximo potencial.
Los automóviles ya existían antes de que Henry Ford cayera en la forma de fabricarlos como churros y cambiar la vida de su país (y, por extensión, la de todo el mundo) para siempre. Y forrarse personalmente en el proceso, claro.
Pero volvamos a los vertiginosos ratios precio-beneficios del Nasdaq que tanto embelesan al Wall Street de ahora mismo. «Justificar esas ratios caso por caso, con suposiciones detalladas sobre productos, competencia, casos de uso y otros factores, sigue siendo de suma importancia», dicen en DWS. «En la actualidad, solo unas pocas empresas muy experimentadas están desarrollando e implementando modelos de IA de manera rentable en su conjunto de productos».
O sea, hay que ir separando cada grano de la paja mental (con perdón) en la que habitamos. Para forrarse hay que tener mucha suerte o currar a saco.
Sin embargo, ni todo el curro del mundo asegura el premio gordo. La mayoría de las empresas apenas están empezando con la IA y los eventuales billetes ganadores de esta lotería podrían no haberse impreso todavía. «Como con cualquier otro producto, no todos los participantes del mercado desarrollarán productos rentables», concluye Felix Armbrust, gestor del DWS AI: «Identificar a los ‘ganadores’ y ‘perdedores’ de la IA requiere inversores experimentados que tengan una visión realista sobre el tema».
Si le va la marcha, puede usted meter todo su dinero en la empresa con el ChatGPT más molón del momento. Quizá se forre hasta la náusea. Pero yo iría con cuidado.